La noche había caído sobre la masía y sus campos. En la casa, una vez recogidos los animales en las cuadras, la familia se dispuso a cenar. Un viento un tanto sombrío, azotaba las ventanas y los primeros relámpagos, iluminaron hasta los más lejanos campos de la propiedad.Finalizada esta y como era costumbre, la familia se preparó para rezar el rosario alrededor de la mesa. Los truenos eran cada vez más amenazantes, y en ocasiones vieron a través de las ventanas, caer algún rayo sobre el bosque cercano.Finalizado el rezo, los miembros de aquella familia se dirigieron a sus habitaciones para descansar. El padre, después de comprobar que las cuadras se encontraban cerradas, se retiró a la suya. Cercana la medianoche, el ruido de la tormenta y de los cascabeles de una mula, despertaron al campesino. El ruido procedía del exterior de las caballerizas. Ante el temor de estar siendo robado, el dueño armado con una escopeta de caza y acompañado del hijo mayor, salieron en busca del animal. La cuadra permanecía cerrada tal como la dejara, sin embargo, parecía que un animal girase alrededor de la casa, aunque no se viese ninguno. De pronto, se oyó un grito angustioso, mientras que de inmediato cesaba el ruido de las campanillas. En el fondo de una zanja, encontraron al hijo menor de la familia, que con el cabezal y los cascabeles puestos alrededor del cuello, era el animal perturbador de aquella noche de ánimas.
Este relato ha sido seleccionado como semifinalista en el Concurso La Cesta de las Palabras