Algunos domingos de verano mi padre llamaba al taxi de Duranza para que nos recogiera, era un Peugeot negro tipo "rubia". No cabíamos todos, los mayores iban en guagua o algunas veces no iban precisamente por que eran ya mayores. Mi madre llevaba, además del caldero de arroz amarillo, una caseta hecha con sacos de azúcar que ella había descocido y luego montado. Quedaba curiosa con esos sellos rojos sobre la lona blanca que decían "azucarera española". Pasábamos el día entero, por la tarde venía de nuevo el taxi y regresábamos a casa ensalitrados y con arena en todos los pliegues de nuestro cuerpo. Recuerdo que íbamos cuando la playa era natural y también luego cuando estaba en obras para convertirse en una playa rubia. Era entonces una playa mucho más incómoda porque habían desaparecido los callaos pero lo pasábamos igual de bien.