Mario, estaba nervioso, era su primera vez. Se duchó, se perfumó y se afeitó cuidadosamente. Salió a la calle, aun era temprano, paseó viendo los escaparates y fijándose en los niños de la mano de sus padres. Le gustaba el ambiente que había en las calles. La tarde caía, pronto encenderían las luces y todo se llenaría de magia.
Al entrar se identificó y una amable chica lo acompañó hasta una sala amplia donde había mucha gente joven preparando paquetes. La chica lo presentó y todos le miraron con simpatía.
Mario cargó las bolsas en las alforjas y salió a la calle detrás de todos los demás. Notó el frío de la noche en la cara, se oía un murmullo potente, le sudaban las manos.
Bueno, súbete ya, que esto empieza.
Mario se subió y se agarró con fuerza a la silla. Con un balanceo hacia delante se levantó. El ruido de la multitud se iba acercando al aproximarse al portalón. Nada más salir los gritos de los niños aumentaron, Mario notó como se le ponía un nudo en la garganta y le subía un calor intenso a los ojos.
Los caramelos, no te olvides. Le comentó uno de los chicos que le acompañaba.
Metió la mano en las alforjas y lanzó un puñado de caramelos.
¡¡ Baltazar, Baltazar!! gritaban todos los niños.
Aquella fue una de las mejores cabalgatas de los últimos años, de las pocas en que Baltazar era realmente negro ….. y muy guapo.