Revista Literatura

La Sombra de un Sueño

Publicado el 23 enero 2015 por Cabaltc

La noche

Se despertó tembloroso y empapado en sudor. Aturdido y sin saberse despierto o dormido intentó dilucidar dónde se encontraba. Pero ahí estaba otra vez el estridente sonido de su despertador. 6.00 AM. Esta vez agradeció que su asquerosa y eficaz puntualidad le hiciera volver del mundo de Morfeo al mundo de los vivos.

Unos segundos más tarde consiguió volver a la realidad, había tenido una serie de sueños tan extraños como vívidos aquella noche. Se esforzó por recordar alguno de ellos, pero era incapaz de recordar el detalle de ninguno. Sin embargo, una misteriosa y siniestra sensación poblaba su aun dormida mente. Al cabo de un buen rato luchando contra aquella bruma de somnolencia, por fin consiguió desperezarse y bajó a prepararse un café bien cargado.

Ya con la taza llena calentándole las manos y sentado en la mesa de su cocina, se dio cuenta de que seguía notando una escalofriante sensación procedente de aquellos sueños. «Todavía no me habré terminado de despertar», pensó.

Tendría que empezar a controlarse un poco más en las cenas de la empresa.

Con intención de despejarse de una vez por todas, subió otra vez al piso de arriba para darse una ducha, pero algo en el piso de abajo hizo que volviera sobre sus pasos. Había un extraño murmullo que procedía de la cocina. Volvió para comprobar que el fuego, la cafetera y el microondas estuvieran apagados, pero en el fondo de su ser ya sabía que no estaban encendidos..

Sacudió la cabeza, aun medio aturdido por los pesados sueños de anoche y volvió hacia la escalera.

«¿Qué narices he soñado?» volvió a pensar, cada vez más inquieto. No conseguía deshacerse de esa tortuosa y frustrante sensación de saber que esos sueños habían sido importantes, que eran importantes y vitales para él, pero era incapaz de recordarlos. No, peor aún, estaba frustrado por ver cómo cada vez que conseguía acercarse a aquellos recuerdos, estos le esquivaban como si fueran una oscura serpiente enroscada en su memoria.

Una vez abajo sus ojos captaron por un breve instante algo de movimiento por el rabillo del ojo. Una masa de una oscuridad antinatural había pasado fugazmente por el margen de su visión.

Su corazón empezó a latir con fuerza, sus músculos se tensaron, se le secó la boca y giró en redondo. El miedo amenazó con dejarle paralizado. ¿Qué estaba pasando? Pasó unos amargos segundos hasta que consiguió serenarse. Tenía resaca y estaba cansado. Si, tenía que ser eso.

Intentó reírse de si mismo, ahí plantado en mitad de su salón, con casi cuarenta años, en pijama, somnoliento, apestando al humo de los puros y al alcohol derramado durante la fiesta de anoche. Con los tenues rayos del amanecer calentándole la espalda e iluminando la estancia. ¿Y se iba a asustar por unos sueños que ni siquiera recordaba? Valiente tontería, ver fantasmas en su propia casa.

Soltó una carcajada, pero esta sonó pastosa, hueca, carente de emoción. Parecía más el lastimero gruñido de algún animal agonizante que una risa humana. Una profunda tos cortó aquel amago de carcajada, haciéndole doblarse por la mitad. El sol ya no le pareció tan cálido y la habitación ya no le pareció tan iluminada. Aquella tenue luz de invierno daba a su salón de un aspecto frío y lóbrego, carente de vida para nada agradable.

Antes de que aquellos temores calasen hondo, salió corriendo hacia el baño y se encerró allí dando un sonoro portazo.

El amanecer

El agua tibia le ayudó a serenarse. Con los ojos cerrados y las manos apoyadas en la pared, dejó que el agua se llevase todos sus miedos. Le pareció como si estos fueran resbalando por su cuerpo junto con los restos de jabón para ir a desaparecer por el desagüe de una vez por todas.

«Seguramente me he despertado todavía borracho» pensó mientras esbozaba una sonrisa. Si, sería eso. La noche había sido larga, el alcohol había sido mucho, y su cuerpo ya no estaba preparado para esos trotes. Se irguió otra vez, sintiéndose como un hombre nuevo.

Mientras se aclaraba la cara lo vio otra vez. Una horrible figura deforme estaba a escasos centímetros delante de él en la ducha. Era oscura como la noche, aunque se podían intuir unas deformes figuras humanoides descomponiéndose y moviéndose por debajo de una sucia y raída túnica. Y el agua… el agua que caía sobre aquella cosa no era transparente sino carmesí, como si alguien estuviera desangrando un cerdo sobre sus cabezas. Parpadeó de nuevo y la figura ya no estaba. El agua volvía a ser transparente y limpia, y él volvía a estar solo en aquella ducha.

Sintió cómo su corazón se saltó un latido, y luego otro. Al tercero volvió a arremeter con toda la fuerza de la que era capaz. Cien, ciento cincuenta, doscientas, no hubiera podido decir las pulsaciones a las que empezó a bombear su corazón, sólo fue consciente del milagro de que no estallase allí mismo. El pánico ya corría por sus venas sin control.

-¿Qué cojones…? -tartamudeó mientras salía corriendo de allí.

Desnudo y chorreando se lanzó a la carrera para salir de aquel baño maldito. Pero al entrar en su cuarto otra de aquellas cosas estaba esperándole justo encima de su cama. Y allí la presencia se veía todavía más nítida. Aunque cerró los ojos en cuanto lo vio, su cerebro tuvo tiempo más que suficiente para procesar lo que sus horrorizados ojos se habían negado a observar. Unos pálidos y demacrados rasgos poblaban un rosto sin carne en el que dos crueles pozos de infinita oscuridad parecían estar mirando directamente en lo más profundo de su alma. Lo que había confundido con una raída túnica era en realidad un macabro manto tejido a base cabelleras toscamente cosidas entre si. Costuras que, a pesar de tener los ojos cerrados, tomaron una nitidez insoportablemente real en el interior de su mente

Ese rostro desprovisto de toda semejanza con algo humano poseía además un malévolo fulgor en derredor y un olor nauseabundo emanaba de él. Un penetrante olor a miedo, a locura, a muerte y a algo más primordial y básico que no fue capaz de distinguir. Un olor que convertía la escena en algo mucho más real y de lo que sus temblorosos párpados no podían protegerle.

Giró y salió corriendo mientras gritaba con todas las fuerzas que fue capaz de reunir. No se paró a pensar en nada más que en salir de aquel espantoso lugar. Corrió escaleras abajo mientras escuchaba un tenebroso sonido procedente de su habitación. Una despiadada risa de burla llenó sus oídos.

Se abalanzó contra la puerta principal de su casa y se lanzó hacia la luz de la mañana.

El despertar

Se despertó tembloroso y empapado en sudor. Aturdido y sin saberse despierto o dormido intentó dilucidar dónde se encontraba. Pero ahí estaba otra vez el estridente sonido de su despertador. 6.00 AM. Esta vez agradeció que su asquerosa y eficaz puntualidad le hiciera volver del mundo de Morfeo al mundo de los vivos… o eso sería lo que él iba a creer durante el resto de la eternidad.

Escrito por David Olier.

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