Mathew J. Pallamary
Traducción de Rosina Iglesias
Autopublicado en Amazon
356 páginas
#prenda205
Viaje de 250 años al pasado hacia un mundo donde la naturaleza habla a través de las plantas y los cánticos fluyen de las cataratas de forma tan sobrecogedora como el coro de la iglesia cantando el Ave María. Un lugar donde se cree que el ritmo de una maraca con plumas te acerca al creador. Un mundo donde el misticismo y la espiritualidad innata entran en conflicto con el cristianismo.
Avá-Tapé, criado en las tradiciones de los indios guaraníes de Sudamérica y, posteriormente, educado en la Misión por los jesuitas, descubre la verdad y belleza de ambos mundos, aunque solo puede vivir en uno.
Chamanismo, intolerancia religiosa, historia, imperialismo, entrada en la mayoría de edad y una conmovedora historia de amor impulsan esta narración incisiva, que invita a la reflexión del legado de un pueblo indígena y sus tradiciones.
En el norte de Argentina los guaraníes aún hablan de la tierra sin mal, paraíso terrenal llamado Ywy Mara Ey, al que no hace falta morir para poder acceder. La leyenda cuenta que posee vegetación y recursos naturales abundantes como para que el hombre subsista sin apenas trabajar: terrenos de ricas cosechas, ríos cristalinos, abundantes peces, aves y animales terrestres... Para alcanzar esta tierra hay que emprender un largo camino espiritual y, aunque se creía que esta era la morada de los muertos, también existe la creencia de que puede disfrutarse aún estando vivos. Los hombres santos de las aldeas realizan largos ayunos y se comportan con bondad en un intento por alcanzarla y guían a su pueblo en ese camino de búsqueda.
No lo pude evitar, me llamó muchísimo la atención el concepto de la tierra sin mal y gracias a páginas web como Mitos cortos indagué más al respecto. Suponía que tener una idea clara de este paraíso, de esta meta sobre la que gira gran parte de la novela, iba a ayudarme mucho a comprender a toda esa tribu guaraní a la que iba acompañar en el viaje que había tejido Mathew J. Pallamary.
Me acerqué a esta novela pensando en El Descubrimiento de América y en todos los daños colaterales que este trajo consigo. No voy a negar que fue un avance para muchísimas cosas pero tampoco podemos cerrar los ojos a las atrocidades que también se cometieron con los nativos. No iba desencaminada, desde el punto de vista de una tribu guaraní se narra con respeto para ambas partes y elegancia cómo se desarrolló la convivencia. Las misiones no eran más que núcleos de población creados por los religiosos españoles que trataban de congregar a todos los aborígenes del lugar y convertirlos a sus costumbres y creencias erradicando las ancestrales. El miedo a lo desconocido, tal vez. Las ansias de tener controlados a grupos de los que lo desconocían todo, puede ser. Fuera lo que fuere, nativos americanos se enfrentaron a un choque cultural que les hizo dudar de sus propias tradiciones llegando algunos a abandonarlas y otros a morir por ellas.
El trato que Pallamary hace de esta convivencia ha sido, en mi opinión sublime. La tierra sin mal no es un alegato en contra de la conquista de América y lo que allí se hizo a posteriori, pero tampoco se libera a los implicados de responsabilidades. Cómo ha balanceado el autor el conflicto echando un capote a quienes supieron abrir su mente y su corazón sin dejar a los culpables irse de rositas, me ha encantado y me parece un punto fuerte de esta novela.
Sí, me acerqué a esta historia pensando en 1492, pero no, en mi opinión esa no es la temática principal. Creo que en La tierra sin mal fundamentalmente conocemos al pueblo guaraní y su cultura, su lucha y su esperanza; y emprendemos con ellos el camino hacia ese paraíso que os presentaba al principio de la reseña y que es su válvula de escape de lo que están viviendo y su regreso a sus orígenes.