Revista Diario

La última Navidad

Publicado el 07 enero 2016 por Vanesasanmartin
La última Navidad
El centenario reloj de la catedral acababa de cantar las doce con su voz añeja y desganada. Una silueta avanzaba vacilante en medio de una densa nube de copos de nieve, que descendían en un baile caótico e hipnotizante. Sus pisadas crepitantes retumbaban en el parduzco silencio de la noche con una melodía cada vez más arrítmica. Y, a su paso, el espeso manto blanco que abrigaba las calles se teñía de un color granate intenso.   Los copos de nieve abofeteaban con furia su rostro y las intensas huellas del tiempo que lo surcaban. Sus movimientos se asemejaban al intento inútil de desplazar un objeto que duplica la capacidad de nuestra fortaleza. La energía se evaporaba de su cuerpo a cada centímetro que avanzaba.   No tardó mucho en caer rendido en medio de aquella calle tenue y solitaria, bajo las mismas luces de Navidad que habían sido testigos de sus sueños y juegos de niño y que también presenciarían su último aliento.   Agonizante, huérfano de fuerzas, vacío de esperanzas aguardaba a que todo terminara. A la par, los mismos copos de nieve que momentos antes le abofeteaban con fuerza, arropaban delicadamente su cuerpo frío, casi inerte, cuyo único resquicio de calor era la sangre que brotaba de su costado y que al fundirse con la nieve tomaba la forma de pequeños rubíes escarchados.             Una lágrima resbaló por su mejilla llevando en su interior retazos de la soledad y el dolor que anidaban en su alma. Sabía que iba a morir y se sentía preparado. Nunca hubiese imaginado que su final estaría escrito de esta manera. Aunque ya no pensaba con claridad, intentó revivir en su mente algún momento feliz para marcharse con algo de paz, pero se dio cuenta de que los pocos que tenía eran demasiado lejanos como para recordarlos.  Así que cerró los ojos y esperó su final.            Sus pulmones estaban a punto de darse por vencidos, cuando una potente y reconfortante sensación de calor surgió de forma inesperada de la herida de su costado y fue invadiendo todo su cuerpo célula a célula. Entreabrió los ojos y, en medio del resplandor que golpeó con intensidad su retina, apareció el rostro más hermoso que jamás hubiese imaginado. Pensó  tal vez estaba en lo que algunos llaman cielo, aunque creía que, de ser así, era algo que no merecía. De pronto todo se quedó a oscuras.
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