Beatriz Benéitez BurgadaNo fui consciente de la cantidad de pensamientos que pasan por nuestro cerebro hasta el primer día que intenté detenerlos. Fue en un curso de yoga. Meditar es sencillo, nos dijeron. Te sientas, no hace falta que sea en el suelo ni en la posición de la flor de loto, sirve una silla; cierras los ojos y te concentras en la respiración. Tienes que imaginar entonces que aspiras luz y energía de la naturaleza -prama- y espiras oscuridad -preocupaciones, abogios, ira y cualquier otro sentimiento negativo-. Sólo se trata de estar tranquilo, concentrado en la respiración y no pensar en nada. Dejar reposar ¨la mente que no para¨ y tratar de instalarte en el vacío, en la vacuidad. Parecía muy fácil, pero resultó imposible. Hacía esfuerzos por no pensar en nada, pero no podía: Tengo que hacer la compra. No, no pienses. Hay que ir a la gasolinera y tengo que preparar la ropa de las peques. Que no, que no pienses. No me ha llamado fulanito, ¿Qué me pondré para la cena de mañana?, No he terminado los ejercicios del curso.... Lo dicho, imposible.
Fue en esos días cuando pude comprobar que el cerebro no desansa nunca, y cuando lei en algún lugar que por el ¨continuo mental¨ pasan una media de setenta mil pensamientos al día. Una barbaridad. Y fue entonces cuando me convencí de que, definitivamente, meditar debía de ser beneficioso. Conceder a la mente unos minutos para descansar, para alejarse en la medida de lo posible de los pensamientos y poder tomar distancia de las cosas que nos ocupan y preocupan. Porque con perspectiva las cosas se focalizan mejor. Este es un aprendizaje lento y que requiere constancia, aunque sea unos minutos cada día, pero que aporta cierta tranquilidad y te hace sentir mejor.De cualquier forma, es difícil controlar nuestras ideas y sensaciones y evitar que nos visiten pensamientos inoportunos, ¨ladrones de tiempo¨. Esos pensamientos que vienen cuando nadie les llama. No importa que sean buenos o malos, pero invaden tu mente cuando no les corresponde. Lo ideal sería que en cada momento pudieramos concentrarnos en lo que toca. De esa forma gestionaríamos mucho mejor nuestro tiempo, porque aprovechararíamos los sesenta segundos de cada minuto del día. Pero eso es complicado. Porque hay cosas de las que nos resulta difícil abstraernos. Porque nos alegran, o porque nos preocupan, da igual. Me he acordado hoy de los ladrones de tiempo, porque en estos últimos días los he sufrido bastante. A veces he podido expulsarlos y hacer que me dejaran concentrarme en las cosas que debía de hacer, y otras no. Y eso es agotador. Pero seguiré trabajando para combatirlos. Voy ganando pequeñas batallas y espero, algún día ganar la guerra. Hay muchos tipos de ladrones de tiempo. Otro día os lo contaré.