Revista Diario

Las lágrimas del canal

Publicado el 15 mayo 2012 por Laguarida

Las lágrimas del canal
Las lágrimas del canal
(Por una vez, la imagen no fue tomada prestada de la web. Es de un servidor)
Abro los ojos. No sé cuánto tiempo llevo dormido. Me duele mucho la cabeza. Estoy empapado en sudor. La habitación es grande pero apenas puedo distinguir nada: la penumbra lo ha invadido todo. No sé qué hora es. Corro la gruesa cortina y penetra una luz intensa. Parpadeo hasta adaptarme a tanta claridad. A través de la ventana puedo ver una hermosa ciudad inundada. No sé dónde estoy. Me retiro asustado del alféizar. Mi rostro se refleja en un ostentoso espejo de bronce. No sé quién soy.
Me siento frente a un escritorio muy elegante. Observo, frente mí, una pluma desgastada y un tintero casi vacío. Y hay un pequeño montón de cuartillas manuscritas. Qué raro, reconozco mi letra en esos papeles aunque no soy capaz de recordar nada más. Comienzo a leer algunos párrafos:
“Soy una niña de trece años. Mi nombre es lo de menos. Nací en la parte más denostada y sucia de la ciudad, donde la noche se reconforta en los callejones y deja atrás su oscuridad, arrastrada por el agua de los estrechos canales…”
“…y siempre olía a humedad, a cloaca, a pescado, a inmundicia. La pestilencia formó parte de nuestras vidas desde que tengo uso de razón pero solamente era consciente de ello cuando lo sugería el rostro constreñido de algún burgués extraviado. Por eso mi madre compraba el jabón, incluso cuando casi no teníamos que comer. También, a veces, se fabricaba ella misma un perfume con especias y con los pétalos de las flores que yo misma le llevaba. Me tuvo en el ocaso de su fecundidad, razón por la cual yo tenía una madre tan vieja.…”
“…en la diminuta habitación en la que vivíamos. Salí por el balcón, como hacía últimamente para evitar al casero, un montañés sucio y licencioso, que lanzaba constantes insinuaciones a mi madre para cobrarse conmigo las deudas de alquiler. Salté al balcón de enfrente que, para acceder directamente al callejón, disponía de una escalerilla; era de travesaños muy endebles pero capaces de soportar el peso de una niña escuálida como era yo…”
“…ir allí porque en el mercado de flores fue donde supe que eran la belleza y la fragancia. Salí del callejón y encontré a mi madre donde esperaba, junto a la taberna que servía de abrevadero para las almas perdidas. Fue la última vez que la vi. Mi madre, como las demás proveedoras de alivios, se afanaba en captar el primer cliente del día. Mi ágil figura le llamó la atención de inmediato, saltando por encima de las barquichuelas para cruzar hasta la fondamenta del otro lado. Mi madre temía que yo volviera a escabullirme y empezó a seguirme, pero sólo con la mirada, pues no podía permitirse el lujo de dejar su puesto: madrugaba mucho para ser la primera, la mejor situada junto al embarcadero de la taberna. Los primeros pescadores que regresaban del mercado del Gran Canal eran los que antes habían vendido su pescado y, por ende, los que traían la bolsa más cargada, tan cargada como la voluntad para gastarla…”
“…en un laberinto de puentecillos y callejuelas que creía ser capaz de recorrerlo con los ojos cerrados, tan sólo guiada por el olfato. Y traté de hacerlo, pero mi olfato no distinguió la fetidez de aquel hombre del hedor del resto de la calle. Así, mi rostro terminó golpeando su camisola mugrienta. El hombre me tomó por los hombros, zarandeándome con brusquedad. Le grité, le maldije con rabia y le propiné un fuerte puntapié en la espinilla para que me soltara. El me miró fijamente y me sonrió sin pudor. Y recordé las palabras de mi madre –cuando te miren de esa manera debes correr con todas tus fuerzas-…”
“…y paré un segundo para descansar. La callejuela era tan estrecha que los tejados se solapaban, creando un túnel angosto y oscuro, y muy silencioso. No sabía dónde estaba, no conocía aquella parte de la ciudad. El imprevisto túnel abocaba a un canal sin apenas tránsito, amparado por edificios de gran belleza. Pero no quedaba tiempo para la contemplación: oía pasos que se aproximaban hacia mí. No había por donde huir ni donde esconderse. Cuando estaba a punto de lanzarme a las aguas corrompidas, me fijé en la extraña embarcación: el perfecto escondite. Sin embargo el acceso para bajar al amarre estaba protegido con rejas y una cancela que me fue imposible abrir. Los pasos seguían aproximándose. Intenté descender agarrada a una vieja columna de madera que se perdía en la profundidad del canal. El musgo me hizo resbalar y fui cayendo hasta sumergirme en las aguas…”
“…me escondí bajo una lona de arpillera enmohecida que despedía un olor fortísimo y desconocido para mí. Los pasos se alejaron, por fin. Me atreví a asomar la nariz y, súbitamente, tuve que volver a esconderla: una gran puerta azul engalanada con motivos dorados se abrió frente a mí. Un apuesto caballero, vestido con finas ropas, subió a bordo. Soltó la amarra y comenzó a remar. -Puedes salir de ahí –me dijo con naturalidad. Y así lo hice. Dejé mi escondite, atraída por aquél divino ser al igual que la vulgar polilla viaja sin pensar hacia la luz de un farol. Era tan guapo, tan elegante, tan amable. -¿Cómo te llamas? –preguntó él sin que yo fuese aún capaz de articular palabra-. ¿No quieres hablar? Bueno, tranquila, tu nombre es lo de menos –me dijo sonriendo. De hecho, no dejó de sonreírme en ningún momento, incluso al golpearme brutal e inesperadamente en la cabeza…”
“…mientras encadenaba mi cuello. Ahí estaba él, portando un cajón repleto de frascos y de brillantes instrumentos.–Ya estás de vuelta, lo celebro –me dijo al despertarme. Trataba de moverme pero todos mis miembros estaban sujetos con cadenas.Le miraba de lado, pues yo me encontraba boca abajo, en un suelo de piedra frio y gris, sobre mi propia orina y mi propio vómito.–No te preocupes por eso –me decía, al adivinar mis pensamientos-, son los efectos del láudano. Ya empezabas a despertar y no podía golpearte de nuevo sin arriesgarme a matarte, y, de momento, te necesito viva. ¿Qué para qué?, buena pregunta. Te diré algo sobre mi persona. Soy médico, uno muy importante, de hecho el mejor… Pero no de esos cirujanos que tú crees, no, no, no. Soy un médico de la cabeza, para que me entiendas, porque supongo que no has oído hablar nunca de la psiquiatría. Verás, yo estudio cosas como la angustia, la pesadilla, el terror o la capacidad de sufrimiento en los seres humanos, todo ello para encontrar tratamientos eficaces que me proporcionan prestigio y dinero. ¿Ya has comenzado a llorar? Claro, te estás preguntado si voy a matarte… -resolvió y tiró de mi pelo para elevar mi cabeza hacia atrás, y me dedicó una nueva y amable sonrisa-. Pues sí, te mataré pero, descuida, lo haré muy, muy lentamente. Porque no queremos desperdiciar toda la información que me vas a procurar ¿verdad? Ahora descansa, tienes que estar preparada para sufrir todo lo que puedas. Los próximos días serán muy largos, te lo aseguro. Tienes suerte, soy un torturador formidable. Es una profesión fascinante, un arte…”
No hay nada más escrito. El dolor de cabeza aumenta, siento agrietarse mi piel por momentos, mi garganta se reseca, y el estómago me arde. El manuscrito tiembla en mis manos. Toso violentamente, y salpico las cuartillas con mi propia sangre. Entonces oigo una voz dentro de mí; diría que es ella, la niña. Quiere que termine de escribir su historia para que todo el mundo la conozca. No me planteo nada, solamente tomo la pluma desgastada entre mis dedos. Comienzan a llegarme las palabras:
“Muy pronto cesaron mis inútiles gritos suplicantes, después desapareció el dolor físico de mi cuerpo entumecido, paralizado, insensible. Y llegó lo peor, el horror del sonido que aquellas herramientas producían al actuar sobre mis tejidos, el olor de mi propia piel quemada, mientras su voz amable y su sonrisa perpetúa me acompañaban constantemente.No puedo calcular si fueron horas o días, el tiempo que tardé hasta que decidí abandonar mi cuerpo. Lloré por última vez, y mi alma viajó a través de las lágrimas hasta desembocar en el oscuro canal.Durante días recorrí las aguas sucias y oscuras. Y recorrí el interior de las personas, algunas tan sucias y oscuras como las propias aguas. Me introduje en sus mentes, me fusioné con sus almas, me impregne de todo y de todos. He adquirido tantos conocimientos... Aquel que cree conocer la mente humana, no podría ni siquiera imaginar una milésima parte de lo que el cerebro es capaz.¿Qué por qué? Porque te estaba buscando, ¿sabes?, y no paré hasta encontrarte. Pero me has decepcionado: doblegar tu voluntad ha sido más sencillo de lo que creía. Estás tan vacio… Ahora, mientras escribes lo que te dicto, ya sabes quién soy. Y tú, ¿ya recuerdas quién eres, mi apuesto, amable y sonriente doctor?He regresado a ti para hacerte el mejor regalo que jamás te han hecho. Provocaré en tu interior un dolor increíble, el tormento más extraordinario que un maestro de la mente y del sufrimiento como tú jamás podría imaginar. La culminación de tu fascinante trabajo.Muy pronto tu cuerpo quedará paralizado, no podrás gritar, ni siquiera pestañear. Poco después llegará el dolor, un dolor de mil maneras increíbles. Sólo tu mano mantendrá la movilidad suficiente para que puedas escribir lo que sientes. No, no es necesario que me lo agradezcas, tan solo asómate a la ventana para que mi alma pueda regresar a las aguas.Ahí está mi canal, puedo sentirlo. Sí, sí, ya comienzas a derramar lágrimas. Sí, lo sé, no estás llorando, soy yo que dejo tu ser y me despido de ti para siempre”.
FIN

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