Revista Diario

Lluvia

Publicado el 20 marzo 2015 por Mamenod
Hace dos tardes, probablemente una de las que más ha llovido en el año, tuve la valentía de lanzarme a la calle. El día había sido ajetreado. El Planeta, a esas alturas de la rotación, apenas llevaba moviéndose  once o doce horas desde que me puse en pie, y no sé por qué, tenía la sensación de que mi cabeza le llevaba  ventaja al astro madre en ese aturdidor ejercicio de girar: madrugón, compras, casa, paraguas, lluvia…De repente, en un momento que no podría situar en la esfera del reloj que siempre va conmigo, el coche quedó perfectamente aparcado, las luces apagadas y la llave girada. Entonces, como en los encantamientos y los sortilegios, el mundo se paró.Note que el viento hacía notar su presencia sutilmente, quejándose con un gruñido desvalido. La lluvia, como un animal salvaje, se adueñó ferozmente del silencio. Su repiqueteo me transportó a una tediosa tarde de verano y al teclado de una vieja máquina de escribir. QWERT…POIUY transcribía sobre el techo del coche, escondiéndome tras un manto líquido que se volvía cada vez más denso. Y la melancolía, un sentimiento al que siempre recordaba triste, por primera vez en mi vida, me hizo sentir bien.
Todavía no puedo explicar qué pasó. Reconozco que ni siquiera me gustaría entender qué ocurrió en aquel útero materno en el que el tiempo se descontó. Sólo sé que allí, a cubierto y a salvo de todos los males urdidos, fui, de repente, extremadamente feliz. Lluvia

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