Revista Literatura

Luna llena, lobo lleno

Publicado el 01 noviembre 2011 por Elenanura

Tras la urna hermética de seguridad, sujeta por dos polos se mantenía en el centro, un pedazo de luna. Traído en algún viaje de astronautas americanos a esta y donado para la exposición. Tras ver multitud de elementos de utilidad desconocida para mí, fotografías del espacio que parecían cuadros de Rofko, trajes que con el tiempo habían evolucionado, escafandras que recordaban a la de los buzos, pero transparentes. Llegamos hasta la piedra. Una enorme cola se dibujaba frente a esta, esperando para ver unos tres centímetros de piedra picuda, negra como las oxidianas del Teide.
En particular no parecía nada especial, igual le podía haber dado una patada si me la hubiera encontrado en un camino cualquiera. Pero me fiaba del cartel que señalaba su procedencia. Era inútil intentar siquiera tocar el cristal. Un cordón nos distanciaba de la urna. Hubiera dado cualquier cosa por sentir su peso, su tacto, sus angulosos perfiles, pero simplemente la podía ver, y tampoco por mucho tiempo pues la cola de detrás daba premura. Siete días estuvo allí expuesta, siete días que yo acudí para verla. Ningún museo había gozado de mi presencia tanto como aquella nave. Al séptimo y sabiendo que era el último decidí a sabiendas de que aquello era algo delictivo, sobrepasar el cordón golpear con un martillo que llevaba en el bolso la urna, que no resultó ser de tanta seguridad, y meter mi mano entre los restos para coger la piedra.
Fue poco el tiempo en que noté su peso. Suficiente. Automáticamente los seguritas se abalanzaron sobre mí. La alarma sonó estrepitosa, y la gente comenzó a correr, imaginando un incendio o cualquier otra catástrofe. Entre el tumulto de gente que corría presurosa, aquellos hombres no sabían si mantenerme asida por los brazos, o simplemente proteger la piedra de tal marabunta. Optaron por lo segundo, y sin darme apenas cuenta me vi arrastrada hasta la puerta. No corrí siquiera para escapar de la segura detención. Pero ya poco me importaba, la había podido tocar. Yo también había alcanzado la luna.
-¡¡Anda ya!! Te lo inventas. Te hubieran detenido.
Te enseñé entonces mi mano, en la palma, en el centro justo, tenía una mancha blanca incandescente. Era de noche cerrada, la levanté y la habitación se llenó de luz. Bajo ella me besaste. A la luz de la luna.

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