Manuel, al que parecía pesarle en el alma el tiempo perdido, retornó con rapidez a sus sueños, a sus ilusiones, a las cosas por hacer. Y allá abajo, en un cajón escondido en el fondo de su corazón, mantuvo fresco siempre el recuerdo del bosque, ese donde aprendió que no hay tiempo de prórroga, que no se puede esperar, que la vida no llega, que la vida se va.
