Durante mi paseo por el Sol, te veo agazapada en la sombra. No es fácil, pero tampoco es la primera vez que te veo, he aprendido a desarrollar un sexto sentido. Camino. Me he vuelto a romper el cordón y cómo no, casi tropiezo. Una vez más. Te vuelvo a ver, y tú sonríes. Te acercas, me levantas y sonrío. Mientras, el parque vuelve a teñirse de un color café, otro año y una vez más. Como cada martes.
Me siento, en el banco del Parque de la Luna, como cada martes, en el que te vi por primera vez, ahí, agazapada en la penumbra y mirándome atenta. No pierdes detalle de todos mis movimientos, ni yo de los tuyos. Bajo mi periódico está tu foto. Ya son más de las dos y me tengo que ir, como cada martes.
Pienso en ti y en no volver mientras me coloco la bufanda, se está levantando aire. Abrigo conmigo tu sonrisa, recompongo tu ánimo y lo guardo en el bolsillo interior de mi abrigo, cerca del corazón. Giro la cabeza a diestra y siniestra, te veo, aún no te has ido. Comienzo a caminar con una lágrima brotando de mí, ¿estarás el próximo martes?