Revista Literatura

Melodrama

Publicado el 02 octubre 2013 por Rogger

Aquel día marchaban los sindicatos ¿recuerdas Ariana? El caos en las calles me enardecía a cada minuto, mientras tú en el restaurante te atascabas entre la rabia y la impaciencia. ¿Qué había en los cielos aquel día para que una promisoria cita de cuasi reconciliación terminara en desdicha? Apenas nos miramos y de pronto ambos estábamos en constelaciones distintas. En lo que sería una fatal premonición, esquivamos el abrazo para optar por tibios remedos de besos en las mejillas.
No ha pasado poco tiempo Ariana, para mí cada día ha sido un paso hacia la muerte.
¿Bebes algo? Dijiste agua. ¿No quieres tomar un trago? Agua, sólo agua. Yo, un café.
El amor puede soportarlo todo, a veces., Quizá por eso seguí tratando de detener la avalancha que se venía sobre nosotros. Me miraste desde tu pedestal, y sólo poco después comenzaste a percibir mi desazón. Ya era tarde. Cuando terminaste de hacerme sentir único culpable de nuestra crisis, yo ya estaba aborreciendo tu soberbia y rebelándome. Un largo silencio se disfrazó de cortesía en presencia del mesero. Apenas se fue, te vi derrumbarte estrepitosamente, todavía sin percatarte que yo me había estado desangrando frente a ti.
Cómo hubiera querido otra vez turbarme con tu mirada.
Volver a derretirme con tus palabras.
Habría dado mi vida por rendirme a tus pies como me gusta.
Es cierto que nos hemos dado lo mejor de cada uno. Fuiste en extremo generosa conmigo, y yo tampoco escatimé nada.
Y sin querer -o queriéndolo- estábamos al borde de la cornisa, resignados ante la inminente caída. En apenas dieciséis semanas perdimos lo que habíamos tardado toda una vida en encontrar. Cada silencio, cada desaire, cada mensaje soterrado o explícito, cada actitud, fueron puñaladas que nos asestamos sin piedad.
Estábamos realizando, Ariana de mi vida y de mi muerte, la tarea de consumar un final que hace poco parecía imposible.
Mientras hablabas yo te miraba: insuperable, insólita, innata. Tus pestañas, largas como plumas de Bennu; tu boca cornalina que siempre me invitó al asombro, tu talle sabroso. Y no pude dejar de añorar la elísea vida que soñamos juntos.
Qué tardes épicas en los campos de Toscana.
Qué disfrute absoluto de árboles y madrugadas.
Las lloviznas de tu aliento azucarado,
las jubilosas alas de tu risa mariposa.
Aquél verano inverosímil y propicio donde, ocultos por la máscara del buen recaudo, fecundamos en una cálida aldea costera la emoción, la pasión y el amor perfecto.
El plácido mar nos regalaba sus cuerdas de arena,
la brisa cómplice nos envolvía en la austera ensenada,
los cormoranes retozaban a la luz de nuestros dientes,
los besos del trepidante sol nos calentaban el alma.
Y en su infructuoso recorrido, mi memoria no pudo olvidar el gélido invierno a orillas del solemne río. Hoy, ese aire congela los recuerdos y las mustias fotografías. En la húmeda arcilla quedaron nuestras huellas y la desfachatez de los petirrojos fisgones.
Se nubla el infinito azul de los aviones.
Convulsiona moribunda la quimera acariciada,
la felicidad y el caos, el disfrute y el tedio,
los extremos dialécticos de una vida juntos.
En buses y calles con nuestra música andina
o subastando los colores de mis lienzos y arquetipos.
Viviendo en un lugar, próximo, propio o ajeno:
soberanos de alguna comarca inhóspita,
o en los bucólicos pagos de nuestros abuelos.
¿Cómo ignorar las furias y enconos, que como galgos iban tras la liebre de nuestras dudas? ¿Cómo hacernos sordos ante la música que duele y seguirá doliendo? Tal vez colocando un negro velo sobre la alfombra de los recuerdos y así, cada día, seguir oscureciendo nuestro ubérrimo pasado. Quizás no dejando que nadie más advierta la sombría faz de nuestro infortunio y que no nos llueva sobre mojado.
Tú y yo alcanzaremos a ver cómo se acaban los tiempos en la orilla del mar del ensueño, o del lago negro al pie de la montaña. Viudos de tacto, quemados de luto.
Ariana, señera luna en las praderas de esta noche, aquella vez y mientras las flamas en ristre de los insurrectos, nuestro amor palidecía anémico, taciturno, desahuciado. Nada pudimos hacer sino despedirnos con desparpajo.
Hoy me queda hablar solo. Acaso estés demasiado lejos ya y nunca sepas de esta soflama. No será inútil, sin embargo, pues quedará tendida al sol en el vasto patio de las letras desquiciadas.
DE: EL JUEGO DE LA VIDA Copyright © 2013 Rogger Alzamora Quijano

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