MESA DE ENTRENAMIENTO y #3: LA FE

“… porque sin la fe es imposible agradar a Dios”
Hb 11,6

Última clase de los cursillos de esta mesa de entrenamiento # que se ha convertido en un potro de tortura para dar carpetazo a la primavera. La verdad es que se me ha pasado más rápido de lo que en un principio imaginaba. Hoy nos imparte la clase el padre Alejandro que es un cura argentino de unos cuarenta años -joven- que fue policía y taxista antes que cura. El tío es un cachondo. Aprovecha cualquier ocasión para hacer chistes fáciles sobre su prominente barriga. Nos pone un vídeo -vidéo para él- en el que algunas personas y personalidades hablan de la fe y sobre ella. Una beata, una monja, un cura… lo típico. Dios infunde en la razón humana lo que se denominan virtudes teologales, que no son más que tres: la fe, la esperanza y la caridad. De esa manera consigue ordenar nuestras acciones hacia él mismo. A mí me parece que es manipulación, ¿no? cuando ordenas acciones que más tarde repercutirán en bien o en adoración sobre ti mismo… en fin, el vídeo se las trae, es un tostón infumable con declaraciones sonrojantes. Pero el culmen llega cuando entre algunas famosillos aparece el obispo de Alcalá de Henares, Antonio Reig Pla, diciendo algo así como: “ay de los que no tengan fe…”. El repelente personaje hace que desconecte y deje de oír el vídeo. A tomar por culo la fe y la intimidación. Al terminar el vidéo pasamos a una habitación donde Isabel y Gregorio nos esperan alrededor de una mesa repleta de ganchitos, gusanitos y latas de cerveza y coca-cola. Una fiesta de cumpleaños como las de los niños, un festín mediante el cual las parejas interactuamos unas con otras más allá de las charlas de los cursillos. De esa manera puedo entablar una agradable conversación tecnológica con la pareja de informáticas de donde concluimos que el Silicio no nos sobrevivirá. Hablo con Isabel a la que le pregunto sobre su acento que no había logrado ubicar. Hablamos de la muerte y del cambio como motivo existencial. Una cosa. Después, y tras disputarle la última lata de Cruzcampo al padre Alejandro, me uno a mi pareja que ya tenía encima al pepero sevillano. Resulta que es joyero -bueno, vendedor de joyas, que no es lo mismo- en unos grandes almacenes. Parece buen chaval. Su novia es abogada y nos descubre que la explicación de la rubita parlanchina sobre nulidad, separación y divorcio no era del todo exacta. Nos despedimos todos. Las chicas se dan los móviles, los whatsapp, la talla de bragas, yo que sé… “nos llamamos ¿eh? y quedamos”; “sí, sí, claro” sabiendo todos que no, que de ninguna manera, que cuando nos crucemos si te vi no me acuerdo. Siempre me ha llamado la atención ese extraño fenómeno consistente en hacerse superamigos en el viaje de novios, como todos los que van allí y pasan diez días con unos desconocidos se acaban haciendo amigos para toda la vida como si eso fuera tan fácil. Y luego quedan tras la experiencia aunque los separen miles de kilómetros. Supongo que tendrá que ver con la soledad. Me imagino. Con que la gente está sóla, por eso todos andamos como locos intentando comunicarnos, mandando señales al universo en forma de sms, mms, whatsapps; otros en blogs y otros poniéndose en pelotas frente al congreso. Le tenemos miedo a la soledad, queremos compartir pero no sabemos. Somos imbéciles y queremos tener fe, queremos creer en algo y que algo nos sostenga porque nosotros sólos no sabemos. No somos Camus. Ojalá. Nos creemos importantes y que todo los que nos rodea y nos pasa es trascendental. Nosotros, trascendentales. Pobres gilipollas ególatras sin fe. Dios nos odia.