Momo llegó en los primeros días negros.
Hará unos siete años cuando Vane me llamó por teléfono y dijo que necesitábamos hablar. Quedamos en vernos el fin de semana para almorzar en el restaurante acostumbrado, pues para entonces ya no vivíamos juntos.
No era la primera vez que yo dejaba la casa. Ya había ocurrido en varias ocasiones, pero esta vez se sentía definitivo. Algo entre nosotros se había roto y ya nunca más podríamos estar juntos de nuevo. Por eso cuando me pidió platicar, mi corazón se marchitó un poco.
Llegó el fin de semana y fui al restaurante. Ella me esperaba, lucía hermosa, como siempre. Sonreía, lo que hizo que se me helara la sangre.
No hablamos mucho y si lo hicimos no puedo recordar sobre qué. Luego soltó la bomba y pude sentir que dentro de mi, todo se convertía en cenizas. Claro, quería el divorcio y me lo dijo con una enorme sonrisa.
Este ha sido el peor día de mi vida.
Los siguientes meses no pude dormir bien. No recuerdo cuantos fueron, pues el tiempo dejó de tener relevancia para mi y los días se mezclaron uno detrás del otro. Muchas noches lloré hasta caer dormido y aún en mis sueños me acosaba. Vane venía a mi, sonriente, y me decía cosas y en mi mente yo no podía comprenderlas.
Ya sabes cómo es eso, los fantasmas de sus palabras regresan por las noches para agobiarte, para jalarte las sábanas.
Al principio platiqué sobre mi situación con mis amigos, tratando de entender el por qué, pero todos eventualmente callaban y ninguno parecía tener la respuesta. Poco a poco noté en su mirada que sentían lástima por mi. No me refiero a ese sentimiento de humillación, sino un dolor ajeno y callado, uno de esos tan incómodos, que prefieres no estar cerca de esa persona.
Una tarde visité a mi madre y encontré un gatito muy pequeño rondando su puerta. Mi hermano mencionó que el gatito tenía un par de días viviendo por ahí. Me dijo que debería llevarlo conmigo.
Fue así como Max y Momo se convirtieron en mis compañeros fieles. Ellos escucharon todas las noches cuando lanzaba preguntas al aire o la luna o cualquier cosa que quisiera escucharme. Max se acostaba junto a mi y colocaba su cabeza sobre mis piernas. Momo se acostaba del otro lado y me lamía los brazos una y otra vez.
Así pasamos las navidades y los años nuevos. Los tres amigos fieles.
Max falleció hace dos años, a Momo lo atropellaron hoy por la mañana, y aunque tengo otros inquilinos en casa, algo en mi corazón me dice que hemos terminado otro capítulo. Que hemos cerrado otro círculo.
Extraño a Max todo el tiempo y ahora me tocará extrañar también a Momo.
Ni hablar, así es la vida. Tenían razón los que me dijeron que el Tiempo lo cura todo, aunque olvidaron mencionar que las cicatrices perduran y que en los días de lluvia, duelen con sabor a melancolía.