La estación estaba desierta. Aquellos rosales silvestres casi la escondían de la luz humana, solo sus capullos hacían de ésta un lugar exótico, totalmente distante de lo que había sido años atrás
El acceso era casi imposible, no había ya peldaños, sólo montones de tierra mojada y piedra invadido por el musgo. Aquella travesía antes llena de enormes barras de hierros retorcidos ahora cubiertos por la tierra, estaba repleta de hojas amarillentas señal de que se acercaba el otoño entonces todo cambiaba en aquel pueblecito.
Una nube gris rojizo casi ocultaba aquella montaña en la que tantas veces su cuerpo se sintió rociado de bonitas sensaciones, disfrutando del aire fresco, de la compañía mutua, viviendo cara a la naturaleza, desafiante a las inclemencias del tiempo.
De repente algo le abstrajo de sus pensamientos. Un silbido lejano lleno sus oídos, el eco lo acercaba y alejaba de él como un bello cantar, una brisa de aire intenso removió las ramas de los arboles cercanos a las vías. Las hojas esparcidas corrían bufando como queriendo alejarse a toda velocidad de aquello que en tan poco tiempo se estaba acercando a la estación. Los pájaros ahuyentados volaban desorientados buscando un nuevo lugar donde anidar.
La confusión era la reina del ambiente, la locomotora el rey; se encontraba aturdido, respiraba rápidamente en silencio, su corazón parecía ir a pasos agigantados, aumentando la tensión según veía que cada vez se acercaba más y más hacía donde él estaba.
Pensó que se atragantaba cuando aquella se paro frente a él. Se le antojaba enorme, le gritaba: “Tú tienes la llave, ábreme, ábreme”.
Tuvo una sensación extraña en su mano que casi llegó a ser de dolor, consternado no sabía de donde procedía aquella llave; solo tenía que girarla y un mundo de tinieblas se abriría en torno a él. Pero tenía un miedo intenso a la soledad de aquel lugar, lo intento pero le temblequeaba la mano y su cuerpo no respondía a las órdenes que su cerebro le dictaba, era todo tan desolador.
Sobresaltado, empapado en sudor y temblando aún pegó un brinco desesperado, provocando un leve movimiento de aquellas piedras mohosas sobre las que permanecía medio en pie; era todo tan poco real.
Se pasó la mano por la frente, se encontraba tumbado, por un momento pensó que aquel salto había provocado su caída en el frío suelo, pero enseguida soltó un largo suspiro como queriendo tranquilizarse a si mismo.
Todo estaba en orden sólo el continuo traqueteo del tren en el que viajaba resurgía en medio de tan inmensa oscuridad.
Con su mirada puesta en la lejanía vio apagarse las luces..................Continuará.............Letras y fotografía de Marijose.