El Carnaval, una historia de placeres y prohibiciones
Los historiadores de todo el mundo están de acuerdo en que la Fiesta de Carnaval es muy anterior al cristianismo. Su origen es pagano. De ahí que los pueblos cristianizados continuaron con muchos ritos, costumbres y fiestas del paganismo. Todos los pueblos de la antigüedad se entregaban, durante ciertas épocas del año a grandes fiestas, en las que reinaba la loca alegría y extraordinaria algazara.
El Carnaval es una celebración que, antes del inicio de la Cuaresma cristiana, le permite a la gente romper sin pudor con cánones morales, recurriendo a disfraces, cantos y excitantes bailes. Sus antecesoras más remotas fueron las fiestas conocidas en la antigüedad como "bacanales" en honor a Baco, dios romano del vino y las "saturnalias" por Saturno, dios de la siembra y la cosecha, además del resto de festejos que se celebraban en Grecia y Roma por la primavera y el año nuevo.
La palabra Carnaval también proviene de aquella época. Durante las bacanales, a Baco se le cantaba el Ditirambo. El coro que lo hacía iba disfrazado de sátiro y frente a él aparecía el sacerdote del dios conduciendo un barco sobre ruedas al que llamaban "carrus navalis" (carro marino o naval), y que los romanos pronunciaban "car navalis". Mientras que carnestolendas, como también se conoce al Carnaval, proviene de "caro", "carnes", y "tollo", tapar, términos que parecían aludir al disfraz.
La costumbre del hombre por usar máscaras puede encontrarse ya en el antiguo Egipto o en Grecia, e incluso en el teatro japonés. Pero para el Carnaval propiamente dicho fue en Italia donde se adoptó la careta. Fue en Venecia donde se usó no sólo como vehículo de alegría sino que sirvió para guardar el incógnito y gozar de impunidad en venganza y conspiraciones, aunque también facilitó romances y amoríos.
La costumbre de arrojarse distintos tipos de elementos también fue heredada de los romanos, quienes se divertían tirando con fuerza confites de menta, rosa o anís a la cara de los transeúntes.
Con el tiempo fueron sufriendo las fiestas paganas notables metamorfosis, adecuadas a las nuevas creencias, aunque sin alterar la esencia que siempre constituyó su eje central.
Así en la Edad Media aparecieron las fiestas del ciervo y del asno, en que predominaban los disfraces remedadores de animales, como si con esta afición el populacho manifestara inconscientemente los bestiales instintos que le impelían a tamaños excesos.
En vano la Iglesia, por lengua y pluma de sus pontífices, doctores y prelados, en púlpitos,
cátedras y concilios, condenó las fiestas de disfraz como contrarias al espíritu cristiano.
Con el correr de los años, el Carnaval tomó forma y estilos diferentes según cada país. Como expresión de la cultura europea, éste fue transmitido por España y Portugal a sus colonias americanas.
Estas manifestaciones populares de origen netamente religioso se mezclaron en estos pueblos del Caribe antillano, con tradiciones y ritos africanos, que formaban parte de la cultura de los esclavos negros traídos por la fuerza para dedicarlos a las faenas más difíciles.
El carácter popular de este Carnaval del Caribe, se da con mayor intensidad a principios del siglo pasado,
cuando la población negra, liberada ya de una esclavitud milenaria, se une a las celebraciones con sus bailes típicos, sus instrumentos y sus rituales.
Los Carnavales de antaño
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Es curioso que el disfraz surgiera en todos los pueblos como idea natural en el hombre, para encubrir su personalidad bajo las apariencias de otra, ya fantástica, ya remedada de pasadas épocas.
La costumbre del disfraz con máscara o sin ella, tuvo sus primitivos campos de acción en las farsas teatrales y las ceremonias religiosas, trascendiendo de lo sagrado a lo profano para dominar en las fiestas populares, que todos los pueblos enlazaron con las del calendario de sus respectivas creencias religiosas. Así las fiestas del buey Apis en Egipto, las de Aman en Judea y las de Saturno en Roma, durante las cuales los esclavos tenían licencia para ponerse los vestidos de sus amos y permitirse con éstos todo género de familiaridades.
Andando los años, quedaron relegadas estas costumbres a un orden puramente callejero, sin aparato de festividad, y empezó a arraigar la de entregarse a diversiones públicas con disfraz y máscara durante los tres días procedentes al primero de Cuaresma, que por vías de la abstinencia peculiar a esta época recibieron el nombre vulgar de Carnaval o Carnestolendas.
Era el Carnaval entonces un breve período de bulliciosa algazara, en que el cuerpo parecía hartarse de placeres con el propósito de que el hastío le hiciese más llevadera su privación.
De la calle, pasó el disfraz a los estrados de los nobles y a los reyes, y fue natural consecuencia de este tránsito la invención de los bailes de máscaras, atribuídos a Carlos IV de Francia, pero que aparecieron simultáneamente en Europa como natural combinación del disfraz y el baile.
Pronto no cupieron los carnavalescos adoradores de Terpsícore en los salones de las viviendas señoriales, y como, por otra parte, la afición cundía entre la burguesía, se formaron aquellas primeras sociedades de carácter recreativo que tan alto grado de esplendor alcanzaron durante el pasado siglo y, de este modo,pronto trascendió al pueblo la afición de los bailes de máscaras, que empezaron a tomar carácter de espectáculo público.
El Carnaval en España
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Las prohibiciones en tiempo de Carnaval, constituyen quizá, la única información de que se dispone con anterioridad al siglo XVIII; de ellas se pueden obtener noticias de las costumbres propias de esta fiesta.
Durante el reinado de los Reyes Católicos parece cierto que era ya costumbre disfrazarse en determinados días con el fin de gastar bromas en los lugares públicos.
En el año de 1523 Carlos I y doña Juana dictaron en Valladolid, por petición de las Cortes una ley prohibiendo las máscaras y enmascarados, debido a los males que resultaban, que se disimulaban o se encubrían con tales máscaras.
Felipe II, también llevó a cabo una prohibición sobre máscaras, pero no impidió que en cualquier época del año fuese frecuente en la Corte el uso del antifaz.
Felipe IV, restauró en cambio el esplendor de las mascaradas, y no sólo en tiempo de Carnaval.
La permisividad en el reinado de Felipe IV llegó a extremos insospechados. El martes de Carnestolendas de 1638, el rey y toda la corte participaron en una boda fingida en la que el Almirante de Castilla vestía de mujer al igual que un grupo de nobles: el Conde-Duque de Olivares hizo de portero, el rey de ayuda de cámara y la reina de «obrero mayor».
Resulta evidente que la disposición de los monarcas hacia el Carnaval influía decisivamente en la celebración de dicha fiesta, unas veces fomentándola y otras poniéndole trabas.
La instauración de los Borbones en el trono Español supuso un reforzamiento del poder real. El primero de ellos, Felipe V. al igual que su hijo Femando VI, prohibió las expansiones publicas del Carnaval. Felipe V, con el pretexto de las continuas ofensas que las máscaras dirigían a su persona.
Carlos III derogó las leyes de sus predecesores expidiendo un decreto por el que se autorizaban las diversiones públicas en tiempo de Carnaval; ahora bien, al mismo tiempo ordenó que se redactara un reglamento, con el fin de evitar desórdenes en bailes y otras manifestaciones de carácter popular.
El Carnaval de tipo italiano, con sus máscaras estereotipadas, parece que a comienzos del siglo XVIII se hallaba ya muy difundido en el país. Estas máscaras eran muy frecuentes en los bailes de la alta sociedad.
El Carnaval en Canarias
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En Canarias habría que hacer una distinción en el tipo de Carnaval, según se tratase del pueblo llano, o de los grupos sociales acomodados.
Las familias más pudientes acostumbraban a celebrar bailes y fiestas en sus domicilios particulares, y cualquier excusa era válida, cuanto más, en los días de Carnaval. Pertenecían por lo general al elemento selecto de la sociedad, entre los que sobresalían las autoridades militares: Comandante General, Teniente de Regimiento, etc. Se convidaba a viajeros de importancia que se encontraban de paso en la población, así como a personas procedentes de otros lugares. En estos festejos se acostumbraba escuchar música, jugar y sobre todo bailar: el bolero, los bailes ingleses, el vals, etc.
La celebración del Carnaval por las capas populares de la población, difería en alguna medida de todo lo anterior.
No eran unos festejos tan elegantes, pero al carecer del «encorsetamiento» que imponía la etiqueta, presentaban ese carácter bullicioso, propiamente carnavalesco. Este ambiente festivo atraía con frecuencia a miembros de la «buena sociedad».
Las autoridades no aprobaban estas diversiones populares. En la segunda mitad del siglo XVIII fueron frecuentes las disposiciones restrictivas de corregidores y alcaldes reales. Las prohibiciones iban destinadas a cualquier tipo de expresión carnavalesca: bailes, máscaras, bromas, etc. Cuando la autoridad mostraba el menor viso de tolerancia, los excesos de algunos obligaba a mantener la prohibición.
Los carnavales en la primera mitad del Siglo XIX no diferían mucho de las celebraciones en décadas precedentes. Como en el siglo anterior, la familia de la buena sociedad, celebraba bailes en su domicilio, a los que asistían una nutrida concurrencia. Posteriormente, este tipo de festejos irá desplazándose a sociedades y locales públicos.
A fines del siglo XVIII y en lo primeros años del XIX, adquirió un gran desarrollo la costumbre de "las tapaderas". Se trataba, por lo general, de damas pertenecientes a la "buena sociedad" que, cubriéndose el rostro con máscaras, se mezclaban con la gente en los festejos populares.
Su campo de actuación eran las horas del paseo en los días de fiesta "en el que había ventorrillos y cajas de turrón". Hay quienes de una manera acertada han sugerido que tales "tapadas" podrían esconder "debajo de un refajo dieciochesco de blondas" algún representante del sexo contrario. Lo que parece evidente, es que "las tapadas" de los siglos XVIII y XIX, son un antecedente directo de aquellas mascaritas de "la sábana y el abanador" que tanto se prodigaron en las primeras décadas del siglo.
Por estos años también se acostumbraba formar grupos de máscaras con un tema determinado en la concepción de sus disfraces. Estas "comparsas" frecuentaban en los días de Carnaval las casas en las que se celebraba algún baile, donde llevaban a cabo alguna representación.
Al no disponer de centros de reunión adecuados, la inmensa mayoría del pueblo celebra estas fiestas en las tabernas, o en las calles. En cualquier plaza o esquina, se reunían grupos de personas para cantar y bailar.
En 1908, los carnavales atraen a multitud de personas, también de otros lugares. Es un hecho evidente que los carnavales constituyen un foco de atracción turística, con todas las ventajas que ello reporta a la población. Con motivo de los carnavales de 1910 se inician los cosos y concursos.
En los Carnavales, tradicionalmente ha predominado la máscara sencilla, la "zarrapastroza". Posteriormente, ya a partir de la década de los veinte comienzan a multiplicarse los disfraces de calidad, que siempre existieron. Al desarrollo de los disfraces de cierta calidad contribuyó enormemente la aparición de los primeros concursos.
Los carnavales de 1936 fueron, los últimos que tuvieron lugar hasta el gran paréntesis de los años cuarenta y cincuenta. La nota distintiva de los mismos fueron los días de zozobra e intranquilidad que los precedieron, quizás como una premonición del grave conflicto que se gestaba.
El dieciocho de julio de 1936 se produce una sublevación militar contra el Gobierno de la República, y con ello estalla la Guerra Civil.
La contienda, aunque lejana, influyó de una manera determinante en la vida.Los perjuicios que trajo consigo el conflicto para las islas fueron comparables a los años 1914-1918. Las comunicaciones marítimas volvieron a sufrir los inconvenientes de la guerra. La agricultura canaria y su economía estuvieron al borde de la ruina, por la paralización del comercio con el exterior.
La única manifestación de tipo carnavalesco que podía llevarse a cabo, pese a la prohibición, era los bailes en las sociedades. Cualquier intento de sacar fuera de estos recintos el espíritu de la fiesta, era inmediatamente cortado por las fuerzas de orden público.
Si bien a comienzos de los cuarenta las medidas restrictivas eran celosamente guardadas, con el transcurso de los años la autoridad fue abriendo la mano, sin llegar a autorizar totalmente la fiesta. Se permitían ciertos actos que se desarrollasen en locales cerrados, y el mejor ejemplo de ellos eran los bailes de las entidades recreativas.
En el tiempo transcurrido desde la Guerra Civil hasta comienzos de los sesenta, se demandaban ya unas fiestas organizadas, y por fin, en 1961 se lleva a cabo la primera edición de las "Fiestas de Invierno" en Santa Cruz de Tenerife.
En la implantación oficial de las "Fiestas de Invierno" concurrieron multitud de factores, en la base de las cuales se encontraba la tradición popular. Sin embargo, y aunque no se han destacado en toda su amplitud, creemos que el aspecto turístico fue la baza principal que introdujeron los defensores de la fiesta.
Es precisamente a finales de la década de los cincuenta y principio de los sesenta cuando comienza a desarrollarse una lenta pero continua corriente turística en dirección al Archipiélago. Cada isla, cada población intentaba mostrar sus atractivos con vista a esta importante actividad económica.
Santa Cruz contaba con una tradición carnavalesca que se mantenía viva, cuando había prácticamente desaparecido en el resto del país. No puede resultar extraño que estas primeras "Fiestas de Invierno" fuesen organizadas por la Junta Provincial de Información y Turismo, y Educación Popular. Muy significativo es también el hecho de que recién finalizada la primera edición de las mismas, el Gobernador Civil en nota oficial señalase: "este primer paso es augurio de que, en el futuro, las Fiestas de Invierno, que coinciden con la temporada oficial de turismo, irán creciendo en importancia y valor artístico, en consonancia con las tradiciones de la provincia".
En la primera "Fiesta de Invierno", como en el "viejo Carnaval" predominaba la máscara individual, con disfraz indescifrable, compuesto por los elementos más heterogéneos. Progresivamente, se ha ido generalizando la costumbre de disfrazarse en grupo, a veces muy numerosos y con vestimentas de notable calidad. Todo ello ha originado un aumento del valor artístico de los desfiles, reuniones, concursos, etc.
Han sido por tanto, las agrupaciones de todo tipo, las que han propiciado con su participación el que las fiestas hayan alcanzado la vistosidad y categoría que hoy poseen.