Revista Talentos

Monólogo: una vendimia de las de antes

Publicado el 25 septiembre 2015 por Espe85
UNA VENDIMIA DE LAS DE ANTES.
Supongo que quien lea esto y haya vendimiado alguna vez en su vida pensará dos cosas, la primera es: “esta no ha vendimiado en su puta vida” y la segunda es: “esta está gilipollas”. La primera tengo que desmentirla tajantemente, la vendimia y yo somos viejas conocidas, la segunda… ¡Pues hombre! como todo el mundo, todos hemos sido, o hemos hecho, el gilipollas alguna vez. Sé que suena muy raro decir eso de “Una vendimia de las de antes”, sobre todo cuando te has pasado muchas vendimias pidiendo, casi implorando, que de una vez por todas, ya que tanto avanza el mundo, alguien tenga la genial idea de inventar una máquina para vendimiar, y por fin…¡¡¡La inventaron!!! Pero a veces es imposible que llegue septiembre y no recuerdes las vendimias de antes, y no estoy hablando de las vendimias más “industrializadas” en las que contratabas a gente que cumplía su horario y si te he visto no me acuerdo, que no tengo nada en contra de esto, por supuesto, pero es a otro tipo de vendimia a la que me refiero hoy, que quién la haya vivido ya sabe de qué estoy hablando aunque no haya ni empezado. Hablo de esas vendimias en las que la “cuadrilla” estaba formada por viejos conocidos, vecinos y amigos de la familia de toda la vida, de tal forma que aquello se convertía casi en un tradicional encuentro anual, solo comparable a la navidad, eso sí, con algo más de moscas, polvo y “dolor de riñones” y algo menos de glamour y villancicos.
Cuando llegaba septiembre era casi un ritual, no eran necesarios contratos ni pápelos, muchos eran los estudiantes que comenzaban sus clases más tarde porque había que ir a vendimiar, entre los cuales me incluyo. Quien iba a ir a vendimiar con alguna “cuadrilla” se sabía y lo sabía, poco más había que preguntar que qué día se empezaba, porque prácticamente era la misma “cuadrilla” de todos los años, los mismos vecinos y conocidos, y siempre, siempre, siempre, cada año había alguien que faltaba del año anterior y alguien nuevo que se incorporaba, así se iba produciendo la rotación habitual de la vida, pero siempre dentro del mismo circulo “amigo-familiar”. En esa época, entre uvas, espuertas, “dolor de riñones”, que no es más que las lumbares pidiendo auxilio, tractores, remolques, y como no, chascarrillos y un ambiente bastante distendido a pesar de la dureza del trabajo, como si de una reunión se tratase, todo el mundo se ponía al día de sus vidas, de lo que habían hecho durante el año y de los planes de futuro que tenían, era ese momento de encuentro, que quizás, por dejadez, no se vivía en otro momento del año.
Los roles y las costumbres estaban tan asumidos que no hacía falta que estuvieran escritos en ninguna parte, todo el mundo sabía quién era quien hacia “el moño” para marcar el largo de los líneos, todo el mundo sabía quién llevaba el tractor, quien colocaba la uva, quien hacía la comida, etc, etc, etc….Sin que nadie le dijera nada, porque el trabajo se distribuía de tal forma que cada uno sabía lo que tenía que hacer y en cierto modo hacía, dentro de la dureza del trabajo, lo que más le gustaba, y todo funcionaba a la perfección. Las costumbres también estaban muy bien asumidas por todos, todo el mundo, sin que le dijeran nada sabía perfectamente a qué hora se almorzaba, se comía, hasta cuando duraba la siesta, esto solo se puede hacer cuando vas con gente de confianza, cuando se “echaba el trago” o el “cigarro”, en función de si había o no fumadores en la “cuadrilla”, a qué hora se recoge, y hasta qué se comía… El plato más típico que hay en una vendimia manchega, “mojete” un guiso de patatas y carne para reponer fuerzas a la hora de comer, al tiempo que se ameniza con una buena charla y con algún chascarrillo o “pique” a alguno de la “cuadrilla”. Los días de fiesta se hacía arroz y el último día, el de “la bandera”, ese día tocaba celebración con su correspondiente asado.
Por desglosar un poco todo esto y de paso explicarlo, voy a hacer un pequeño resumen de lo que podía ser una vendimia. Por la mañana, a eso de las ocho, se llegaba al “corte”, es decir, donde había que empezar, se repartían las espuertas y todo el mundo a vendimiar al tiempo que se mantenía una amena conversación, el que estuviera despierto al 100% a esas horas, todo hay que decirlo. A eso de las diez o diez y media tocaba el almuerzo, un parón para reponer fuerzas y digamos tomar, lo que hoy en día se llaman, un desayuno continental, cargado de calorías, hidratos de carbono y azúcar, vamos que para verde ya estaban la cepas, y de nuevo a vendimiar. A las doce se “echaba el trago” o “el cigarro”, un descansito para sentarse un poco, refrescarse, lo que se podía, y el fumador, fumarse el cigarro de rigor. A eso de la una del mediodía la persona que tenía que hacer la comida ya iba abandonado “el corte” a fin de que a las dos en punto estuviera lista la comida para toda la “cuadrilla”. A las dos se comía el tradicional “mojete”, todos en la misma sartén o caldero, cada uno con su cuchara pero todos cogían del mismo sitio, y me vais a perdonar, pero nadie se cogía ningún virus extraño, o la vendimia inmuniza o lo que no mata engorda. Después de la comida se daba una cabezadita, normalmente debajo de una cepa y como nana el sonido de las moscas, para reposar de lo duro del trabajo, en ese momento se recogían todas las mantas, trapos y chaquetas que hubiese con tal de inventar, junto con la tierra que hay en el suelo, un colchón lo más confortable posible, eso sí siempre “con la cabeza a la sombra no te vaya a dar una insolación”. Después de ese pequeño descanso, otra vez a vendimiar y a eso de media tarde, se repetía el ritual “del trago” o “del cigarro”, a fin de descansar un poco y en muchas ocasiones, echarse algunas risas, y después otra vez de nuevo a la monotarea, a vendimiar. Este ya era el peor rato del día, porque el cansancio y el “dolor de riñones”, es decir, las lumbares pidiendo auxilio, convertían el día de vendimia en una prueba digna de cualquier competición deportiva o triatlón que se precie, hasta que llegaba la hora de recoger, en ese momento se cargaba toda la uva, se escondían bien las espuertas detrás de una cepa para el día siguiente y a casa a, por fin, descansar. Si malos eran los días que hacía calor, porque ese cansancio se multiplicaba por diez y no habían inventado forma humana de refrescarse, los días que llovía no eran mucho mejores, con esos trajes de lluvia tan cómodos, con los que acababas mojándote igual, las espuertas con cinco kilos de barro, y tus pies, mojados y aguantando unas plataformas de barro de, por los menos, quince centímetros. Dicho esto, también hay que decir, que cuando llevabas veinte días de vendimia te levantabas implorando al cielo que un día lloviera, para que ese día no se pudiera salir a vendimiar y descansar un poco esa espalda que estaba pidiendo la eutanasia a gritos, porque en vendimia no es que te cansaras a lo largo del día, es que después de dos semanas ya no te cansabas durante el día, porque amanecías cansado, el cansancio se convertía en parte de tu día a día hasta el punto que se quedaba para no irse, y hasta que no pasaba un tiempo prudencial, después de terminar la vendimia, no se iba del todo. Muchas eran las noches que durante la vendimia soñabas que seguías vendimiando y en sueños, veías uvas debido a la monotonía de la actividad y al cansancio acumulado, la vendimia no es solo una prueba física sino también psicológica.  
No es que el trabajo fuera agradable, ni mucho menos, es uno de los más duros que hay en agricultura, pero ese ambiente y esa familiaridad, hacían que la vendimia fuera un trabajo mucho más ameno que servía como nexo de unión con esas personas que a lo mejor solo veías en esa época del año, no porque no las apreciaras, sino porque llega un momento en el que cada uno tenemos nuestra vida y quedar un día para verse se convierte prácticamente en una gyncana.
Imagino que hay alguien que al leer esto se está llevando las manos a la cabeza diciendo que como puede decir eso, con lo que ha costado poner en este tipo de trabajos la jornada de ocho horas y todos los demás papeleos complementarios, y por supuesto no tengo nada en contra de esto, todo lo contrario, era necesaria la regularización, y el invento de la famosa, a la vez que deseada “máquina de vendimiar”, pero en este monologo no me refiero a esas “cuadrillas” más “industrializadas” me refiero a las “cuadrillas” de toda la vida, las que, aunque no lo sean, todos son de ”casa” y así se hace sentir.
Quizás, las vendimias eran una de esas situaciones en las que con todo en contra, el ser humano, seguía siendo humano y era capaz de demostrar que sabía sacar lo mejor de sí mismo ante una adversidad, demostrando, no solo que podía sacar ese duro trabajo adelante, sino que además era capaz, durante veinte días, de crear un clima de cordialidad, compañerismo y familiaridad, a fin de dulcificar y hacer más llevadera una tarea que en otras condiciones podría estar considerada casi como una tortura china.
P.D.: Si te gusta la lectura, los monólogos y el humor puedes leernos también en Ironías de la vida http://www.puntorojolibros.com/todas/Ironias-de-la-vida.htmy en Un tropiezo existencial http://www.puntorojolibros.com/Un-tropiezo-existencial.htm.

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