“cada cosa que pudo alcanzarse y fue olvidada va corroyendo las venas del reloj”Julio Cortázar
De su casa desalojó juegos de sábanas que se fueron caminando perdedoras, con las espaldas encorvadas. Así partieron las que una vez, atestiguaron el nudo de dos cuerpos.Expulsó dos almohadas, que arrastrando sus bordes, fueron a rodar cuesta abajo en las escaleras. Así partieron las que una vez, sostuvieron la frente que ella besaba.Despidió a una bufanda que se ahorcó en el ascensor ya estando moribunda, de tanto frío. Y como si fuera poco, desterradas fueron de la casa también, las lapiceras que una vez él había tocado.
No se salvaron del exilio después del desamor; ni las fotos, ni las canciones, ni siquiera el sillón.
Es que a Nahara, desde aquel día, dejaron de gustarle las cosas que le traían su nombre.
Dejaron de gustarle los sábados a la noche tanto, como los caramelos masticables.
Le dejó de gustar el helado de chocolate con almendras y mucho más, el de limón que él comía.
Las tostadas con manteca y las dos tasas del desayuno, se volvieron insípidas por los besos de buenos días que ya no pudo darle (de más está decir, que ya no desayuna con manteca y que en el fondo del cesto, perecieron de nostalgia las dos tasas)
Hoy, Nahara encontró dentro de un libro, una tarjeta con la leyenda: “estoy floreciendo en blanco y negro”. Mirando los trazos ajenos, se marchitó recordando que el libro que tenía entre sus manos, era su favorito y que solo a él, se lo había prestado. Comprendió entonces, que su libro ya no era sulibro y que jamás, volvería a serlo.
Se negó a llorar por los recuerdos que no se borran de los objetos al ser devueltos, se negó a llorar por ella, y se negó a llorar por él.
En su impotencia y para salvarse de la tristeza, Nahara, corrió a buscar el escarabajo de colores descompuesto que sus pasos solitarios habían comprado.
El escarabajo inmóvil, había dormido en una casa de antigüedades hasta que ella lo rescató. Y ahora ella, se aferra a él como quien abraza un salvavidas limpio de recuerdos.
“La casa y el escarabajo, están vacíos de vos” dijo susurrando al silencio que la rodeaba.
Claro que Nahara nunca lo sabrá: en aquella casa de antigüedades, el escarabajo se detuvo justo pasadas las doce y diez (el mismo día, que él se fue).