Emplazado en la Quinta Avenida y calle 86 se encuentra el edificio de dos plantas que data de 1914 en el que residiera la familia Vanderbilt, adquirido luego por el heredero del alma mater de la cosmética Estée Lauder en honor a su madre, ferviente admiradora de Viena. Sede de la Neue Gallerie desde 1994, es un lugar encantador con reminiscencias de la Belle Époque que alberga tesoros artísticos alemanes y austríacos entre los que se destaca Retrato de Adele Bloch-Bauer I, conocido como La dama de oro de Gustav Klimt, con el que el genial pintor inauguró su característico golden style.
Toda la segunda planta está dedicada al arte vienés y se pueden contemplar obras de Egon Schiele y Oskar Kokoschka así como objetos personales de Klimt, fotografías y bocetos; en la tercera planta se expone arte alemán y sobresale en mi opinión Wassily Kandinsky. Pero sin duda que La dama de oro, más allá de la originalidad y belleza de la pintura, ejerce una atracción magnética por la historia del cuadro, trágicamente entreverada con la expoliación de los tesoros que tuvo lugar durante el conflicto bélico del que fueran protagonistas los jerarcas nazis.
Adele Bloch-Bauer fue una mecenas de la Viena de principios del siglo XX, a quien Klimt inmortalizó entre dorados difusos con sus manos entrelazadas. El retrato fue descolgado por los nazis de su casa y exhibido durante más de 60 años en la Galería Belvedere; María Altmann, sobrina de Adele, cuyo marido Fritz había estado prisionero en un campo de concentración hasta que pudieron huir a Estados Unidos en 1942, emprendió una ardua lucha con el patrocinio del abogado Randol Schoemberg para recuperar el cuadro que le había sido legado por el marido de Adele, Ferdinand Bloch-Bauer, al morir en el exilio en Suiza.
La restitución fue dirimida por arbitraje y Austria debió entregar a María seis obras de Klimt, en lo que constituía una reparación histórica y un doloroso reconocimiento del rol del gobierno austríaco durante la invasión nazi. Ronald Lauder la acompañó durante el proceso y finalmente adquirió el cuadro que se exhibe en el museo de la Quinta Avenida, del que no se permiten fotografías así que hay que darse por satisfecho con la imagen de la réplica que se encuentra en el sótano, cerca de la tienda de recuerdos que vale la pena visitar.
Para terminar la tarde como si efectivamente estuviéramos en Viena, el café Sabarsky cuenta con cálidos asientos tapizados con telas de Otto Wagner y lámparas de Josef Hoffmann; la pastelería, acorde con el decorado, constituye una tentación y justifica la insoslayable espera para lograr conseguir una mesa en este maravilloso rincón de Neue Gallerie.
Top of the Rock
Cuando John Rockefeller adquirió el predio en el que hoy se encuentra el entramado de edificios que lleva su nombre imaginó un teatro de la Ópera en el lugar, pero como no pudo consumar la idea decidió crear una ciudad dentro de otra ciudad. El complejo cuenta con catorce edificios, una pista de patinaje sobre hielo, locales comerciales para todos los gustos, una tienda del Metropolitan Museum, un estudio de televisión y hasta un antológico árbol navideño.
Y en lo alto, en el piso 70 del gigante de cemento, se encuentra el mirador que compite con el famoso Empire State, el observatorio Top of the Rock. La temperatura despuntó con 23 grados en este otoño neoyorquino, un día ideal para subir hasta la cima de este edificio emblemático y contemplar de manera panorámica la ciudad.
Como suele suceder en Nueva York hay que armarse de paciencia, realizar la fila para obtener los tickets y luego retornar al horario indicado para una nueva fila hacia el ascensor previo cumplir los pasos de seguridad de rigor. Cabe destacar que adquirimos un pase combinado que nos permitirá ingresar al Museum of Modern Art por un precio reducido, con entrada válida para los próximos 90 días.
Mientras esperábamos nuestro turno nos dirigimos a probar un cupcake de Magnolia Bakery, acompañando la espumosa masa de chocolate con crema de vainilla con un sabroso café. Y casi sin darnos cuenta fue el momento de subir en el ascensor que nos disparó hacia una inverosímil altura, entre lámparas de cristal Swarovski e imágenes de la historia de la impresionante construcción, como una cápsula del tiempo que proyecta al visitante desde la luz artificial de la construcción hasta la claridad natural del cielo.
El Central Park, Staten Island, a lo lejos la Estatua de la Libertad que parece minúscula desde el observatorio, los edificios Chrysler y Empire State, los ríos East y Hudson…toda la ciudad se encuentra a disposición desde los paneles de seguridad de cristal que no se encuentran interrumpidos por obstáculos visuales y permiten disfrutar de la vista hacia los cuatro puntos cardinales. En suma, una experiencia que nos deja admirados y perplejos ante la magnificencia explícita de Nueva York.
Broadway: The Lion King
La plaza de Times Square ubicada en la esquina de Broadway y la Séptima Avenida es el lugar más vibrante y bullicioso de Nueva York. Es imposible describir el ritmo frenético que impera a toda hora, la cantidad de edificios, carteles publicitarios que compiten en originalidad e interacción, restaurantes, bares, museos y los emblemáticos teatros que se extienden a lo largo de la electrizante arteria.
Siguiendo la tradición que indica que no se puede partir de Nueva York sin haber visto una obra teatral, nosotros elegimos en esta oportunidad The Lion King, el fabuloso espectáculo que ha roto records de taquilla y se ha consagrado como el más exitoso en la historia de Broadway.
No es para menos, pues desde el primer minuto en que se despliegan máscaras, marionetas, actores y decorados con el fondo de la canción Circle on Life la magia invade el recinto del teatro y los aplausos se reiteran al final de cada escena, como un tributo a la creatividad y a la capacidad actoral de quienes asumen los roles clásicos del cuento de Disney.
En mi opinión los personajes de Rafiki y el joven Simba, interpretados por Tshid Manye y un encantador Julian Silva que encarna de manera increíble al simpático e inquieto cachorro de león, resultan superlativos en su interpretación; en tanto que el accionar de los titiriteros que dan vida a las marionetas de todo tamaño y color que representan a los animales de la selva es impecable en su profesionalidad. Sin dudas un espectáculo fantástico por calidad y puesta en escena, para agendar si en algún momento se visita esta ciudad.