Revista Diario

Niebla

Publicado el 14 octubre 2011 por Chirri

Niebla

Hay mucha gente que no le gusta pasear por el campo bajo la niebla, puedeque sea por miedo a perderse y no encontrar el camino de vuelta, también pordar un mal paso y precipitarse por una sima, es posible que sin ser tantremendista, sencillamente les disguste salir al mundo en un día generalmentedesapacible, húmedo y frío.Les respeto, pero creo que no saben lo que se pierden. ¿Bondades?Infinitas, para mi gusto, no difieren mucho de pasear en un día luminoso enprimavera, la sensación de hollar por primera vez un suelo virgen, dejando enlas hierbas húmedas por el rocío la marca de tus huellas, pagando eso sí, elpeaje de mojar tu calzado, nada que preocuparse si has tenido la previsión desalir de casa embutido en un buen par de botas.¿Más? Por supuesto, ¿no notáis la sensación de recorrer un camino nuevo quese va abriendo a tu vista según vas caminando? Los paisajes aparecen como siestuvieses dentro de un túnel, descubres cada paso un paisaje nuevo, un nuevoárbol, una roca, una valla; una vaca pastando te parece un animal reciéndescubierto para la ciencia, la lluvia que le chorrea por el lomo, le da uncolor completamente nuevo a su pelaje, ya no es el pardo y blanco de siempre,ahora hay infinitos tonos imposibles de definir e incluso de llevar a la paletade un pintor.Qué decir de los árboles, en la sierra abundan los fresnos mil vecesdesmochados y mil veces brotan de nuevo las ramas, por lo que no hay que forzarmucho la imaginación para verlos  comogigantes con los brazos extendidos al cielo intentando alcanzar un yo qué sé,pues con la niebla no te imaginas su anhelo, hay un techo demasiado cercano ala vista, o quizás es precisamente la niebla lo que los fresnos sustentan.


Niebla
De todas formas, es imposible que yo me pierda, conozco prácticamente todaslas sendas y vericuetos y sé donde podría dar un mal paso para evitar circularpor ciertos lugares. Un consejo, caminad por las sendas justo entre lasrodadas, otrora de los carros de bueyes, y en la actualidad provocadas porvehículos llegados de allende los mares denominados “pick-ups” ahora de modaentre los ganaderos serranos, entre las rodadas, puedes caminar entre hierba,evitando en todo momento pisar el barro de los caminos y además tendrás unaperfecta referencia del sendero y evitarás perderte.Eso hice yo esa mañana alejándome del pueblo, pero ensimismado como iba, nodebí de seguir perfectamente mis propias instrucciones, puesto que de repenteme di cuenta que no sabía dónde me hallaba, es fácil saberlo, de repente cadapaso que daba los gigantes  que se abríana mi paso por la dehesa eran totalmente desconocidos para mí, y sus largosbrazos ya no querían alcanzar el techo, más bien se empeñaban en alcanzarme yrodear mi cuerpo con sus garras con siniestras intenciones. Cuando te pasa eso,la llovizna que trae la niebla o refresca tu cara pues se convierte en iniciosde lágrimas saliendo de tus ojos y la hierba que tan a gusto pisabas, seconvierte en pequeños liliputienses que intentan sujetar tus pies con finoshilos con la malévola intención de hacerte caer.
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Cuando te sientes perdido, la primera intención es dar marcha atrás ydesandar el camino andado, pero, ¿Por dónde queda atrás? Giras ciento ochentagrados y te preguntas: ¿es por aquí? Los mismos gigantes, la misma llovizna,los mismos liliputienses. Afortunadamente siempre me guardo un as en la manga;en un valle, si vas hacia abajo, tarde o temprano encontrarás el río que loatraviesa y a partir de allí sólo es cuestión de seguirlo y encontrarás algunode los pueblos atravesados por él.Como la dehesa es bastante plana, seguí una de las caceras que  discurrían regándola. Caminé bastante tiempoparalelo a su curso, dándome cuenta que no podía imaginar que la dehesa fueratan extensa, en otras visitas veraniegas con toda la claridad, nunca habíatardado tanto en atravesarla.Todo parecía mágico, la niebla cada vez más espesa, el desconocimiento demi situación y de repente lo inimaginable, una verja de metal cerrándome elpaso.


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Ahora si que algo no transcurría razonablemente, nunca, repito, nunca habíaencontrado allí una verja, tampoco tenía su razón de ser, estábamos en ladehesa boyal, terreno comunal de los ganaderos del pueblo y era imposible elaparcelamiento del terreno y la edificación de una vivienda.Movido por la curiosidad seguí el perímetro de la verja, hecha esta dehierro forjado, de considerable altura y rematada en aguzadas puntas que lahacían inviolable; nunca había visto nada igual en mis anteriores paseos nihabía oído comentarios sobre este hecho, pero siguiendo con mis cavilaciones,por fin encontré una puerta.Si la verja estaba artísticamente trabajada, el portón de entrada eramagistral, posiblemente un orífice no lo hubiera hecho mejor en el noble metal,si no fuera porque estaba hecha varios cientos de años después, se podría decirque había sido hecha por  Fray Franciscode Salamanca, al igual que la del cercano Monasterio de El Paular, magistralartesano.Empujé el portón a sabiendas que estaría abierto, no podía ser de otramanera, el misterio se presentó ante mi persona y no era concebible el que nopudiera ser desvelado, con un chirrido quejumbroso, franqueé la puerta y meintroduje siguiendo un camino pavimentado de losas de granito, cosa queagradecí, estaba harto de pisar hierba siempre mojada con su insidiososilencio, el pisar sobre piedra me devolvía el ruido de mis pisadas, rompiendoel absoluto y chillón sonido de la nada que hacía que mis oídos zumbasencontinuamente.El camino serpeaba entre abetos más acogedores que los fresnos, pues estosno tenían garras ni intención de sujetarme, más bien iban apuntando el camino aseguir, vigilantes y enhiestos como soldados.La lluvia paró de repente, por lo que pude frotarme los ojos para enjugarel agua que discurría por ellos y ver algo irreal frente a mí, una reciamansión berroqueña, digna de un marqués o de un indiano recién llegado de lasAméricas, apenas distinguible el techo de pizarra asumido por la niebla, conaltos ventanales y media fachada tapizada por el ramaje de lo que en tiemposdebió ser una exuberante enredadera, convertida por el tiempo y el abandono enuna telaraña de color marrón marcando como una cicatriz la fachada deledificio.Al haberme detenido el silencio debía haber regresado, pero no, una dulcemúsica salía del porche, otrora pintado de blanco, allí una dama en vuelta engasas y tules, figurando un vestido poco acorde con la moda presente, tocaba elarpa como sólo la diosa Hathor o las quijotescas Altisidora y Dorotea, hubieransido capaces de sacar tanta armonía a tan bello instrumento, si el cieloexiste, tiene que haber un sonido así dentro de él.  No se cuanto tiempo estuve ensimismado contemplándola y disfrutando deaquellos acordes, imposible sentirse mejor, me habría quedado allí toda lavida, pero todo tiene su pero, hay un certero dicho que nos dice: mañanita deniebla, tarde de paseo y así comenzaba a ser, se acercaba el mediodía y algunosatisbos de color azul se colaban entre el gris dominante, incluso un leve rayode sol juguetón se coló entre el espeso meteoro golpeando a la mansión, y estase deshizo.Así, de repente y sin parar, según se abría el día y los blancos y azulesdominaban a los grises, todo a mi alrededor iba desapareciendo, los abetos, elcamino adoquinado, el techo de pizarra, los ventanales, la hiedra y ¡Ay! elporche y la dama con su música y el arpa.Me rebelaba aquella intromisión, ¿Cuántas veces he dicho que no hay nadacomo un día de niebla? ¡Vuelve! Pero no hubo caso, todo se transformó en unestúpido día brillante y soleado.

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