Revista Literatura

Nueva novela

Publicado el 14 diciembre 2018 por Ars

Nueva novela

Todos tenemos sueños. No importa cómo sea nuestra vida, siempre buscamos algo que nos justifique. Los sueños son armas que los demás pueden utilizar contra nosotros, pero también son algo que nos ayuda a crecer y a ser mejores.

Hay otra clase de sueños, aquellos que vivimos mientras dormimos. Cuando nuestra mente vaga libre por ese otro mundo sobre el que no tenemos ningún control. Entonces podemos toparnos con seres a los que desearíamos conocer, pero también con aquellos a los que tememos encontrar.

Quizá los sueños sean mensajes que nos enviamos a nosotros mismos desde algún lugar lejano.

Todos duermen. La noche es fría y sin luna. Sus pies se arrastran cansados atravesando el claustro. El anciano se dirige al scriptorium, le queda poco tiempo y los remordimientos no le dejarán morir en paz si no descarga su alma. Ya es tarde para hacer nada por ellos y lo sabe, su corazón se encoge cada vez que recuerda a aquel al que quiso como a un hijo.

Quizá ese último gesto no sea más que fruto de su miedo a tener que rendir cuentas ante el Señor, aunque tampoco Él hizo mucho en su lejano trono. Suspira y una bocanada de aire frío sale de su boca. "Los remordimientos", se dice, "son mi castigo, he convivido con ellos tanto tiempo que se me han pegado al cuerpo como una capa de piel que no muta". Cierra la puerta tras él y se dirige a una de las mesas. Con cuidado saca el pergamino negro de debajo de su hábito y lo despliega sobre la mesa. Observa un instante la firmeza del escriba que dibujó aquellos caracteres rojos en una lengua arcaica, y se lamenta de que su profundo estudio del lenguaje olvidado hubiese propiciado que desentrañara los mensajes en él relatados. Se estremece. A pesar de su inmutable determinación no puede evitar que el temblor de sus manos le recuerde que es su alma lo que está en juego.

Aparta a un lado el pergamino y se dispone a iniciar su narración. Coge el raspador y afila la punta de la pluma, después la introduce en el calamarium lleno de tinta. Se detiene y escucha atentamente. El viento aúlla entre las piedras del monasterio y juega a colarse por las rendijas alterando los nervios del viejo abad con sonidos que le recuerdan voces de su pasado.

Respira hondo y su mirada se ve irremediablemente atraída de nuevo por el pergamino negro, como si aquellas palabras escritas con sangre lo llamaran a gritos en medio del silencio. La primera frase del conjuro resaltada por la mano del antiguo escriba se repetía en voz alta en la cabeza del anciano: Vendrá desde el otro lado y ocupará su lugar para sembrar en tierra yerma. Su lengua se retorcerá y sus pasos os guiarán hacia el futuro. Mientras él acecha en las sombras para darle caza, porque nadie puede vencer al Tiempo.

El escriba marcó un rectángulo en el que deberá escribir el nombre con sangre de su sangre. Sabe el nombre que escribirá. Entre todos los que murieron solo puede elegir uno. Ha pensado mucho para dirimir cuál fue el principio de todo. Quién desencadenó la tragedia.

Antes de eso tiene otra laboriosa tarea. Dejar constancia de todo lo que aconteció para que, en caso de que el conjuro funcione, todo esté narrado tal y como sucedió. El abad moja de nuevo la pluma y suelta el aire que ha quedado retenido en sus pulmones antes de colocarla sobre la superficie rugosa del códice. El silencio de la noche se ve suavemente alterado por el sonido que hace el instrumento de escritura al deslizarse. Escribe el encabezamiento:

"Testamento del abate del Monasterio de Suverte, Bertrand de Riell, a 2 de febrero del año del Señor 1017. He aquí el relato de mi historia, que me apresuro a escribir a sabiendas de que el destino cabalga hacia nosotros acompañado por Los Jinetes del Apocalipsis".

La luz de la vela titila, mientras la cera va cayendo tratando de escapar antes de quedar petrificada. Al anciano le duelen los huesos y su vista está cansada. La nieve se acumula fuera del monasterio y el día amanecerá con mucho trabajo para los monjes. Acerca más la vela al manuscrito, y comienza su narración: "Maese Pedro abrió el portón del monasterio con ruido de goznes herrumbrosos y madera vieja..."


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