Ocaso

El hombre se percató que estaba fuera de lugar, había pasado una eternidad desde que le habían reconocido sus meritos profesionales.
Atrás quedaron los años de vino y rosas donde le hacía la pelota una colección de oportunistas que aplaudían sus gracias.
Había dejado de ser un tipo influyente su estrella se apagó de golpe.
Los días en los que era temido por sus soflamas pontificando sobre una sociedad que detestaba ya no intimidaban a nadie, no podía pastorear al rebaño desde las ondas como había hecho desde bien jovencito.
Devorado por su propio ego desmedido, se fue enemistando con el mundo, hasta construirse una torre de marfil donde nadie podía acceder, desde la cual vomitaba su ira contra aquellos que no procedían según parecer y mucho menos compartían su cosmovisión.
Desde su pedestal, se dedicaba a menospreciar a aquellos que no pensaban como él.
Tenía la habilidad de generar polémicas allí por donde pasaba.
Un día abandono resentido las ondas, menospreciando a los que fueron sus compañeros, poco menos que tachándolos de traidores.
Desde las redes sociales se dedicó a alimentar la polémica para seguir en la brecha.
Ese día se me cayó uno de mis ídolos, ese día deje de admirarle.
Se convirtió a mis ojos en un hombre culto pero resentido a quien no tener en cuenta, el rencor es un mal compañero vital...
Ahora es un hombre que vomita contra todo y todos.
El locutor con vocación de pastor, se quedó sin micrófono, para aleccionar a los demás, en el dogma de lo políticamente correcto, lanzando duros y crueles comentarios contra aquellos que no le siguen, como el guía espiritual que quiso ser.
El hombre sigue en su nube, pero ahora ya no atrona con su voz, diciendo lo bueno que es él y lo malos e imperfectos que son los demás.
Lo malo de los pastores es que jamás ven el gris, que la humanidad llama término medio, el mundo no es tan perfecto como algunos dioses de micrófono quieren ver…