Recuerdo, hace muchos años, cuando el futuro era tan maleable como un trozo de arcilla húmeda. Pienso en tantos y tantos planes de vida que hice y deshice una y otra vez como si se tratara de un juego. En cierta forma lo era, el juego de la vida, el de la ilusión y las ideas locas. Recuerdo también lo a menudo que acababa rodeado por gente más mayor que yo, las historias que contaban y que para mí resultaban tan incomprensibles como fascinantes. Mi mente viaja al pasado y vuelve a vivir aquella noche en la que me tomé un chupito de licor chino y presumí de resaca al día siguiente. No sabía entonces lo que era una resaca, igual que ahora no sé muchas cosas y trato de disimular mi ignorancia.
Era tan fácil vivir que teníamos que hacerlo complicado para que tuviera gracia. Pequeños detalles que se convertían en gestas heroicas que nos distraían del inminente futuro que se acercaba traicioneramente sin que nos percatáramos de ello. Viajábamos en tren y nunca mirábamos por la ventanilla. Ahora es cuando me atrevo a mirar el paisaje y, cuando veo los colores mezclarse y fundirse como si fueran acuarelas, me da vértigo lo rápido que voy.
La eterna preocupación, la obsesión más vieja del ser humano: el paso del tiempo. ¿Original? En absoluto. Soy uno más de los muchos que se asoman al precipicio y no pueden dejar de observar la oscuridad por mucho que les atenace el corazón. No hay finales felices. La misma sal que da sabor a la vida es la que escuece luego en la herida. Y yo sólo me pregunto una y otra vez ¿para qué? ¿Para qué pelear, preocuparse, luchar, rendirse, reír y llorar? ¿Qué sentido tiene este parpadeo tan breve, esta muestra gratuita de experiencias?
Corremos en una carrera que está amañada, pero no perdemos la esperanza de poder quedar primeros. No podemos. Vamos a perder, ni siquiera vamos terminar en segundo puesto, llegaremos los últimos y no habrá nadie en la meta para darnos la bienvenida. Estaremos solos porque lo único seguro es que vamos a perder todas y cada una de las cosas que nos importan. Todo lo que queremos acabará roto, oxidado y hasta los mismos recuerdos se borrarán de nuestra frágil memoria. Ese es el camino de rosas que nos toca transitar, ese es el paisaje que se ve desde este tren desbocado. Jugamos a vivir y en esta partida no vale con echar otra moneda cuando aparece Game Over. No hay trucos, no hay atajos, sólo una maraña de caminos que se entrecruzan y que nos dan la sensación de estar acompañados. Pero no lo estamos.
Me gustaría pensar que estoy loco, que mirar tanto tiempo el abismo me ha llenado de oscuridad. Me gustaría creer que la gente que quiero siempre estará conmigo, que, de alguna forma, encontraré un refugio donde preservar a todas las personas que son importantes. Me gustaría empacharme de experiencias antes de tumbarme sonriendo y satisfecho en la arena de alguna playa desconocida. Me gustaría cambiar muchas cosas, volver a andar el camino, separar los pies del suelo y rozar de nuevo las nubes. Me gustaría todo eso, pero, sobre todo, desearía ser el niño cree tener resaca después de tomar un chupito de licor chino.