Revista Diario

Otoño

Publicado el 25 septiembre 2020 por Laika
OTOÑO

El Otoño acaba de llegar para quedarse.

Y presiento que va a ser un Otoño extraño, igual que la Primavera y el Verano.

En apenas un día hemos pasado de tener 28 grados a 12.

De la noche a la mañana he tenido que dejar las sandalias y los vestidos vaporosos de verano y buscar algo de abrigo en el armario.

Mis rutinas se verán un poco alteradas, por otras más propias de esta época. 

Los largos paseos a primera hora de la tarde, el cine, la lectura, la escritura formarán parte de mis horas.

Estuve esta semana en una clínica privada visitando a un enfermo. 

Como es habitual en mi, no me perdí detalle.

A la entrada un control exhaustivo de geles, avisos controles...

Una vez dentro, mis pasos se dirigieron al encuentro de mi amigo a través de largos pasillos repletos de pacientes.

A mi lado pasó una pareja de mediana edad. Él la llevaba cogida por la cintura con enorme afecto. Ella, demacrada, pálida, triste...

Una vez que hubieron pasado a mi lado, les observé a lo lejos.

Él, la abraza sin ningún recato, le acaricia la cara, el pelo...

No sabe que más hacer, para demostrarle, que a pesar de la mala noticia, o los peores resultados, su amor por ella está ahí para lo que haga falta.

Me conmueve su actitud.

La vulnerabilidad de ella, también.

Creo ver una lágrima correr por su rostro.

Se pierden a lo lejos, con los demás viandantes a través del cristal de la puerta de entrada.

De repente, una voz malhumorada me despierta de mis pensamientos.

-¿Puede quitarse de en medio? me grita un hombre de edad avanzada y malas pulgas.

Va por el pasillo a grandes zancadas, llevando todo por delante. Hasta ha rozado el sofá cercano al pasar.

Prefiero no hacer ningún juicio de valor, tratándose del lugar en que me encuentro.

Quizá su prisa y sus malos modos se deban a las circunstancias por las que está pasando. Malas noticias, noches en vela al pie de la cama del familiar enfermo, cansancio, tristeza...

Me siento culpable de mi despiste, habiéndome interpuesto en su camino.

Pero no es esta la primera reacción desmesurada del día. Esta mañana al bajar la escalera, mi vecina salió a mi encuentro. Y también, Nora, su perrita.

En el piso de arriba había comenzado a limpiar la escalera la chica que realiza estos menesteres. Al llegar al descansillo donde charlamos mi vecina y yo, nos recrimina de malos modos con la misma pregunta: "¿Podéis quitaros de en medio?"

Lo dice con tono malhumorado, con enfado.

Va con prisa, con demasiada prisa.  

Y es que, en pocas horas tiene que limpiar varias escaleras del barrio y no llega a tiempo.

Un trabajo arduo y quizá mal remunerado.

Trato de tener empatía y no juzgar.

Creo que los últimos acontecimientos nos influyen a la hora de nuestras rutinas diarias.

El miedo, la angustia, el temor de enfermar o perder el trabajo, la incertidumbre que hay a nuestro alrededor, está cambiando nuestra manera de vivir y hasta nuestro propio carácter.

Un par de chicos jóvenes, pasa junto a mi con un ramo de rosas. Llevan la ilusión a flor de piel. Sonríen, sus pasos son seguros y acompasados. 

Quiero pensar que han recibido una buena noticia.

No todo tiene que ser malo en este lugar.

- Mamá, Araceli, esos zapatos...

Es un hombre de mediana edad que cobija entre sus brazos a su madre. 

Caminan despacio. 

Quizá más de lo que requiere el momento.

La enfermera acaba de pronunciar su nombre.

Araceli, es una mujer delicada, muy elegante, con una sonrisa tierna, que fiel a si misma, no ha querido dejar de ponerse unos preciosos zapatos de tacón que resbalan al caminar, para acudir a la cita con el Oftalmólogo.

Genio y figura...

Su hijo se encarga con su fortaleza que no caiga al suelo.

Ella sonríe sin parar.

Él también.

Hay una enorme complicidad entre ellos.

Sonrío de buena gana.

A lo lejos veo a una mujer joven con un bebé en brazos.

Apenas tiene unos días.

Duerme tranquilo.

Es una estampa preciosa.

La maternidad, el milagro de la vida, se hace presente iluminado por unos instantes aquel lugar de dolor y muerte.

Vida y muerte, siempre presentes.

Fuera, la vida sigue con el ir y venir de las gentes, intentando olvidar el miedo, el dolor, la angustia...

Las hojas de los árboles, vuelan hasta quedarse atrapadas en lo alto de un banco, o en una cornisa, negándose a morir. 





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