Revista Literatura
Para Elisa
Publicado el 07 octubre 2016 por Falcalde87Para Elisa
La mujer recibió la noticia de su vida: tras años de espera la requerían en un puesto de trabajo de la administración del estado para cubrir una plaza durante un periodo vacacional. Ella aceptó sin pensarlo mucho y al día siguiente firmaría el contrato feliz porque en Justicia, que era la oposición de la que hacía más de un lustro se había examinado como agente judicial, se habían acordado de ella, por fin.
El único inconveniente era que tenía que desplazarse a la capital de la provincia, pero entrando en Internet supo de una residencia en que muchos funcionarios eventuales como ella alquilaban una habitación para así solventar el capítulo de dónde establecerse mientras durase el contrato. Llamó y concertó su llegada para el día siguiente. Se trataba de un edificio neoclásico con una gran escalinata flanqueada por un enorme jardín poblado de árboles de distintas especies, aislado de la calle por una valla del mismo estilo que el edificio que las monjas que regentaban la institución abrían y cerraban de noche. Impresionante. Precioso. Y lo mejor, no muy caro y cerca del trabajo.
Firmó el contrato y se incorporó a su puesto inmediatamente.
Los días iban pasando tranquilos hasta que un nuevo compañero llegó a su oficina. Resultó que ya se conocían de años atrás, habían sido vecinos en su ciudad de origen, pero su relación había sido inexistente, sólo de hola y adiós en el ascensor. Él padecía una enfermedad psiquiátrica y formaba parte de ese tanto por ciento de personas con problemas que el estado contrata para su inserción laboral. Se saludaron y a otra cosa. Se veían a diario. El hombre preguntó a la mujer que qué hacía por las tardes al salir del trabajo. Le preguntó si querría ella salir a tomar algo con él, pero Elisa le contestó con toda la inocencia que ella prefería quedarse en casa estudiando para la oposición que había decidido preparar y en meses iba a salir.
Resultó que Daniel, que así se llamaba el hombre, había tomado habitación en la misma residencia que Elisa, lo que llevó a preguntarle si ella querría bajar a la sala de televisión con él. Elisa estaba felizmente casada desde hacía más de treinta años y su marido lo era todo para ella. De nuevo le dijo que prefería quedarse en su cuarto estudiando, leyendo o escuchando la radio.
Durante los días siguientes él se hacía el encontradizo con ella continuamente, asunto al que ella no dio mayor importancia, ya que verse por aquel Palacio de Justicia no era tan raro, pues sus dimensiones no eran para perderse. La veía, pero no decía nada.
Cuando Elisa llevaba gran parte del contrato cumplido, unas compañeras le contaron que Daniel había estado preguntado por ella a todo el que veía diciendo que los dos regresarían juntos a la residencia en el coche que él tenía y que ambos iban a celebrar el fin de su contrato. La mujer negó diciendo que no tenía relación con ese compañero, y que no tenía intención alguna de subirse en su coche, y mucho menos celebrar nada con él.
Ella empezó a hilar cabos. Las miradas en la cafetería de personal sin decirle nada, las muchas veces que se lo encontraba por todas partes. Por primera vez sintió miedo. Lo comentó con algunas compañeras en el vestuario con las que había establecido una relación de confianza.
-Estás paranoica. Nadie te persigue. Vive la vida y disfrútala, nada te amenaza –le decían ante los temores que ella exponía.
Aquel día salió del trabajo casi de noche, pues en su departamento tenían mucho trabajo atrasado. Cuando llegó a la residencia, tenía que atravesar el enorme jardín cuajado de lugares en los que ocultarse para superar la escalinata. Cuando entró por la puerta respiró aliviada. Nada. Qué imaginación la suya. Subió hasta su cuarto. Entró.
Se metió en la ducha. Salió. Cenó algo liviano y se tumbó en la cama. Se fue calmando a medida que transcurría la noche.
Al día siguiente Daniel ya no estaba en el trabajo, lo que la colmó de paz.
Pero también aquel día era casi de noche cuando se disponía a entrar en la residencia tras la jornada laboral. Y cuando iba a hacerlo, oh sorpresa, él le salió al encuentro.
-Hola querida -dijo- te estaba esperando.-Lo siento, Daniel, pero no veo la razón.-Vamos a celebrar que ya he terminado mi contrato.-No, disculpa. No te conozco más que de vista y además no alterno, estoy felizmente casada. Por favor, déjame pasar. Mucha suerte en tu vida. Adiós Daniel.
Pero el hombre tenía otros planes. La atacó. La arrastró entre los árboles y allí la golpeó hasta que ella quedó tendida inconsciente.
-Error, Elisa. Tenías que haber dicho sí, dicho sí, dicho sí -repitió mientras se balanceaba nerviosamente de adelante hacia atrás.
Al día siguiente una de las monjas la encontró y llamó a una ambulancia.
Pero Elisa no pudo superar la fuerza de una obsesión. Su futuro se desarrollaría en una camilla de hospital, en un coma que ya nunca le abandonaría. Daniel había vencido.
Nunca subestiméis la fuerza de la mente, nunca olvidéis que lo que para unos es blanco, para otros es negro. Pero sobre todo lo que nunca debemos obviar es la fuerza del amor enfermizo.
Demasiado tarde para Elisa.
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