Sé que no leerás estas palabras, lo sé porque te pedí que no lo hicieras. Ya no sigues a este minero ni tu bandeja de entrada recibe noticias mías cuando publico de nuevo. Sé que nadie excepto tú podrá entender este texto y, aún sabiendo que no vas a verlo, tengo la necesidad de escribirlo. Lo hago porque espero que en un futuro recuerdes que aquí había una mina en la que se buscaban diamantes para ti. Escribo porque quizás tus pasos te traigan a este lugar y puedas reconfortarte con esto. No lo sé, la verdad. Seguramente estas palabras caerán en el olvido y nunca se presentarán ante tus ojos. Escribo esto porque la escritura me libra del veneno que llevo dentro y, en este momento, estoy lleno de él.
Ya no estás aquí, ni allí, pero sigues estando y no dejarás de estar. Nuestro sendero se ha partido y tú has ido al norte mientras yo me dirigía al sur. Destinos opuestos imposibles de mezclar. Espero que en el norte brille el sol, que caliente tu piel y que esté lleno de terrazas en las que tomar cervezas. Deseo que tu azotea se llene de risas, de bailes y de meditación. En el norte hay cosas buenas, pero no sé lo que me espera en el sur.
No puedo averiguar lo que hay más allá porque una gigantesca montaña me obstaculiza la vista. Debo escalarla y me siento pesado, cargado de recuerdos. Así que me detengo, abro la mochila y busco algo de lo que pueda desprenderme. Veo un último beso, lo dejo en el camino e inmediatamente me siento más ligero. Un abrazo, una fotografía, un paseo, una broma, una sonrisa, un orgasmo, un piropo… Saco todo de mi bolsa y lo voy dejando mientras subo la montaña. No es fácil, cada recuerdo que abandono hace que me encoja y llore, no quiero desprenderme de ellos pero, para mi desgracia, debo hacerlo para escalar la montaña.
Escribo esto porque lo siento. Siento haberte odiado a momentos, haber sido injusto contigo y no haber sabido ponerme en tu lugar. Querías ser la mala de la película, pero lo lamento, no tienes lo que hay que tener para ese papel. En esta historia no hay ni malos ni buenos, ni siquiera regulares. Los sentimientos tienen vida propia y no podemos gobernarlos. Si hay que buscar un crimen del que ser culpable, que sea de sentir con sinceridad hasta las últimas consecuencias y si hay que condenar a alguien, que nos condenen a los dos por haber vivido y sentido sin ningún rastro de falsedad.
Siento también que me tengas que perder, siento no tener la entereza suficiente como para permanecer a tu lado y ser tu apoyo pase lo que pase. No puedo hacerlo, no soy tan fuerte y siento que mi falta de madurez tenga que herirte en estos momentos. He aprendido mucho contigo, pero me queda mucho por aprender, cuestión de tiempo.
Sé que estarás bien, porque forma parte de tu naturaleza y porque te mereces estarlo. Yo, por mi parte, lo estaré también. Cada paso en esta montaña dolerá, pero fortalecerá mis músculos y me transformará en algo mejor. Estaré bien, te lo prometo.
No sé si dentro de unos años leerás esto, pero espero que ahora en el fondo de tu ser sepas cuales son mis verdaderos sentimientos. Que, si me enfado, es con la vida y no contigo. Que, si lloro, es por nosotros y no por tu culpa. Que, si odio, es por lo mucho que he querido.
El futuro se presenta incierto para ambos, lleno de incógnitas y batallas por librar. Quién sabe si pasará el tiempo y seré lo bastante fuerte como para descender y recoger los recuerdos que fui dejando en el camino. Quién sabe si mi mochila será más grande y podrá cargar con los viejos y los nuevos. De nada sirve pensar en eso, el futuro llegará y, por qué no, quién sabe si desde lo alto de mi montaña podré verte en tu azotea bailando, haciendo yoga y, por encima de todo, siendo feliz.