La primera vez fue poco menos que ininteligible: el protagonista Casaubon y sus amigos de la editorial Garamond imaginando el Plan, una especie de conspiración para dilucidar el misterio tantas veces buscado acerca de los Templarios y otras sociedades secretas. El péndulo de Foucault y sus diez capítulos denominados a la manera de los sephirot cabalísticos, aún con la confesión expresa de Umberto Eco acerca de su irreverencia ante los saberes caracterizados como ocultos, me deparó una lectura intrigante y cautivadora a la que retorné una y otra vez a lo largo de los años.
Más tarde el estado de desesperación ante la página en blanco y la tarea que concebía como titánica me llevó a las páginas de Cómo se hace una tesis. El pequeño tratado acerca de las técnicas de investigación y escritura es el libro más leído del autor italiano, que introdujo a tantos estudiantes en el camino arduo de la elección del tema, la sistematización de la bibliografía y la estructura de elaboración de la anhelada tesis de grado.
Como para tantas personas aficionadas a la lectura, la inmersión en El nombre de la rosa a fin de dilucidar los acertijos de Guillermo de Baskerville y su pupilo Adso de Melk acerca de los crímenes que se sucedían en la abadía medieval resultó una inolvidable experiencia. Con un añadido en este caso que situó al libro en el Olimpo de mis favoritos: Jorge de Burgos, el bibliotecario erudito y ciego, fue un homenaje de Eco al legado inconmensurable de Jorge Luis Borges.
Umberto Eco se fue de este mundo el pasado 19 de febrero, desde su casa en Milán. Filósofo, semiólogo, prolífico escritor y catedrático experto en Tomás de Aquino, ha dejado huella profunda que lo eleva al carácter de irreemplazable para sus lectores, esa impronta única que torna la pronunciación de una palabra en referente de la obra de un escritor en particular. Gracias de todo corazón, porque péndulo y tesis y rosa resultan vocablos exclusivos de Umberto Eco en el universo de mis lecturas.
Bikini
Un atolón es un islote coralino con forma anillada o bien un conjunto de pequeñas islas que forman parte de un arrecife de coral; la mayor parte de los atolones se encuentran ubicados en el océano Pacífico y entre ellos el más famoso por dispares motivos es, sin duda, el de Bikini, cuya denominación constituye una deformación fonética de Pikini, como lo llamaban los nativos habitantes del lugar. Toda su población estaba constituída por 167 personas desplazadas de su tierra por el ejército de Estados Unidos, que utilizó Bikini para ensayos nucleares en el año 1946.
Simultáneamente Jacques Heim y Louis Reard residían en la Francia de posguerra y llevaban adelante sus propias carreras: el primero diseñador, el último ingeniero mecánico vinculado al negocio de la moda por parte de su madre, quien era dueña de una lencería. Ambos habían imaginado un traje de baño femenino menos pudoroso que el empleado hasta el momento, una pieza que permitiera a las mujeres lucir más piel al sol.
Louis Heim fue el primero en enseñar al mundo de la moda su Átomo, compuesto por una falda corta y una camisa sin espalda que dejaban al aire un par de centímetros de piel a la altura de la cintura. Unas semanas más tarde Heim promocionó su creación como “Bikini, el traje de baño más pequeño del mundo”, y vaya si lo era: parecía ropa interior en el cuerpo de Micheline Bernardi, la modelo que estrenó en la piscina Molitor de París allá por 1946 la prenda femenina que se impone hasta el día de hoy, en sus versiones diversas, por las arenas de las playas de todo el mundo.
Testeos reparadores
Los días de verano continúan, soleados y espléndidos, en este hemisferio austral. Impregnadas de sol y mar las pieles se broncean, se relajan y se fortifican con los baños marinos, inmersas en las aguas tonificantes del océano Atlántico.
Pero el tan ansiado estío trae consigo los consiguientes efectos secundarios, derivados de las exposiciones al sol y el exceso de chzapuzones marítimos: la sequedad de la piel. El imprescindible protector solar se desvanece luego de varios minutos bajo las olas, y resulta necesario adoptar medidas para prevenir resultados indeseables.
Karina Rabolini ha desarrollado una crema tonificante y rejuvenecedora para las manos con manteca de karité y multivitaminas, cuya textura rica y liviana la torna adecuada para aplicar una vez cumplido el ritual del baño en los días cálidos. Para el cuerpo, la leche satinada con la fragancia icónica de The Body Shop devuelve a la piel la suavidad perdida y la impregna con el almizcle blanco característico de White Musk.