Revista Diario

Pepa y Mariano

Publicado el 11 junio 2012 por Chirri

Como lo prometido es deuda, me propongo traeros mis conversaciones con los muertos, no penséis que es imposible o que mi imaginación se desborda como suele, la verdad es que no es tan difícil ni hay que irse muy lejos, tan cerca como el portal de mi casa, la dificultad está casi en vislumbrarlos, pues con el olvido se vuelven cada día más etéreos.
-   Caramba, Pepa, cada día me cuesta más el poder verte.
-   Hijo mío, prácticamente solo tú te acuerdas de mí; de vez en cuando los hijos de mis señores recuerdan una anécdota en la que intervengo y eso me da algo de brillo.
Pobre Pepa, sin hijos que la recuerden, le resta un futuro efímero en la memoria de los hombres, su paso apenas dejó huella, ama de cría toda la vida de unos señoritingos de la calle de Serrano, testigo de las sacas cuando la guerra incivil, tenía un miedo crónico hacia los uniformes y las sirenas la hacían evocar tiempos de bombardeos y refugios apresurados en el suburbano. Su brillo se apaga sin remisión, su nicho, vecino del de mi padre, jamás tuvo visita alguna ni un triste crisantemo adornó su lápida.
-   Gracias que tú de vez en cuando te acuerdas de mí, aunque según pasa el tiempo ocurre más dilatado en el tiempo, por favor, no dejes de pensar en mí.
-   No te preocupes Pepa, por si sirve de ayuda escribiré sobre ti, así cuando mis amigos lo lean, algo de energía fluirá.
Estas cosas siempre me ponen triste y casi evita mi encuentro con Mariano mi vecino de enfrente y es que el pobre apenas conserva un hilillo de existencia, también sin descendencia, una vida gris junto a su mujer en un barrio obrero marcaron su vida.
-   ¿Todavía me ves, Jose Antonio? – apenas es capaz de musitar.
-   Si Mariano, ya veo que debo de ser el único que aun te recuerda.
-   Imagínate, ya sabes que mis sobrinos me metieron en la residencia y en cuanto fallecí vendieron el piso, desde entonces soy una sombra.
-   Ya me lo maliciaba ¿Y tu mujer cómo está?
-   Ella desapareció del todo, de nuevo separados, a ella no la recuerda nadie, ni siquiera tú ¿te das cuenta? Pues no eres capaz de recordar su nombre.
Tiene razón, le veo como siempre desde que ella murió, con un pañuelo de hilo enjugándose las lágrimas y recordándome a mi padre cuando lo hacía, nunca conocí mayor estupidez en un aserto como el que decía que los hombres no lloran, Pero es que no soy capaz de recordar el nombre de su mujer, la recuerdo muy anciana, obesa, espiando detrás de la puerta, ahora me doy cuenta que lo debía de hacer por puro aburrimiento.
Un día Mariano me enseñó una foto de esas antiguas, de cartón y colores sepias, era la foto de su boda ¡No me lo podía creer! Estaban guapísimos, muy elegantes, ella con mantilla blanca y él con un traje a rayas que el mismísimo Fred Astaire hubiera envidiado, si cuando sus sobrinos hubieron desalojado el piso me hubiera podido hacer con ella, seguro que ahora estarían con un aura radiante.
¿Al final qué es la muerte sino el olvido? Mientras en nuestro interior somos capaces de recordar a una persona, ésta no morirá, estará viva en nuestro corazón, pero tarde o temprano su vela se apagará cuando nadie que nos conoció sobreviva, ese día se apagará nuestro espectro para siempre.
Nota. No me resistí a dejar al pobre señor Mariano solo estos años mientras cada vez que salgo de casa veo la que fue su puerta, le pregunté a mi mujer y recordaba el nombre de su esposa, Luisa, desde ahora intentaré vislumbrarla en el descansillo, pero no como cuando murió, anciana y achacosa, sino joven y con mantilla blanca.
Pepa y Mariano

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