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Pinceladas madrileñas, la Cripta de la Almudena, el templo de Debod

Publicado el 26 marzo 2016 por Ptolomeo1

Chocolatería San GinésUna tarde y un día: la tiranía del tiempo nos impone en esta ocasión una exigua estadía en Madrid. Esta certeza remueve cualquier cansancio devenido del largo trayecto recorrido desde que partimos de nuestra ciudad, así que las 24 horas totales que insume el viaje se diluyen en el ansia por sumergirnos en nuestras queridas calles castizas.

Estamos en el Hotel Palacio San Martín y bajamos despacio bordeando el Monasterio de las Descalzas Reales hasta llegar a la calle del Arenal. Es jueves santo y el feriado se nota en la multitud despreocupada que deambula sin prisa, o disfruta de la tarde soleada en las terrazas de los innumerables comercios gastronómicos con que cuenta esta ciudad.

El pasadizo de San Ginés comienza en el puesto de libros adosado al muro de la iglesia dedicada al santo y concluye en la plaza del mismo nombre, que coincide con la fachada lateral. Sólo 60 metros mide este encantador pasaje, pero cuenta con una librería fundada hace más de 300 años en la que se pueden encontrar ejemplares descatalogados y clásicos, así como algún texto antiguo de segunda mano. Y luego de un breve trayecto encontramos una larga de fila de personas armadas de paciencia para degustar chocolate con churros en la chocolatería San Ginés, fundada allá por el año 1894.

El Teatro Real se encuentra ahí nomás y nos tienta la fachada que anuncia Parsifal o la posibilidad de una visita guiada pero el feriado se impone, así que optamos por una elección gastronómica y la terraza de la Taberna Real nos recibe para degustar aceitunas, pincho de tortilla, tostas de salmón y boquerones y anchoas: todo un festín con sabor español mientras nos dedicamos a observar y disfrutar la ciudad. Al caer la noche vamos retornando despacio y damos una última vuelta por el pasadizo, que aún conserva las mesas plenas de personas aficionadas al dulce sabor del chocolate.

La Cripta de la Almudena

Cripta de la AlmudenaLa primera piedra de la espectacular catedral madrileña de Santa María la Real de la Almudena fue colocada en el año 1883 y corresponde a su cripta de estilo neorrománico, que recién se abrió a los fieles en 1911. Para acceder a esta hermosa construcción hay que salir del templo principal y dirigirse a la calle Mayor: el visitante se encontrará ante una profusión de columnas, más de 400, que sostienen el formato tradicional de cruz latina.

La cripta tuvo en principio un objetivo primordial debido a la temprana muerte de María de las Mercedes de Orleans, primera esposa del rey Alfonso XII y ferviente propulsora de la construcción de la iglesia de la Virgen de la Almudena: enterrar entre paredes santas a la reina. Aunque recién en el año 2000 se cumplió con la voluntad de Alfonso ya que su consorte fue enterrada en El Escorial hasta que trasladaron sus restos más de cien años después, las familias nobles primero y las burguesas después imitaron el deseo del rey y la cripta oficia también de cementerio: hay diez panteones privados y se impone moderar los pasos para no pisar las flores y evitar que el eco potencie el roce de las anillas de las losas de las tumbas, ya que algunas se encuentran a ras del suelo.

Cuenta con dos joyas antiguas para admirar antes de sentarse en uno de los bancos y contemplar la estructura que remonta a una iglesia medieval: una pintura de la Virgen de la Flor de Lis inspirada en la reina Constanza, esposa de Alfonso VI, y una talla de madera policromada del Cristo del Buen Camino, originaria del siglo XVIII.

El templo de Debod

Templo de DebodPara comenzar a palpitar el clima egipcio visitamos el Templo de Debod, enclavado en el Parque del Oeste desde su inauguración en el año 1972, luego de la cesión realizada por Egipto a España debido a la colaboración prestada por el comité español en el salvamento de los templos que quedaron bajo las aguas, debido a la construcción de la represa de Asuán.

Se calcula su antigüedad en 2200 años y estaba situado en la ciudad homónima a orillas del río Nilo, dedicado a las divinidades Amón e Isis. Los relieves policromados que se encontraban en su interior se vieron afectados por la represa desde el año 1907 porque la construcción, como otros templos nubios, permanecía más de nueve meses bajo el agua. Luego de ser desmontado fue trasladado a Alejandría, desde donde se embarcaron las cajas conteniendo los bloques primero al puerto de Valencia y luego una flota de camiones acarreó las antiguas piedras hasta Madrid.

Dicen que el mejor momento para visitarlo es el atardecer, cuando la luz menguante del sol lo va rodeando como un entorno mágico. Así parece, habida cuenta del paisaje que refleja la fotografía que, como todas las que ilustran esta entrada, resulta mérito exclusivo de Juan.


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