Revista Talentos
Polar y el amigo invisible
Publicado el 08 diciembre 2011 por Beatrizbeneitez
Beatriz Benéitez Burgada. SantanderCuando vives en un pueblo y trabajas en una ciudad es casi como tener dos vidas. Si lo haces por elección está muy bien, porque puedes quedarte con lo mejor de ambos mundos. Puedes ser urbanita y rúral al mismo tiempo. Y, aunque cada vez hay más cosas que hacen que ambos entornos se acerquen -internet entre ellas-, por suerte, aún se diferencian con claridad. De hecho, las peques, que tienen tres años, antes de saber hablar sabían que las gallinas ponen huevos, y que las vacas comen hierba y dan leche, les encanta ir a coger higos en septiembre, la fiesta de la magosta -en noviembre se asan castañas-, ir la plaza con los niños y jugar a los bolos, aunque las bolas pesen tanto como ellas ¿Hubieran conocido todo eso de haber vivido en la ciudad? Es posible, pero no probable. El otro día vino Tini, una vecina, y me trajo dos calabacines enormes. Ya de paso, charlamos un rato de su huerto y otras cosas. Cuando la dije que yo no tengo huerto para darle nada, me respondió: ¨la alegría que estas niñas han traído al barrio no tiene precio". Isabel nos regaló la semana pasada una calabaza que pesaba más de quince kilos. Yo no estaba, pero pasó por casa y vio a las peques. Otras veces Sonia y Angel me regalan miel, de la de verdad. Viví ocho años en la ciudad después de independizarme. Y creo recordar que nunca, jamás, me visió ningún vecino. Bueno.... haciendo memoria.... me parece que una vez vino el chico del segundo para algo de una reunión de escalera. En el pueblo en el que vivo no hay bar. Pero hay un club social en el que, si quieres, puedes tomar un café y hasta unas galletas maría. Las mujeres juegan a la brisca; y los hombres a la flor. Hay una televisión con el plus, para los partidos; y un ordenador con ¨el internet¨. Organizan fiestas: un festival de folk, la magosta, la hoguera de San Juan, el Día del Libro... En el censo somos poco más de doscientos, más los niños, unos veinte. Lo sé porque veo a la mayoría cada mañana subirse al autobús escolar. A veces, te hacen regalos extraños. Hace poco apareció un gatito en la puerta de casa. Tendría unos dos meses. Le dimos leche y le llamamos Polar. Pensé que se había perdido y no sabía volver a su casa -como pulgarcito-. Pero, como no se quería ir, le adoptamos. Unos días más tarde desapareció y pensé: ¨Polar ha vuelto a su casa¨. Pero a la mañana siguiente le oí maullar, salí, y me lo encontré atado a la verja de casa con un cordón de zapato. Se ve que decidió ir a visitar a sus antiguos dueños y le hicieron regresar a su nuevo hogar, osea el mío. He llegado a la conclusión de que es el regalo de un ¨amigo invisible¨ para las peques y para mí. Solo que, al menos esta vez, el amigo es invisible pero de verdad. Pensaréis que vivo lejos. Pero os contaré que el pueblo está sólo a veinte minutos de la ciudad. A veinte minutos del trabajo, de los cines, de los bancos, de las tiendas, de los semáforos... Y eso es lo bueno, que puedes tenerlo todo. La abuela no quería que me fuera a vivir a un pueblo. Pero creo que este le habría gustado.