Érase una vez una dulce muchacha que gustaba de pasear por el campo. Pero un día, en uno de sus paseos, se encontró con un gato triste y azul. Sintió pena por él, así que se lo llevó a su casa y lo adoptó. Le dio los mejores cojines para descansar, le compró el mejor alimento, pagó al mejor veterinario para que curara sus heridas. Luego de varios días, el gato triste y azul pasó a ser un gato alegre y azul.
Cierto día, justo al amanecer, la muchacha se sintió observada desde el borde de su cama. Abrió los ojos y se encontró con un apuesto príncipe azul.
– Joven de buen corazón – dijo el príncipe. – No temas. Yo era el gato triste y azul al que generosamente acogiste en tu hogar. Tu amor abnegado me ha liberado de un hechizo perverso que me mantenía transformado en una humilde mascota.
La joven permanecía muda y con los ojos bien abiertos.
– Ahora, – prosiguió el príncipe – si tú me aceptas, me gustaría casarme contigo y corresponder al amor y el cariño que me has entregado.
– ¿Estás… estás seguro? – respondió estupefacta la joven.
– Completamente, amada mía.
– ¿A pesar de que te hice dormir en la terraza?
– Por supuesto. Los mullidos cojines y mantas que me proporcionaste me mantuvieron cálido.
– ¿Aunque te diera pienso para comer?
– No sabías que era humano. Además, cualquier bocado proveniente de tu mano me sabe a gloria.
– ¿Incluso aunque te llevara a vacunar?
– No me importó en absoluto. El veterinario me trató tan bien que me quedé dormido de puro gusto.
– Eso… fue por la anestesia.
– ¿Anestesia? ¿Por qué me pondrían…?
– ………………………………….
– ¡¡¡NOOOOOOOOOOOOOOO!!!
Bueno, amigos y amigas, menos mal que esto sólo es un cuento. Los cuentos, cuentos son. Y para dejar buen gusto de boca, os dejo con la canción “El gato que está triste y azul”, cantado por la maravillosa Tamara.
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