Las olas bañan una poza entre las rocas.
-Seguro que hay un pulpo,
tu éres un niño valiente,
quítate los zapatos, el pantalón
y quédate quieto en medio del agua.
-Pero, papá, el pulpo me va a morder.
-Tonto, los pulpos no muerden,
no vayas a llorar, quieto…
La tremenda araña sale de una grieta.
El alarido que retengo me llena el cuerpo.
Mil ventosas me chupan las piernas.
-¡Papaaaa!
-¡Cállate, cobarde, cállate!
Corre mi padre,
levanta alas de agua a cada paso,
me despega el pulpo de un tirón.
Con furia triunfal
azota a la bestia contra una roca.
La azota, la azota, la azota.
Los tentáculos dejan de agitarse.
El cadaver es una flor marchita.
Jaime hunde una mano en el gran abdómen.
lo da vuelta como si fuera un guante
y me muestra con orgullo dos ojos globulosos
detenidos en una mirada tierna.
Mirada de animal bueno,
de animal que vive preso en una poza,
animal que busca el calor de un cuerpo amigo,
animal que me besa mil veces las piernas.
Sin ver mi tristeza,
Jaime con su cuchillo de caza
corta un tentáculo,
lo parte en rodajas blancas
y me introduce una en la boca.
-¡Tu premio, pequeñito, tu premio!