¿Qué pasa, que nunca has besado a una chica?

   —Yo nunca… —se paró a pensar la pregunta con las mejillas encendidas y la picardía asomando entre sus labios rojos —Yo nunca he besado a una chica.
   Las demás rieron, llevándose las manos a la tripa, ante aquella ocurrencia. Después todas bebieron de sus vasos, sin pensarlo dos veces. Todas menos Jill. Le ardía el cuerpo por el alcohol y sentía un tanto mareada desde hacía rato, e incómoda. Tremendamente incómoda.
   Aquel juego nunca le había gustado, no comprendía que diversión podía producir el enterarse de las intimidades del resto de jugadores mientras uno se emborrachaba completamente.
   Con torpeza se levantó y, antes de retirarse a su cuarto sin media palabra, dejó el vaso medio lleno sobre una repisa. Escasos minutos después oyó como alguien golpeaba la puerta y pronunciaba su nombre con voz gangosa. Abrió despacio, aunque sabía perfectamente que se trataba de Adèle, tambaleándose en el pasillo con un vaso largo en el que se derretían varios cubitos de hielo.
   —Pasa anda, te vas a caer. —le dijo la rubia echándose a un lado para dejarla entrar.
   —Te estás perdiendo lo divertido. —balbuceó , pegándole un último trago a los restos de alcohol aguado de su vaso.
   —No es mi juego favorito. —suspiró —Además tampoco tengo tanto que confesar.
   —¿Qué pasa, que nunca has besado a una chica? —le dio un suave codazo en las costillas pero fue ella quien estuvo apunto de caer al suelo en un traspiés.
   Jill negó con la cabeza gacha. Al lado de sus nuevas amistades se sentía toda una monja de clausura. Nunca se había tenido por una chica recatada, pero en más de una ocasión había llegado a sorprenderse ante la liberalidad de Adéle y las demás.
   —Menuda tontería, eso es muy fácil de solucionar.
   Con un pequeño traspiés y el pelo revuelto, la francesa le agarró por la barbilla con ambas manos y apretó sus labios rojos contra los resecos de Jill.