Iba caminando por Avenida Lacroze, esquina Cabildo, y sentí que allí había un recuerdo esperándome hacía mucho tiempo.
Justo en esa esquina, hace unos años, yo subía desde la infernalidad del subte hacia la calle, doblé por Lacroze y observé una pequeña espalda esperando casi desesperadamente un taxy o algo que se le parezca.
Al reconocerla la llamo por su nombre, gira, se sorprende, abre sus brazos hacia mi y me regaló el abrazo más fuerte y lindo que me dieron en la vida.
Hasta ese momento al menos.
Luego la vida nos unió en amor, que luego derivó en un amor no tan eterno como llegamos a pensar estando juntos. Pero tiempo antes de llegar a esa conclusión, me regaló ese abrazo increíble.
Seguí caminando y mi andar por esa avenida me puso de frente a ese recuerdo que estaba ahí, como si fuera unos de esos globos de helio que son frenados por un techo. Pero en este caso frenados por la espera de mi persona, sostenido en el aire, esperándome.
Pasé por al lado, con toda la intención de hacerme el distraído, suponiendo que ese globo era de alguien, pero no, era mío. Junte valentía y lo tomé con una tranquilidad desconocida.
Seguí caminando por Lacroze y al cabo de unas cuadras, volví a sorprenderme al encontrarme con otro de estos globos que estaba aguardándome en la vereda de enfrente. Justo en la esquina de Zapiola, en el umbral de una casa de cosas ricas que hay en la unión de esas calles. Una especie de rotisería alemana en la que supe comprarle unos zapallos en almibar que le encantaban. Increíblemente nadie notaba la presencia del globo. Crucé hasta llegar ahí y lo convertí en compañero del otro que traía desde Cabildo.
Lo raro es que dentro de ese globo, en lugar de recordar el momento de tomar el frasco mágico, estaba la imagen de sus brazos rodeándome, cuando llegué a su casa, que luego fue algo mía, y se los regalé. Hermoso hermoso.
Volví a cruzar.
Continué mi marcha hasta llegar a diez metros antes de la esquina de Lacroze con Freire y pasé por la puerta de loque supo ser una especie de pequeña agencia de publicidad en la que trabajé cuando empezamos a amarnos. El tiempo convirtió ese lugar en un edificio moderno. En el cambio de baldosas de la vereda estaba esperándome otro de estos globos.
Este tenía el momento en el cual ella, recién llegada de un viaje a Japón, besaba mis labios como nunca antes lo habían hecho. Con una especie de caricia tan suave como intensa. Ese globo me gustaba un poco más que los que ya tenía en mi mano derecha.
Mi mano zurda es tremendamente torpe, y la verdad es que no quería que se me escapen.
Doblé por Freire como yendo hacia Dorrego y justo en la esquina de Olleros, en el piso sobre el cantero de un árbol inmenso que allí hay, estaba esperándome otro globo.
Ya desde la esquina, apenas giré, podía observar que en el interior del globo, estaba yo con ella sentado en ese mismo cantero, comiendo ambos un pequeño sandwich, hablando de cosas tan triviales como importantes para nuestro universo. Ese que ya compartíamos y al que nadie accedía y entendía.
Confieso que ese globo casi me emociona y lo tomé con un impulso casi ilegal.
A esa altura caminaba por Freire con una alegría indescriptible, por esos globos que sostenía mi mano derecha. No podía creer mi suerte. No podía entender como tan bonitos recuerdos estuvieran allí esperándome tanto tiempo y sin nada que reclamar o decir. Sólo esperando el cruce de mis ojos y la caricia de mis manos al tomar a cada uno de ellos.
Mi andar de pecho inflado y sonrisa amplia, no cabía en mi cuerpo.
Hasta que de pronto pasé por la vereda de un patio escolar que está justo enfrente de la U.C.A. Allí en Freire entre Matienzo y Concepción Arenal.
Una veintena de niños agolpados detrás de una especie de reja divisoria que les imposibilitaba salir de ese espacio de juego, al verme pasar por ahí, comenzaron a gritarme cosas que la música que ingresaba por los auriculares, no me permitía reconocer.
Sí puedo decir que sus sonrisas y los gestos corporales de sus brazos y manos, me contaban de una alegría inmensa, de sonrisas infinitas y hasta un asombro de otro mundo.
¿Serán mis globos? -Pensé.
Suponía que sólo yo los veía y estuve a punto de sacarme las música de los oídos.
No lo hice y seguí.
Anduve hasta la esquina de Ravignani y allí me esperaba el último de estos globos hermosos. Este contenía en su interior, la imagen de ella proponiéndome ir a pasar unos días a una casa familiar en Lavallol que estaba cerca de un bosque mágico.
Tomé este globo y lo uní a los otros.
Caminé unos 20 metros por Gorriti, porque a esa altura Freire es Gorriti, y al llegar a la puerta de un lugar que tiene unos budines riquísimos, los solté al aire con una sonrisa.
Qué lindos son los globos de Helio.