Revista Literatura

Reflexiones (ii)

Publicado el 28 julio 2013 por Benymen @escritorcarbon

* Antes de la siguiente reflexión me gustaría aprovechar para informar de que, por la inconsistencia típica del verano, el Escritor de Carbón se va a tomar una pausa estival en la que la frecuencia de los relatos no será la habitual en este blog. Espero que las siguientes palabras gusten pese a estar algo alejadas del tono habitual de mis escritos.

Un saludo del minero.

Cada tecla cuesta, cada pausa duele. Como quien limpia una herida, yo desinfecto la mía, más profunda y grave. Pienso en la palabra “adiós” y en cómo puede caber tanto en tan sólo cinco letras. Pienso también en la cantidad de veces que la usamos sin ser conscientes de lo que implica hacerlo. Yo lo digo, con la boca pequeña, tratando de reordenar todas las letras hasta formar un “hasta luego”.

“Adiós” me sabe húmedo y salado, me huele a champú y lo siento como un abrazo que se termina poco a poco. Es la palabra que refresca una noche de verano, que hierve a fuego lento y que destruye ciudades enteras. No quiero decirla muy alto, me da miedo que alguien me escuche, prefiero hacer un gesto con la cabeza y quedarme mirando un andén. “Adiós” dicho por una boca templada y carnosa, despedida en el fondo de unos ojos tan oscuros que parecen negros, caricias suaves que te empujan lejos… Un “adiós” que te lleva a un “hola” de una época en la que estabas incompleto, en la que las despedidas eran viejas compañeras. Sangre como excusa para conseguir muchos saludos, muchos “buenas noches” a las seis de la mañana, con bata, con calor y siempre a ras de suelo. Una tienda de besos en la esquina del mercado, siempre con ofertas especiales y muestras gratuitas, sin pedir nada a cambio.

No digo adiós, pero mi cabeza lo grita y mi corazón se encoje en un rincón, asustado porque no entiende nada, porque no es justo. No digo adiós y miro a mi alrededor, rodeado de pasado sin saber si hay futuro. No digo adiós, ni hasta luego, ni hola. No digo nada y cierro los ojos deseando estar en un mal sueño, una pesadilla de la que me gustaría despedirme. Pero no me despido, me quedo en silencio y vuelvo atrás en el tiempo para buscar comprensión y apoyo hasta que la pesadilla termina. Me doy de bruces con la realidad, mucho peor que mi sueño intranquilo, y mi “adiós” ha llegado a sus oídos. Miro en mis bolsillos buscando confianza y están vacíos porque lo he dado todo.

Descubro una caja de pandora, dentro de otra caja, dentro de una nevera y arrojada al mar para que sea imposible liberar su tristeza. Y el ciclo no termina, me rompo, me recompongo y vuelvo a romperme con un pequeño toque de un recuerdo feliz de otro tiempo fruto de un sueño diferente. Las fisuras permanecen, pueden verse y se perciben con el tacto de una caricia que hiere y reconforta al mismo tiempo. Y leo, leo el mismo capítulo una y otra vez, pero no soy capaz de pasar de página y me conservo al vacío para que el futuro me encuentre en el mismo punto. Pienso entonces en devolver lo recibido, en comprar felicidad a granel para mandarla saco tras saco y que las lágrimas sean sólo mías. Si tiene que ser, que sea para preservar lo construido. Si tiene que ser, que llene de felicidad esa cabeza llena de espaguetis. Digo “adiós”, pero estaré aquí siempre porque no soy un marinero experto y, cuando recuerdo sus besos, pienso: si tiene que ser, será.


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