Revista Literatura

Relato: El Asesino Sin Nombre

Publicado el 06 marzo 2015 por Cabaltc

El Asesino Sin Nombre

Era una desapacible y oscura madrugada. El inspector Ray Simons recibió un aviso urgente en su teléfono móvil, habían encontrado otro cadáver en las mismas circunstancias que los otros diecinueve y requerían su presencia en la escena del crimen. Un muerto más en la lista del Asesino Sin Nombre.

Antes de levantarse, dedicó unos segundos a quedarse tumbado con la mirada fija en el techo. ¿Cómo había llegado hasta ese punto? Ya hacía más de seis meses que el Asesino había empezado a matar. Siempre con una periodicidad de siete días. Ni uno más, ni uno menos. Giró su cabeza para observar los dígitos del reloj de su mesilla. La 4:37. Esta vez el muy cabrón había madrugado.

Nunca transcurrían más de tres horas desde el fallecimiento de las víctimas hasta que alguien encontraba los cuerpos. Pero no parecía seguir un patrón determinado a la hora de deshacerse de los cadáveres, ni siquiera parecía importarle que fueran lugares públicos o privados. Simplemente había una persona en algún lugar de la ciudad que terminaba fijándose en ese alguien extraño que no parecía moverse. Y siempre terminaba igual: una llamada a Ray, un cadáver más en la cuenta del Asesino Sin Nombre, ninguna pista y una violenta rueda de prensa.

Estaba totalmente inmerso en la investigación, estaba obsesionado con el ASN.

-Demasiadas cosas han cambiado en tu vida por culpa de ese cabrón desalmado -murmuró para sí mismo mientras se desperezaba.

Y en efecto, eran demasiadas las cosas que habían cambiado en su vida a raíz de esta investigación. Ya no salía casi de su despacho, dormía poco y mal, se alimentaba a partes iguales entre los sándwiches de máquina de su departamento y las grasientas hamburguesas del bar que había en su calle. Y había empezado a beber, o, como se decía él a sí mismo «he empezado a olvidar».

-¿Por eso te fuiste? -Dijo con amargura a la foto que tenía al lado de su despertador. Pero esta no respondió, nunca lo hacía.

Se duchó, se preparó y trasladó todo su abatimiento del desastre de su apartamento al restaurante Silver Fork en el hotel Ludlow. Al llegar le pareció curioso que hubieran montado el dispositivo policial en el callejón de atrás en vez de por la puerta principal. «Seguro que intentan evitar que la prensa organice una carnicería con nosotros por esto».

Al llegar a la puerta de servicio cogió el café que le ofreció uno de los agentes y se dispuso a estudiar la escena del crimen, igual que había hecho en los otros diecinueve escenarios.

La sala estaba escasamente iluminada, como correspondía a un restaurante cerrado. Únicamente las luces que indicaban la salida y los expositores de comida estaban conectados. Calculó que en aquella habitación rectangular habría unas 30 mesas de distintos tamaños, preparadas para albergar unas 80 personas.

Todas las mesas estaban retiradas, no había mantelería ni cubiertos, y todas las sillas estaban colocadas con los asientos apoyados encima de la mesa. Habían retirado y limpiado todo el restaurante antes de que apareciera el cadáver, tomó nota de ello.

En el extremo opuesto al que había utilizado para acceder, vio una de las grandes mesas circulares destinadas a familias o grupos grandes. De no ser porque ya le habían avisado que ahí se encontraba el cuerpo, no se habría dado cuenta de que una de las sillas estaba situada en frente de la mesa en vez de encima. Faltaba luz y se encontraba a una distancia suficiente para no poder verlo con claridad. Anotó en su cuaderno que tendría que preguntar al testigo cómo encontró el cuerpo, además de por qué estaba en un restaurante cerrado a esas horas de la noche.

«Aunque para lo que va a servir…» se dijo con sarcasmo.

Se acercó a la mesa en cuestión y pudo ver por primera vez el cuerpo de la víctima número 20 del ASN. Era un hombre de mediana edad, calculaba que mediría cerca de 1.80, quizás 1.83 y era atlético. No demasiado musculoso, pero se apreciaba que estaba en muy buena forma.

-Cada día buscas víctimas totalmente diferentes, ¿verdad cabrón? -Farfulló-. ¿Te divierte cambiar de objetivo? ¿O sólo quieres hacerme la vida más difícil?

Observó con amargura que tanto el equipo forense como su compañero estaban observando desde una distancia prudencial sin atreverse a intervenir. Parecían un grupo de lobeznos esperando la orden de su madre para poder lanzarse a por un trozo de comida. Le empezaban a rehuir. Pero ya le daba igual, se concentró otra vez en el cuerpo.

Bien vestido, camisa y jersey de buena marca, los llevaba con tal pulcritud que dudaba de que fuera la ropa con la que salió la mañana anterior de su casa. Y, como siempre, lo más desconcertante de todo: su cara. Relajada y tranquila. Como si estuviera echando una cabezadita. Sin signos aparentes de violencia, ni de manipulación post mortem, ni de nada.

Si no supiera lo que revelaría la autopsia, diría que sus funciones vitales habían dejado de trabajar al unísono y por causas naturales.

#

Frank Haton dejó el libro encima de la mesa y se recostó cómodamente en su sillón. Esa era una de las pocas aficiones que aun conservaba: leer novelas policíacas. Lo que no había absorbido el trabajo lo había hecho su querida esposa.

Se levantó de su cómoda butaca y se desperezó hasta que notó un agradable chasquido en las vértebras que por fin volvían a su posición original. El reloj de la pared todavía marcaba las 5:50 de la mañana.

-Vaya manera que tienes de empezar tus días libres, ¿eh Frank? -Se dijo mientras se dirigía a la cocina para prepararse un buen café cargado.

Pensó un durante un instante en volver a la cama con su mujer y disfrutar de unos momentos paz y tranquilidad hasta que ella se levantase para desayunar. Sin embargo su mente ya estaba a pleno rendimiento otra vez, siempre le pasa igual cuando se enfrascaba en una investigación. Daba igual que fuera ficticia o real, investigar era su heroína, su droga dura, a la que estaba completamente enganchado.

-Maud, Maud, no sé cómo tienes paciencia para aguantarme todavía -volvió a murmurar a la par que agarraba su taza con el escudo de la NYP con ambas manos.

Cerró los ojos para disfrutar del delicioso aroma del café recién hecho y del agradable calor que transmitía, cuando su teléfono empezó a emitir aquel desagradable sonido. Le estaban llamando, pero le estaban llamando ellos. El primer tono le dejó paralizado. No podían llamarle a él, era su día libre. Sería un error.

El segundo tono hizo que brotase de lo más profundo de su ser un torrente de ira y malestar que le golpeó los pulmones como si fuera algo físico. Se quedó sin aliento, con un enorme puño oprimiéndole el estómago.

Al tercer tono descolgó, cabreado con el departamento por llamarle en su día libre, pero sobre todo odiándose a si mismo por haber contestado aquella llamada.

-Frank al habla -se maravilló de no haber dicho lo que realmente quería decir.

-Sargento Haton, soy el capitán Johnson -contestó una voz profunda-. Sé que no está usted de servicio, pero tenemos un caso muy… un caso que nadie sabe por donde coger. No le llamaría si no fuera estrictamente necesario, pero tengo entendido que es usted nuestro mejor investigador. ¿Puede ayudarnos sargento?

Frank se odiaría el resto de sus días por haber tragado el anzuelo. Sin embargo era un caramelo que difícilmente podría rechazar, ¿el capitán le quería a ÉL por ser EL MEJOR? Imposible decir que no.

-Por supuesto capitán, ¿dónde voy?

-Necesito que venga de inmediato al hotel Ludlow, al restaurante Silver Fork -respondió-. Y entre por la puerta de atrás.

Y colgó, dejando a Frank con el teléfono aun pegado a su oreja, las cejas levantadas, la boca abierta y un desconcertante pensamiento rondando por su consciencia: ¿el Asesino Sin Nombre era real?

Escrito por David Olier para el blog El Rincón de Cabal.

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