Hace unas semanas publiqué con un relato llamado El Círculo Negro – El Reflejo en el Espejo. El relato que hoy os traigo es su continuación.
Aunque, como todo relato que se precie, podéis leerlo de manera separada.
Con vosotros: El Círculo Negro.
Espero que os guste.
El Círculo Negro
—Ya es la hora —dijo Dave mientras se paseaba por la habitación—. ¿Dónde nos habíamos quedado?
No entendí a qué se refería aquel monstruo disfrazado de hombre. En aquel momento no podía recordar el monólogo que había mantenido en el coche, mientras le traía aquí. Cuando todavía creía que el que tenía el poder y el control de la situación era yo.
—Veo que no tienes muchas ganas de hablar —musitó—. No te preocupes, ya lo hago yo por los dos.
Con un chirrido deslizó una de las dos sillas metálicas sobre las baldosas del suelo hasta darle la vuelta para poder sentarse a horcajadas sobre ella.
—Open your mind and see… —tarareó—. Lo que viene ahora es el germen que inició la serie de acontecimientos que nos han llevado a conocernos —añadió mientras me miraba directamente a los ojos—. Aunque todavía no tengo claro si eso es bueno o malo. ¿Qué opinas?
El silencio siguió siendo mi respuesta. Mantuve la mirada clavada en un punto indefinido situado más allá de Dave, intentando hacer caso omiso tanto de aquella habitación como de su interlocutor.
—En fin, tú verás cuanto tiempo vas a seguir callado —suspiró Dave con aparente resignación—. Pero abre bien las orejas y absorbe lo que tengo que contarte; no estaría de más que haya alguien que sepa por qué pasará lo que va a pasar. Aunque sé que no tienes otra alternativa —dijo mientras esbozaba media sonrisa.
«¿Cómo puede este chaval seguir tan tranquilo y divertido después de lo que acababa de hacer?» pensé mientras un escalofrío me recorría el cuerpo. La picardía de esa sonrisa y el extraño brillo de sus ojos no se correspondían con la escena que nos rodeaba.
—Después de aquel verano en Dominion todo cambió, amigo Kyle, sólo que todavía tardé unos cuantos meses en enterarme. Por aquel entonces yo…
El Círculo Negro
Aquel año la vuelta de vacaciones fue bastante extraña. No podía despegarme del cerebro la sensación de que lo sucedido en Dominion no había sido natural. Aunque no podía concretar por qué. Solo sentía que todo había sido mucho más singular y trascendental de lo que parecía.
Mis recuerdos de aquellos quince días en ese pueblucho al norte de Canadá eran tan intensos como excitantes. Allí vivimos quince magníficos días de naturaleza, deportes extremos, relajación y un sinfín de comidas preparadas y entregadas de manera gratuita por los extraños habitantes de aquel pueblo. Todo ello regado con unas cantidades industriales de alcohol en todas sus formas, colores y sabores. Y por supuesto, nuestras psicotrópicas amigas «Blanca» y «María». Era increíble cómo de bien abastecido estaban los bosques del norte.
Aunque eso no había sido lo más sorprendente del viaje. Lo más sorprendente fueron mis amigos. Parecían ser unas personas diferentes de las que yo conocía. Estaban fuera de control. Todo parecía divertirles, todo era maravilloso. Su tolerancia al alcohol y las drogas me dejaron boquiabierto. Esnifaron tanta cocaína como para cubrir la mitad de la frontera canadiense, y bebieron como para inundar la otra. Su energía no parecía tener fin y sus necesidades de sueño parecían haber desaparecido. ¡Allí nadie dormía salvo yo!
Quién sabe si Alan aprovechaba sus frecuentes escapadas para echar una cabezadita. Era algo difícil de creer, pero tampoco tenía más explicaciones a por qué nunca terminaba una juerga con nosotros. Simplemente desaparecía sin dejar rastro alguno ni decir a dónde iba. Y yo sabía que en el pueblo no se quedaba.
Sin embargo, como a nadie parecía importarle… ¿por qué iba a importarme a mi? Necesitaba estar solo y punto.
Por el contrario, Dina y Sammy parecían querer todo lo contrario: pasar tiempo conmigo. ¡Y de qué forma! Recordarlo ahora me deja sorprendido de las cosas que fui capaz de hacer, cosas que ni en sueños hubiera imaginado que llegaría a ser capaz de hacer. Todavía noto como me hierve la cara de pudor y vergüenza al evocar lo que ambas hicieron conmigo.
Pero, por encima de todo, lo que consiguió ese viaje fue convertir mi vida cotidiana en algo insípido. ¿Conoces esa sensación de tomar un buen postre después una comida picante? No es solo que no te sepa a nada, es que te duele la lengua sólo con probarlo.
Dominion me dejó una sombra en el ánimo y un poso de excitación inagotable en el cerebro que alteraron mi vida mucho más de lo que esperaba.
Desde que volví la vida pasaba con pasmosa lentitud ante mis ojos. Las conversaciones con mis compañeros de residencia se volvieron insulsas y aburridas. Sus ganas por ir a ver el fútbol, al bar o a la fiesta de la hermandad de turno terminaron por hastiarme.
Y así, sin darme cuenta, empecé a odiar a todos aquellos pomposos estudiantes de absurdas carreras sin futuro. La falsedad de todos sus intereses, su absurda obsesión por parecer más interesantes y adultos que los demás. Su hipocresía y lo falso de sus formas consiguieron que despreciase cada una de las palabras que salían por sus bocas. ¿Cómo había podido considerarlos un modelo a seguir?
Por si fuera poco, tampoco podía pegar ojo. La imagen de aquella misteriosa casa no dejaba de perseguirme. Al principio sólo de noche, luego también por el día, tenía visiones fugaces de sus suelos quemados y sembrados de viejos cadáveres, de su ático polvoriento y de aquel espejo. Su perturbador reflejo y aquella demoniaca caricatura de mi mismo se me aparecían cada vez que cerraba los ojos. A veces también hasta despierto. Siempre con aquellos ojos insondables y negros, con su eterna mueca de macabra diversión. ¿Qué coño había pasado realmente allí?
Pocos días después tuve una de las primeras pesadillas. Desperté empapado en sudor, mi cuerpo temblando de manera incontrolable y mis músculos tensos y doloridos como si aquella noche hubiera hecho un ímprobo esfuerzo. Me duché, bebí dos latas de bebida energética y salí en busca del calor del sol y de la presencia de otros seres humanos.
Sin embargo algo había cambiado en mi después de aquella «pesadilla». A pesar de que mis ojos veían con claridad un despejado y cálido día de finales de verano, mi cerebro se empeñaba en procesar las imágenes como frías, desagradables y sin brillo. A mi nuevo yo no le gustaba el verdor del campus, el azul del cielo ni la risa de los cientos de estudiantes que allí vivíamos.
Las caras de la gente se me antojaban forzadas y falsas. Todo el mundo parecía llevar una deformada máscara con inhumanas parodias de los sentimientos más primarios. Jadeantes rostros de malsana excitación, perturbados ojos inyectados en pura violencia y maldad sin reprimir allá donde posaba mi vista.
No pude caminar más que un par de cientos de metros. Cada abyecta cara con la que me cruzaba me hacía temblar y sudar un poco más. Volví lo más rápido que pude a mi habitación y me encerré allí durante varios días.
Estaba enfermo, ¡tenía que estarlo! Tuve fiebre, deliré, vomité y seguí viendo oscuras visiones allá donde posaba la vista. Hasta que la fuerza de la costumbre me hizo tratarlas como algo «normal» en mi nuevo yo.
Empezaron las clases, y el Dave que volvió a las aulas no tenía nada que ver con mi «yo» anterior. Me convertí en un ser huraño, solitario y paranoico. Me estaba volviendo loco y no sabía muy bien por qué.
Sobreviví varias semanas así hasta que llegó el colapso.
Éste llegó de manera tan brusca que al principio ni siquiera me di cuenta. Aun hoy sólo tengo una inestable teoría de lo sucedido.
Mi mente se hallaba partida en dos fragmentos. Dos fragmentos desalineados entre si que intentaban subsistir de una forma inestable para no terminar de quebrar mi cordura.
Por un lado estaba el mundo que yo consideraba real. El mundo que mis ojos y mi cerebro estaban acostumbrados a tratar. El que esperaban tratar. Y por el otro lado estaba la verdad. La nueva y perturbada visión de la realidad que adquirí al exponerme al espejo.
Aquel día por la mañana todo debió encajar en mi interior. Mi alma cedió ante la presión de esa oscura y malsana realidad y fue entonces cuando mi mente y mi cerebro comenzaron a procesar las imágenes que llegaban desde mis globos oculares.
Vosotros los mortales simples y sencillos creéis que el mundo se mueve en el espectro de lo visible. Creéis que lo que veis es lo que lo que hay. Pobres seres…
No, benditos ignorantes.
Aquel día por la mañana empecé a verlos a ellos. Empecé a ver las oscuras líneas que unen a cada persona con sus sombras. Unas sombras con energía y vida propias. Unas sombras que están alrededor de nosotros. Unas sombras que viven dentro de nosotros. Unas sombras que nacen de nosotros.
Y comprendí que no solo tenía el don de percibirlas, sino que también tenía la capacidad de manejarlas a mi antojo.
Dejé de ver imágenes distorsionadas de lo que yo consideraba real, y empecé a ver los dos mundos a la vez. El nuestro y el de ellos.
Solo entonces comprendí las crípticas palabras de Alan el día que me dejaron de vuelta en la residencia de estudiantes.
—No contactes con nosotros hasta que despiertes por completo —y al oír mi incrédula respuesta añadió—. El día que suceda sabrás que ha sucedido. Solo entonces serás bienvenido en el Círculo Negro.
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Dave calló de pronto. Desde mi privilegiada posición, pegado en lo alto de la pared y sin posibilidad de moverme, podía ver con perfecta claridad los rasgos de aquel joven. Tampoco es que tuviera otra opción, estaba fijado allí arriba, sin poder mover un sólo músculo de mi cuerpo para que pudiera ver todo lo que sucedía.
Su cara estaba más pálida de lo normal. Parecía como si no le hubiera dado la luz en muchos meses. Cosa extraña, puesto que le había encontrado tumbado al sol en medio de la hierba. Aunque en ese mosaico de color blanco cetrino, sus negras ojeras resaltaban más que las de un boxeador profesional. Y sin embargo uno tendía a no fijarse en ellas.
Eran sus ojos los que captaban con fuerza la atención de aquel que los mirase. Oscuros, decididos, inteligentes, llenos de un constante brillo de diversión y maldad. Aunque si te parabas a observar con más detenimiento aquella perturbadora mirada, te dabas cuenta de la profunda humanidad que desprendían. Estaba claro que era consciente de sus actos y que tenía remordimientos por ellos. El brillo de diversión exterior que desprendía tenía su contrapartida en un profundo sufrimiento por tener que actuar como lo hacía.
Parecía la mirada intensa de los loco. Sin embargo, lo que de verdad inquietaba de él era la cordura que desprendía. Había acompañado cada una de las atroces muertes que había causado allí dentro con una breve explicación de los diferentes por qué de cada asesinato concreto. Era consciente de lo que hacía. Entonces, ¿por qué lo hacía? ¿Cuál era su objetivo?
En un absurdo arrebato de valor decidí preguntar.
—¿Por qué lo has hecho? —Dije intentando controlar el temblor de mi voz.
Dave, aquel demonio ensangrentado, se levantó, sacudió la cabeza como si estuviera despertando de un sueño y clavó sus turbadores ojos en mi. Me escrutó durante unos segundos, hasta que pude sentir cómo invadía mi mente y mi alma antes de decidir si era digno de una respuesta.
Luego recorrió con la mirada todos los cuerpos que había dejado esparcidos por aquel almacén. Y suspiró con resignación. ¿En qué pensaría al ver la carnicería que había cometido?
—¿De verdad quieres saberlo?
En sus ojos podía ver una velada promesa de muerte. Aunque me había asegurado que viviría para ver otro día más, aquella pregunta escondía algo que me hizo temblar. O que más bien que me hubiera hecho temblar si hubiera podido controlar mi propio cuerpo.
Intenté balbucear una respuesta, pero la voz no salió por mi reseca garganta. O fue por el miedo. Me limitó a asentir.
—Tengo que proteger al Círculo. Nada ni nadie tiene que ser capaz jamás de obtener el poder que encierra. Ningún ser humano debería volver a traer esto a la tierra —el sarcasmo asomó a sus labios antes de añadir—. Matando seres humanos estoy ayudando a proteger a la humanidad. Irónico, ¿no crees?
Noté entonces cómo las invisibles ligaduras que me mantenían inmóvil desaparecían. Caí de bruces contra el suelo, manchando mi ropa con la pastosa sangre a medio coagular de aquellos a los que Dave había despedazado. Vomité. Vomité por la tensión que había sufrido, por la masacre que había presenciado y por el penetrante hedor a carne que llenaba el ambiente. Vomité hasta emitir un sordo y desagradable borboteo. No quedaba nada más que vomitar.
Cuando recobré la compostura no me sorprendí de encontrarme solo en aquella habitación. Lo que me sorprendió estaba en el suelo. O más bien no estaba. Porque allí, encima de la sangre que me rodeaba, no había ninguna pisada. Ninguna huella de los constantes paseos de aquel engendro llamado Dave.
Solo dos huellas allí donde permaneció en pie mientras la vorágine de muerte se desataba a su alrededor.
Escrito por David Olier para el blog El Rincón de Cabal.
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