Revista Literatura

Relato: El Origen

Publicado el 20 febrero 2015 por Cabaltc

El Origen

Hilversum, Holanda. Miércoles 6 de febrero del 2015, 6:00 AM

Llevaba semanas trabajando en aquello. Había hecho todo lo posible para que nadie de su entorno llegase a notar que estaba planeando algo. Nadie podía saber qué quería hacer o lo encerrarían por loco. ¿Quién iba a creer a las voces de su cabeza? Bien era cierto que llevaba una vida bastante gris y solitaria y que pasaba desapercibido a la práctica totalidad de los mortales de aquella degenerada ciudad pero… más le valía prevenir y anticiparse a cualquier posible incidente.

Observó con algo parecido al cariño su creación. Su opera magna. No sabía qué era, pero sí qué parecía. Tampoco sabía por qué la había creado, pero sí sabía lo que tenía que hacer con ella.

Todavía no estaba terminada, le faltaba la pieza más importante de todas, aunque no estaría lista hasta las 3:00 PM. Hasta entonces, hasta que pudiera pasar a recogerla, tendría que esperar. Sin embargo, tenía muchas cosas que hacer. La primera de todas era terminar de conectar los cables de los extremos de su obra. Los que había recibido la noche anterior de uno de los artistas a los que había pagado para pintarlas. Eran perfectos, una tonalidad mortecina, amarillenta y con unas tenues venas recorriéndolas de arriba para abajo. Si no fuera por la maraña de cables que salían por sus bordes, nadie diría que eran falsos.

Después de conectarlos a la estructura principal se alejó unos metros para poder observar maravillado su creación. Era increíble, preciosa. Con una belleza de otro mundo. Aquel pensamiento le hizo sonreír. Si, era un pensamiento muy adecuado para la finalidad que tenía en mente.

Había tardado una barbaridad de tiempo en poder reunir todas las piezas, sobre todo la impresora. Ésta, además de ser uno de los elementos más caros de todo aquel montaje, no era nada fácil de conseguir. Demasiadas falsificaciones, demasiados aparatos inútiles que generaban sus impresiones en materiales demasiado débiles para lo que él necesitaba. Pero allí estaba, llegada desde la propia Corea del Norte. O eso decían sus vendedores, posiblemente para sacarle más dinero del que realmente valía.

Pero ya daba igual. Estaba hecho. Había montado el exterior y el interior acorde con las instrucciones que había recibido. Iba a cumplir con su cometido y a iluminar otra vez al mundo con la luz de la justicia y la verdad. Porque él era el único que se había dado cuenta del mal que acechaba en ese edificio. Y él, sólo él podría erradicarlo.

Amsterdam Oost, Holanda. Miércoles 6 de febrero del 2015, 12:05 PM

Sus insulsos compañeros se habían ido a comer. Ni siquiera tuvo la oportunidad de poner en práctica la excusa que había preparado para no acompañarlos. No sabía que pensar, ¿había sido suerte? ¿O era simplemente tan minúsculo y despreciable que nadie se había fijado en que estaba allí como todos los días? La voz le susurró que ya daba igual, el plan estaba en marcha, y en breve podría deshacerse de aquel molesto disfraz y ascender a un plano de existencia superior. Cambiaría su mísera existencia de oficinista amargado por lo que le correspondía por derecho de nacimiento. Reinaría en aquel mundo de simios.

Hizo una llamada al taller de artesanía en el que había dejado la guinda de su pastel. Todo correcto, estaría listo a la hora prevista. Anotó un breve comentario de éxito en su cuaderno de planificación. El único objeto que podría incriminarle, si es que alguien llegaba a dar con él, decidía que era importante y dedicaba un esfuerzo al alcance de pocos para decodificar su imponente código. El riesgo era tan ínfimo que había decidido correrlo sin la menor duda.

Miró su reloj y volvió a sonreír. Menos de tres horas para recoger el paquete, una más para montarlo todo y dos más para llevarlo a su destino final.

Sus compañeros volvieron de comer y la sonrisa se borró de sus labios.

Amsterdam Centraal, Holanda. Miércoles 6 de febrero del 2015, 3:05 PM

Al observar el último trozo de su obra no pudo evitar sentir cierta fascinación por el trabajo de aquel artista. La expresión, los matices y los colores que había utilizado para dar forma a unos sencillos termoplásticos de impresión 3D eran… exquisitos. Parecía tener vida propia.

-¿Está todo como esperaba señor? -Preguntó con amabilidad y recelo el pintor.

Él contestó con un leve cabeceo mientras continuaba con su deleite personal.

-Perdone la indiscreción pero… ¿para qué quiere usted pintar una cabeza como esta? -Inquirió de nuevo-. Le hubiera salido más barato comprar una cabeza de las mismas características pero ya pintada.

Levantó la mirada con intención de contestar, pero vio que el reloj de su espalda ya marcaban las 3:30 PM. Llevaba diez minutos de retraso sobre el plan, y él nunca se retrasaba. La voz no lo permitía.

Hilversum, Holanda. Miércoles 6 de febrero del 2015, 5:00 PM

El complejo artefacto ya estaba terminado y montado. Todos los detalles puestos en su sitio, todos los dispositivos conectados entre sí y también a la base del artilugio. Nadie sospecharía. Tendría via libre hasta su destino. Y luego…

Amsterdam Centraal, Holanda. Miércoles 6 de febrero del 2015, 6:00 PM

Era la hora exacta, era el lugar exacto. Se dirigió hacia la pequeña casa-museo situada en la calle Oudezijds Voorburgwal. Pocos eran los que conocían y visitaban aquel pequeño museo ocultista. Menos aun conocían su verdadera historia, y nadie de aquellas privilegiadas personas seguía viva. Pero él si. Por eso estaba allí. Por eso había concertado una cita para hacer una visita privada a la capilla de la iglesia clandestina situada en el ático del edificio. Él, el paladín de la luz y la justicia a punto de erradicar la raíz de todo mal.

Avanzó a trompicones por los adoquines por culpa del artefacto. Pesaba en exceso y la silla de ruedas que había comprado no era demasiado manejable. Pero la voz le urgía para terminar con su cometido.

Un transeúnte se ofreció a ayudarle con la dichosa silla, pero él lo despachó con una de sus fulminantes miradas. Malditos simios entrometidos. ¿Tanto llamaba la atención que todos se fijaban en él? ¿Sería prudente continuar? No quería que nadie le detectase pero… por algún extraño motivo la gente se fijaba más en él que en el artilugio. Genial.

Extrajo un arrugado papel con el permiso de acceso y los guardias de seguridad le permitieron la entrada al edificio. Para ellos no había nada extraño en un hombre de mediana edad llevando a un anciano sentado en su silla de ruedas.

Prescindió de los servicios del anciano guía y subió en un estrecho ascensor hasta la última planta. El odio y la rabia que había acumulado durante tantos milenios pugnaba por salir de aquella patética garganta de carne. ¿Odio? ¿Milenios? Su locura estaba a punto de desbordarle, no pensaba con claridad. Quería activar ya el artefacto y terminar ya. Necesitaba terminar con aquello. Se detuvo. Había llegado. ¡Por fin!

Notó cómo el ambiente de la pequeña iglesia estaba cargado, pesaba y le hacía muy difícil respirar. El pulso se le aceleró, sus pupilas se dilataron, su expresión se volvió más y más extraña. Menos humana, más demente. La cara de un perturbado, de un viejo perturbado. Buscó con la mirada su objetivo, y lo encontró. Vaya que si lo encontró. ¡Aquellos idiotas lo tenían expuesto encima del altar!

Y entonces dejó de ser él.

El objeto parecía una cruz encuadrada roja y metálica. Parecía una cruz roja simétrica con un cuadrado de metal en el centro, pero nada más lejos de la realidad. Los colores no tenían importancia. Los materiales no tenían importancia. La cruz no tenía importancia. Lo importante era aquello que mantenía unidos los átomos de cada una de las moléculas que formaban aquel objeto. Una energía aun por descubrir en aquel amago de universo.

Un objeto que no era una cruz, sino una cerradura. Una cerradura cuántica forjada hacía miles de millones de años en un lugar fuera del tiempo y el espacio. Creada por los mismos seres que habían dado forma a aquel planeta. Unos seres que iban a pagar por haber creado esa cárcel. Una raza que desaparecería de cualquier plano existencial en cuanto él destruyera aquella cerradura. Porque él era Azathoth, el Destructor, el Caos, el Único, el Devorador de Realidades. Un ser multidimensional que cometió el error de observar en vez de aniquilar. Un ser para el que todas las razas de todos los planos de existencia unieron sus fuerzas, sus conocimientos y sus recursos para poder crear una cárcel suficientemente fuerte como para contenerle: un remoto planeta de una galaxia olvidada en un universo sin importancia.

Pero no controlaron todas las variables, y ese universo se volvió habitable. Y él era paciente, muy paciente. Las distintas razas evolucionaron, investigaron, descubrieron y crearon maravillosos aparatos y medios de transporte. Y lo más importante: crearon pequeños agujeros en el tejido del universo. Cortes que no permitían el paso más que de un poco de energía cada vez.

Miles de millones de años le costó atraer hacia sí la energía suficiente para formar algo tangible que pudiera destruir. Unas moléculas con las que dar forma a la cerradura. Y aquellos simios sólo tardaron 200.000 años en juntar las piezas, en atraerlas y en crear aquel objeto.

Lanzó un rugido de rabia, de odio y de alivio a través de aquella garganta mientras hacía que aquella marioneta de carne pulsase el botón que activaba la bomba relativista. Una bomba que había creado e introducido en aquel cuerpo de plástico y que iba a destruir la cerradura, el edificio, la ciudad y muy posiblemente el país entero. Y por supuesto a aquel demente simio que creyó que un Dios hablaba en su cabeza.

Estación Espacial Internacional. Miércoles 6 de febrero de 2015, 6:20 PM

Un fogonazo de luz blanca cubrió la mitad superior del continente europeo. Ninguno de los que pudieron observarlo supo qué era aquello, pero tampoco le dieron importancia. Había algo más malévolo e increíble surgiendo de las entrañas de la madre Tierra.

De cada poro del planeta surgieron finos haces de oscuridad. Y esos haces conformaron una enorme y negra nube cósmica que comenzó a expandirse delante de sus ojos.

No sabían qué era aquello, pero el terror paralizó sus débiles y patéticos corazones.

Porque Azathoth era libre.

Escrito por David Olier para El Rincón de Cabal.

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