Revista Literatura

Relato: El Sobre

Publicado el 26 junio 2015 por Cabaltc

Unos golpes sordos en la puerta de casa me despiertan. Miro el reloj y maldigo entre dientes, sólo faltaban quince minutos para que sonase el despertador. Aun medio dormido salgo de la cama y me dirijo a la entrada. Entre bostezos ojeo a través de la mirilla.

Nada, no veo a nadie. ¡Malditos críos! Abro la puerta de golpe, ya completamente despierto, para ver si puedo ver quién ha sido el gamberro. Sé que es inútil pero… la esperanza de pillarles con las manos en la masa es demasiado fuerte como para analizar la tontería que estoy haciendo.

Como era de esperar, no hay un alma en el descansillo. Sin embargo, al cruzar el marco de la puerta mi pie derecho pisa algo hecho de papel. Me agacho y lo recojo. Es un sobre blanco de unos 25 centímetros de ancho. Lo justo como para meter un folio doblado por la mitad. Entro en casa mientras busco alguna dirección o algún remitente.

Otra vez nada. El sobre está impoluto. A pesar de la brusquedad de mi amanecer, noto cómo mi cuerpo y sobre todo mi mente me exigen que les alimente con su droga favorita. Dejo el sobre encima de la mesa de la cocina y empiezo a preparar café.

El Sobre | ERDC

Con una taza de rica cafeína en la mano abro el sobre. Dentro hay una hoja doblada y dos palabras escritas.

«¡Hola Sam!»

¿Quién coño me despierta a las siete menos cuarto de la mañana para…. Esto? Menuda tomadura de pelo. Me voy a la ducha enfadado después de haber roto en trozos el sobre y su contenido, tirándolos a la basura.

Después de despejarme bajo el agua caliente y prepararme para ir a trabajar, cojo las llaves de mi moto, la mochila con el portátil y salgo de casa. Un crujido bajo mis pies atrae mi atención y… ahí está, otro sobre blanco de las mismas dimensiones.

Miro extrañado y sorprendido a mi alrededor, buscando al bromista que la ha tomado conmigo. Pero como era de esperar, no hay nadie. Siempre soy el primero en salir del edificio por las mañanas, y sea quien sea el que deja estos sobres, sabe muy bien cómo desaparecer de aquí. A ver qué dice esta vez.

«¡Cuanto tiempo! ¿Qué tal estás?»

Cinco palabras junto a unos labios de carmín rojo a modo de firma. Al parecer es una mujer. Con una sonrisa bajo al rellano del edificio. Menuda pirada me he encontrado. Busco al conserje de noche y le pregunto si ha entrado o salido alguien extraño. Su respuesta es que, desde que comenzó su turno, nadie ha entrado o salido por la puerta principal.

Qué raro, ¿será alguien del edificio gastándome una broma? Con esa idea en mente y repasando todo lo que sé de mis vecinos, cojo mi moto y me voy a trabajar.

Vuelvo cansado al final del día. Subo por las escaleras (para variar el ascensor se ha estropeado) y camino despacio hacia mi apartamento.

Encima del felpudo hay otro maldito sobre. Joder con el bromista. ¿Es que no va a parar nunca? Lo abro ahí mismo.

«¿Por qué no quieres hablar conmigo? :’(»

¿Qué coño se ha creído que es esto? ¿Soy el teléfono de la esperanza en modelo epistolar? Rompo el sobre con su correspondiente carta y las tiro en la papelera del pasillo. No estoy para juegos. Entro en casa confuso y enfadado. No ha sido el mejor día de mi vida y encima tengo que enfrentarme a una chalada.

Me voy directo a la cama, necesito descansar. Sin embargo, nada más poner un pie dentro escuchó un débil golpe en la puerta de entrada. Salgo corriendo echo una furia con la intención de pillar in fraganti a la bromista de las cartas.

Abro la puerta y vuelve a no haber nadie. ¡Mierda! La escalera está en el otro extremo del pasillo, el ascensor está estropeado y las puertas de mis vecinos hacen un ruido muy característico que, con estas paredes de papel que tenemos, se escuchan a la perfección desde dentro de casa. ¿Cómo demonios lo hace?

Saco el típico folio en blanco del sobre. Pero esta carta es ligeramente diferente a las otras. El trazo parece menos firme y hay unas zonas circulares húmedas a lo largo del papel. ¿Gotas de agua? Miro al exterior y no veo que llueva. Qué raro. Además, el texto que ha escrito es el más largo hasta ahora.

«¿Estás enfadado conmigo? ¿Qué es lo que te he hecho? Por favor… Sam… habla conmigo… ¡¡¡¡Por favor!!!!»

Suspiro frustrado y resignado. ¿Qué quiere de mi? Viendo el contenido del mensaje cualquiera pensaría que las gotas son… ¿lágrimas? Esto no tiene ni pies ni cabeza, pero mi cabreo disminuye al pensar en que quizás, sólo quizás, alguien haya llorado al escribir esa carta. Está claro que espera una respuesta por mi parte, así que hago una estupidez. Cojo un bolígrafo y escribo mi respuesta por detrás de su mensaje.

«Hola, ¿quién eres?, ¿qué quieres de mi?»

Meto el folio en su sobre, lo dejo encima del felpudo y me voy a dormir.

El despertador me devuelve a la vida por la mañana. La loca de los sobres ha sido más lenta que él esta vez. Antes de ir al baño o a la cocina, abro la puerta de mi casa y miro en el felpudo. Qué extraño, hoy no hay ninguna carta. Ni siquiera está la que le dejé yo anoche. ¿Se habrá cansado de jugar? Desayuno, me preparo y voy al trabajo.

No puedo dejar de pensar en las cartas. ¿Quién es esa mujer misteriosa? ¿Será realmente una mujer? ¿Por qué me escribe a mi? De hecho, conoce mi nombre y me trata como si yo también tuviera que conocerla a ella. ¿Quién podría jugar conmigo de esa manera? La verdad es que no se me ocurre nadie. Aunque, pensándolo bien, lo más sorprendente no es que me conozca o que me deje esas misteriosas cartas… no, lo más increíble es que consiga dejarlas sin que pueda verla hacerlo.

Es más, no recuerdo haber escuchado pasos o golpes. No sólo no se oían los sonidos de las puertas de mis vecinos (todos hombres por cierto) al abrirse y cerrarse, sino que no se oía absolutamente nada en el exterior de mi apartamento. ¿Cómo consigue dejar las cartas e irse sin que la vea?

Mosqueado, cojo mi moto para volver a casa. Durante todo el camino de vuelta no hago más que pensar en la chica misteriosa y, sobre todo, en las ganas que tengo de encontrarme una carta más que me explique de qué va esto. Si, la intriga me está matando. Necesito saber quién es.

Pero al llegar a casa no hay ningún sobre. Ni por la mañana. Ni siquiera la semana siguiente.

Es curioso, me he pasado ya quince días deseando unas cartas que nunca quise recibir, soñando con una mujer a la que no conozco y esperando a ver contestadas unas preguntas que, en el fondo, sé que nunca voy a poder responder.

Escrito por David Olier para el blog El Rincón de Cabal

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