Revista Talentos
Relato: Encerrada entre estrellas
Publicado el 27 marzo 2012 por TifaLlevaba tanto tiempo allí, que ya ni tan siquiera recordaba su nombre.
Llevaba tanto tiempo allí, que ya ni el propio tiempo significaba algo para ella
Dormía tanto como su cuerpo le permitía y, cada vez que despertaba, creía que empezaba un nuevo día, pero no tenía modo de saber cuánto llevaba encerrada. Al fin y al cabo, ¿cómo sabes cuántas horas han pasado en un planeta en el que el sol pasa tres meses sin aparecer?
Al principio, creyó que lo soportaría Que, al fin y al cabo, no iba a estar sola; podría hablar con sus compañeras de celdas contiguas. Y tendría la inmensidad del universo para observar hasta el fin de su penitencia.
Pero no había sido así. Las otras mujeres habían tardado menos que ella en perder la noción del tiempo. A la mayoría se le había ido la cabeza, y ahora desvariaban. Ella huía de sus miradas y sus palabras con lógica propia, temerosa de acabar inundada de los miedos y los mundos abstractos del resto.
Su único modo de entretenimiento era observar los cazas que salían de la base de vez en cuando. A veces, se imaginaba que iba dentro de uno de ellos y podía escapar de allí.
No tenía adónde volver, pero su única ilusión era sentirse libre durante un último momento de su vida.
******
-Oye, chica… -llamó la mujer de la celda de enfrente.
Antaño, había conocido su nombre. Tal vez, incluso habían sido amigas.
Ella se giró en la manta sobre la que se encontraba estirada. Le dio la espalda a la mujer para hacerle entender, de nuevo, que no quería hablar con ella.
-Eeeeh… -insistió- Tengo información que te interesa…
Su voz sonaba débil y desesperada.
Finalmente, decidió darle una oportunidad.
-¿Qué quieres?
Llevaba tanto tiempo sin hablar, que no esperaba que su propia voz pareciera tan cansada.
-Eres libre –dijo.
-¿Qué?
-Eres libre.
Luego, la mujer se echó a reír. Ella le dedicó una mueca de desagrado y volvió a acostarse.
Sin embargo, no se trataba de una broma. Pasaron unas horas hasta que escuchó el sonido de la puerta de su celda abriéndose. Un apuesto hombre de ojos azules aguardaba en la entrada.
-Es ella –dijo alguien a quien no pudo ver-. ¿Verdad?
El hombre le tendió una mano y sonrió con amabilidad.
-Vamos. Eres libre.
Sus palabras hicieron que la mujer de enfrente estallase en una carcajada.
Aceptó la mano de su salvador y se puso en pie para seguirle. Primero, unas trabajadoras le dieron una ducha a conciencia. Después, cepillaron su pelo y le cortaron las puntas.
Cuando se vio en el espejo por primera vez en tantísimo tiempo, no supo reconocerse. No aceptaba su propia imagen.
*****
Horas más tarde, se encontraba en el hangar. El hombre de ojos azules la estaba ayudando a subir a un caza. Parecía ser que la iban a dejar sola en su viaje de vuelta… Pero, de vuelta ¿adónde?
-No sé pilotar –dijo en un hilo de voz.
-No debes preocuparte; tiene un piloto automático. Te llevará a casa sin que tengas que hacer nada.
*****
Llevaba una eternidad durmiendo cuando la luz la obligó a abrir los ojos.
Se encontraba en el espacio, viajando en un caza con toda la libertad que podría haber imaginado, incluso si su trayectoria parecía ir dirigida directamente a la estrella.
Aunque el calor se hacía cada vez más insoportable, estaba volando. Ya no había barrotes ni cadenas. No había caras extrañas, una vez conocidas, que trataban de arrastrarla a un mundo de oscuridad.
Lágrimas de puro placer corrían por sus mejillas; era maravilloso. Pronto conseguiría su recompensa. Y su libertad eterna.