Prólogo
Hace ya algún tiempo que publiqué en El Rincón de Cabal mi primer relato de terror. Lo llamé Infierno Cósmico en latín Cosmicam Inferno y tiene un origen muy similar al de los ejercicios de escritura creativa que he ido publicando en la sección de escritura de este blog:
- Escritura Creativa pt. 1 – Las Tres Palabras
- Escritura Creativa pt. 2 – Los Sueños
De aquel ejercicio surgió un intenso relato de terror totalmente abierto (que podéis leer aquí) y que me ha permitido jugar con un montón de recursos propios de la escritura. De todos esos elementos he querido centrarme en uno muy importante, el punto de vista (del que hablaré más adelante en la sección de escritura de este blog), e ir creando distintos relatos ligados a Cosmicam Inferno pero vistos desde la perspectiva de otros protagonistas.
Aquí os dejo con el segundo de dichos relatos, Cosmicam Inferno – Ed, visto desde la perspectiva de un ermitaño llamado Ed.
Espero que os guste.
Cosmicam Inferno – Ed
Cosmicam Inferno – EdEl día amaneció frío y lúgubre. Aquellos rayos de sol que entraban por la ventana no parecían capaces de calentar sus viejos y achacosos huesos, pero aun así Ed se obligó a moverse de la cama, al igual que todas las mañanas durante los últimos veinte años. No había dormido bien, la maraña de mantas y sábanas que tan poco se asemejaba a una cama daban buena muestra de ello. La almohada estaba empapada de sudor, su pijama estaba pegado a su delgado pero fibroso cuerpo y sus párpados parecían dos tiras de lija sobre sus ojos.
Si, había sido una noche espantosa. Pero, ¿por qué? No conseguía recordar ninguno de los sueños que habían poblado su mente. Tan solo era capaz de recordar las sensaciones que le habían embargado. Terror, oscuridad, dolor, desasosiego,… sensaciones que seguía sintiendo con una perturbadora nitidez. Nunca se había sentido tan desamparado en toda su vida, tan necesitado de consuelo y compañía como se sentía ahora. Le asqueó reconocerlo. Él era un hombre duro, tan duro como la misma piedra, forjado en la intemperie de aquellas montañas durante los más de veinte años de aislamiento auto impuesto. Veinte años en los que se había convencido de no tener ningún tipo de sentimiento, de no ser humano.
Sumergió la cabeza en la jofaina de helada agua de rocío que tenía en el porche de su cabaña, con la intención de despejarse y desechar todas aquellas emociones. Se recostó en su mecedora, en un vano intento de relajar su temblorosa mente. Pero mientras su cano cabello intentaba desesperadamente secarse bajo los débiles rayos de aquel perezoso sol, se dio cuenta de que aquello no iba a desaparecer. Una terrible oscuridad parecía haberse aferrado de cada recodo de su mente. Viejos demonios del pasado se habían desenroscado de las profundidades del sótano de sus recuerdos para envolver y estrangular su corazón. Notó cómo su pecho dejaba de latir, y volvió a sentir como la sangre de los inocentes que había exterminado en todos y cada uno de sus momentos de locura volvía a empapar su alma.
Iba a morir, todos iban a morir, el mundo había llegado a su fin, Azathoth había llegado.
-Quién cojones es Azathoth -aquel pensamiento no había sido suyo, se dijo a si mismo mientras se levantaba de un salto en un intento de aferrarse a la realidad y a la poca cordura que parecía quedarle.
Pero aquella voz le sonó hueca, vacía de toda vida y emoción. Su cuerpo empapado de sudor le pedía a gritos que huyera de allí, que corriera hasta haber dejado atrás aquella desesperante montaña o hasta caer muerto.
Y por primera vez en toda su vida, sintió un primordial terror que dotaba a todas y cada una de sus fibras de una energía sin precedentes. Corrió, corrió para alejarse de aquella maldita cabaña, de aquella locura sin sentido, de Azathoth. Se internó en lo más profundo del bosque que le había acogido durante las últimas décadas. Ramas y zarzas desgarraron la poca ropa que llevaba y penetraron en su carne, dejando pequeñas culebras rojas marcadas en su piel. Tropezó una y otra vez, rompiendo uno tras otro todos los dedos de sus descalzos pies. Pero aquello no le detuvo, ni siquiera fue consciente del intenso dolor que subía por sus extremidades, ni de los pequeños regueros de sangre que fluían de los cientos de cortes que llenaban su cuerpo.
Con los ojos fuertemente cerrados siguió corriendo hasta adentrarse en lo más profundo del bosque, donde el terror y la angustia se hicieron cada vez más tangibles. Notaba cómo con cada inspiración entraba más y más de aquella oscuridad en sus pulmones. Una oscuridad que parecía latir con vida propia, ávida de sangre y terror.
Tropezó una vez más y cayó de rodillas, haciendo crujir el lecho del bosque sobre el que terminó desplomándose. Desesperado se derrumbó y comenzó a golpear con las manos y la cabeza el suelo en el que había caído, en otro enajenado intento de arrancarse la oscuridad de dentro.
Pero todo lo que recibió a cambió fue un viscoso chapoteo por cada uno de sus golpes. Un sonido perverso y antinatural. Notó sus manos pegajosas y doloridas por todas las astillas que se le iban clavando con cada uno de los impactos que hacía contra el suelo. Abrió los ojos, y lo que vio terminó de arrancar toda cordura de su maltratada mente. Sangre y vísceras le rodeaban en lo que parecía una macabra orgía. Restos de carne y hueso despedazados de lo que podría haber sido un ser humano llenaban el claro en el que había terminado.
Entonces, en un último momento de claridad, tomó la única decisión correcta de toda su vida. Iba a ser libre, la oscuridad no iba a poseerle. Siguió golpeando su cráneo contra el suelo con todas las fuerzas que consiguió reunir. Golpeó hasta notar cómo los huesos se quebraban, y aun fue consciente de golpear una vez más y destrozar la parte frontal de su cerebro contra la piedra que tenía debajo. Y así, con una sonrisa demencial en sus labios, Ed cayó exánime encima de los restos humanos de lo que antes se había hecho llamar Eva.
Escrito por David Olier.
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Archivado en: Relatos Tagged: CabalTC, Cosmicam Inferno, Horror, Personal, Relato, Terror