Revista Literatura

¿Sabes el tremendo error que acabas de cometer?

Publicado el 13 julio 2012 por Beatrice
   El calor era sofocante y la humedad no favorecía en absoluto. Decidió asegurarse por última vez de que no olvidaba nada de utilidad en los bolsillos del hombre que agonizaba junto al contenedor de basura, empapado con la sangre que brotaba de su abdomen.
   Le había quitado la cartera, el reloj y un anillo que le pareció de oro. Cuando el dinero empezaba a escasear aquello se convertía en una considerable fuente de ingresos, tanto que le garantizaba un par de comidas al día e incluso alguna ducha con jabón del bueno.
   Hasta que fue demasiado tarde no se dio cuenta de el grave error que acababa de cometer, quedándose demasiado tiempo cerca del muerto. Un muerto que ella misma se había encargado de matar. El sonido de unos frenos de coche y una puerta abriéndose hizo que se levantase rápidamente cuchillo en mano. Estaba acorralada.
   –¿Sabes el tremendo error que acabas de cometer? –un hombre elegantemente trajeado se dirigió a ella sin ningún preámbulo.
   Respiró tras varios segundos sin hacerlo. No era la policía.
   –Ese tío de ahí trabajaba para mí.
   Ella se giró una última vez, comprobando que el muerto continuaba a sus espaldas, pero no abrió la boca.
   –Así que te has cargado a mi empleado. Eso no me gusta ¿sabes, pequeña? No me gusta nada...   Ahora tendré que hacerle desaparecer ¿sabes lo que cuesta hacer desaparecer a un tío apuñalado en el estómago? La sangre se quedará ahí, junto al contenedor, durante una semana o más.
   Ella arqueó la ceja. ¿Quién coño es este tío? Pensó. El hombre dio unos golpecitos en el cristal de la ventanilla y el conductor bajó, servicial.
   –Cachéala. Quítale el cuchillo y comprueba que no lleva ninguna sorpresa escondida en los bolsillos.
   Ella alzó el cuchillo, firmemente agarrado en el puño derecho. Era ligero y ella era rápida, pero el supuesto conductor lo era más y también más fuerte. Sintió un dolor agudo en la muñeca y vio como el cuchillo salía volando hacia el otro lado de la calle. Después notó como le quitaban la pequeña navaja que escondía en el calcetín derecho. En respuesta, escupió al hombre que acababa de desarmarla.
   –Eres valiente, jovencita. Casi más que ese de ahí... súbela al coche. –indicó al conductor y él volvió a entrar por la puerta que había bajado.
   Se vio conducida a empujones dentro del vehículo negro de lunas tintadas y comprobó, para su desgracia, que los seguros de las puertas se controlaban desde el asiento del conductor. Se sintió atrapada. Odiaba estar atrapada.
   –No saldrás de aquí hasta que yo quiera que salgas. ¿Cómo te llamas? –preguntó el hombre, mirándola con curiosidad. Era una cría de no más de trece años, estaba sucia y olía a humedad. Su pelo era una maraña oscura y apelmazada, y sus manos estaban manchadas de sangre que empezaba a secarse. –Te he preguntado, espero una respuesta.
   –Jane –contestó sin mirarle a la cara y con una gran dosis de desafío en la voz.
   –Tienes agallas pequeña Jane, eso me gusta. Te has cargado a uno de mis hombres para robarle la cartera, no sé si eres la persona más inteligente del mundo o la más estúpida. –los seguros de las puertas se abrieron de pronto –Si bajas de este coche tendrás varios cientos en billetes manchados de sangre y a la policía pisándote los talones en pocos minutos. Si te quedas, te enseñaré a no cometer más errores como el de esta noche y recibirás la misma cantidad que ese al que te has cargado por cada trabajo que hagas para mí. ¿Que me dices?

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