Sentado a la espera de Dios

Allí sentado le esperaba. En un momento u otro, Él tendría que salir fuera. Quería que el escarnio de sufrir el reproche a los ojos de todos -cristianos, no cristianos, creyentes o ateos- se añadiera a la recompensa. Cantarle por fin las cuarenta a Aquél que siempre se libra de todo. ¡Ja! Esta vez se iba a enterar. Tenía todo el tiempo del mundo y de allí no se movería hasta que saliese Él. No tenía escapatoria... salvo que Él supiese que había otra puerta de salida. Pero eso era cosa poco probable.