Perdonarme, lectores, porque he pecado. He cometido el mayor de los pecados en el mundo blogger: abandonar mi blog temporalmente. Podría justificarme diciendo que han sido un cúmulo de cosas las que me han llevado a desplazar a mi blog de mis quehaceres, pero mentiría. La verdad es que perder a un ser querido bloquea indistintamente de si ya se ha pasado por esta situación anteriormente. No sabes qué hacer ni qué decir. De pronto te quedas sin palabras para los tuyos y para ti misma. Todos aquellos temas e ideas que quería compartir en el blog ya no me parecían interesantes o relevantes. Mis pensamientos y reflexiones han tenido una única protagonista: una mujer muy especial que supo impactar en la vida de muchos con su cariño, sus refranes y su risa.
Hasta sus últimos días decía las cosas que pensaba aunque siempre con una sutileza impecable. Te hacía reír con su propia risa porque la realidad es que nunca llegaba a terminar de contar un chiste. Siempre tenía en la recamara historias que compartir de hace cuarenta años, aunque ninguna sonaba a "historias de la mili". A cada cual más original e insólita. Le gustaba, como a mi, guardar miles recortes de periódicos y tickets, piezas de papel para algunos y para otros, recuerdos de una bonita historia familiar. Y también le encantaba enchufar alguna tarde que otra el videoproyector super 8 para recordar aquellas vacaciones en Italia. Ella era la viva imagen de la valentía y la superación. Luchar contra un cáncer tras otro durante más de una década; perder la movilidad en las piernas y volverla a recuperar con mucho esfuerzo y el apoyo de su incondicional marido; aprender a reírse de una misma y afrontar la vida venga como venga. Esa es la lección que nos ha dejado.
Juntas hemos compartido muchas horas de programas de cotilleos y marujeos, aunque habrá a quien hoy todavía le pese. Solo ella y yo somos capaces de entender porqué tantas horas "perdidas" viendo y comentando todas esas historias de la prensa rosa. Decenas de viajes parloteando de lo cotidiano sin pensar que un buen día ya no podríamos volver a hacerlo. Y aunque fuéramos y seamos nuera y suegra tengo que decir que nunca nos hemos sentido obligadas a las exigencias de esos roles. Ahí eramos y somos dos mujeres con suficiente capacidad para poner a los demás en el lugar que se merecen indistintamente de la procedencia sanguínea.
Esta no es ni será la primera vez que me enfrente al duelo de la muerte. Todos tenemos que pensar y sentir que la vida sigue aunque suene a frase manida. Es duro decir esto, pero la muerte es parte de la vida y aunque abrume este pensamiento, en el camino que nos queda por recorrer perderemos a muchos más. Por ello, debemos valorar y dar más importancia a nuestra propia vida. Vivir cada momento como si fuera el último y afrontar las adversidades sean cuales sean.
Hoy quiero terminar esta entrada confesando que estoy agradecida porque me quedo con el mejor de los regalos: su hijo, mi marido. En él me queda un pedacito de ella cuando se ríe o me mira. Y se que en muchos momentos se la echará en falta y en ese instante me acordaré de lo que me dijo mi padre cuando murió mi abuelo: "el amor y los recuerdos de nuestros ser queridos pueden vivir eternamente en nuestro corazón".