Revista Talentos
Síndrome de Estocolmo
Publicado el 20 junio 2010 por McaellasEn Estocolmo a uno le da el síndrome. Es inevitable. Así que sin ofrecer resistencia nos dejamos secuestrar por el espíritu de Bolaño. Eso hace que terminemos cenando en casa del Embajador chileno. Un tipo que odia el frío y que no la pasa del todo bien aquí, a menos de 600 km del círculo polar ártico. Buen anfitrión, nos permite improvisar el rincón del fumador en una ventana con vistas. Son más de las diez y no anochece. Para que nos entendamos, es la luz ésa del momento mágico, del instante preciso que diría Cartier-Bresson, un instante que se prolonga indefinidamente, como si no quisiera terminarse, una especie de orgasmo lumínico tántrico, si es que eso significa algo. Caminamos por las calles estrechas de la ciudad vieja y nos da el síndrome. Síndrome, o quizás sería más preciso decir fantasía, de ser secuestrado por una de estas rubias suecas. El mito de las suecas. Hace años, en el 96, cuando viajé por primera vez a Escandinavia, Oslo en ese caso, me quedé anonadado en una ciudad donde me parecía que el 90% de las mujeres eran bellísimas. Años más tarde, con algunos viajes a cuestas, algo más de bagaje, uno piensa que la belleza está en la mezcla, en el mestizaje, en el intercambio racial masivo, la única solución real a los problemas de este mundo. Las suecas son demasiado arias. Sin embargo, no podemos evitar mirar embobados a estas rubias que llenan los bares en una noche con luz. A Carrion le recuerdan a actrices de películas porno suecas de los sesenta, a Angola lo transforman en un rapero viejo, a Campos le sacan esa bestia que lleva dentro y a mí me devuelven a esa adolescencia en la que no podía sostener una conversación de más de diez palabras con ninguna mujer que me atrajera un poquito. La Posada se ríe y a la que puede se desmarca y se sienta en la mesa de los vikingos. Nosotros bebemos las cervezas más caras del mundo y buscamos un bar con un poco de alma. Ni modo. Las amables chicas del Cervantes definen como bar cutre un local que sería pijo en la mayoría de ciudades del mundo. Un bar donde una réplica de Amy Winehouse baila con nosotros hasta que su novio se la lleva avergonzado. Un bar donde el portero se permite aconsejarnos que nos retiremos al hotel, que ya llevamos demasiadas cervezas encima, que es peligroso seguir en ese estado. Como estamos en Suecia no le mandamos a la mierda. Simplemente nos reímos y terminamos la noche en el barco Patricia, desde donde vemos el amanecer a las 3 de la mañana, una experiencia insólita se mire por donde se mire, incluso mirado desde el punto de vista de la enésima rubia que nos justifica la boda real con argumentos peregrinos del tipo "tienen derechos históricos". De la proa a la popa, de versiones ochenteras a house nórdico, poco a poco se calienta el verano más frío que uno recuerde. Cuando ya nos sentimos a gusto, de repente, sin previo aviso, deja de sonar la música y todo el mundo desembarca con orden y concierto, a la sueca. Afuera brilla un solo como de mediodía pero son apenas las cinco de la mañana. Regresa el síndrome, el síndrome "Lost in translation", o sea perdidos en Estocolmo, por favor, que alguien nos secuestre. O que nos explique la frialdad sueca. Gracias