Revista Diario

Sobre contratos de alquiler que no se rompen

Publicado el 31 mayo 2018 por Anamarinosa
Hoy he visto a la que lleva mis apartamentos entrar mucho en bucle, y creo que un poco casi le estalla el cerebro. Todo porque se nos acaba el contrato del piso el 18 de agosto y nos queremos ir el 23 de junio, y eso por aquí debe de ser algún tipo de pecado. Pero de los gordos.
Todo empezó hace unos días cuando nos dijeron que nos subían el alquiler unos 300 dólares al mes, un módico incremento del 25%. Yo bajé a lo civilizado a hablar con la de la oficina y ella me dijo que sí que vale, que lo siento mucho pero a mí me han dicho que te suba eso y yo te subo eso para que mi jefe no se enfade. Vamos hombre, que es una pasta, que somos formales, que no hacemos fiestas, que pagamos bien.... Que sí que vale, que lo siento mucho pero a mí me han dicho que te suba eso y yo te subo eso para que mi jefe no se enfade. Así un rato.
Decidimos mudarnos y cuadramos vacaciones en España, final de curso, principio de curso, mudanza, alquiler de furgoneta y todo tan pichis. A mí me han dicho mi madre, la amiga de mi madre, un par de colegas y la vecina del bajo que necesito relajarme un poco y la verdad es que saltar de la casa número doce a la casa número trece no debería ser tan chungo. Y sí, tengo un pasado alquilando casas.
Oiga, que nos vamos el 23 de junio, pero que yo le pago todo hasta el 18 de agosto me vaya el día que me vaya. Ya, pero es que eso no se puede, si pones en el papel que te vas antes del 18 te tengo que poner una multa. Ya, pero es que me voy de vacaciones y no voy a estar aquí el día que se me acaba el contrato. Ya, pero es que si pones en el papel que te vas antes del 18 te tengo que poner una multa. Pues ponemos que nos vamos el 18, os damos las llaves en junio, las guardáis en un cajón y hacéis como que no están hasta agosto. Ya, pero no, porque si nos dais las llaves el 23 de junio tenemos que poner el 23 de junio porque somos así: preferimos que estén las llaves dos meses por ahí a tenerlas en un cajón de nuestra oficina. Y así durante veinte minutos a voces (yo) y nerviosa (ella). Un pollo a la española, qué leches.
Todo porque si el contrato acaba un día y te piras antes (aunque pagues hasta el final del contrato) te calzan multa porque sí, porque pueden. Eso a mí me cabrea mucho porque yo quiero pagar, pero también me quiero ir de vacaciones y quiero estar delante cuando comprueben si he roto cosas. Porque yo no he roto nada y quiero mi fianza, que se sepa.
La cosa ha ido subiendo y subiendo hasta que me ha dado por irme muy digna, y mi Jorge detrás. Él para estas cosas tiene más temple que yo, así que lo ha visto claro desde el principio: ponemos en el contrato que nos vamos el 18 y a tomar por saco, ya veremos quién viene a traer las llaves. Y oye, mano de santo.
Hemos vuelto a entrar; la mujer temblaba un poco y yo he puesto mi mejor voz de perdooooona: esto no es nada personal, que tú eres supermaja de verdad, pero no le voy a regalar a tu jefe seiscientos dólares por dejarte las llaves en junio el día en el que realmente me voy. Y allí todos contentos.
Hemos seguido los sabios consejos de mi madre, la amiga de mi madre, un par de colegas y la vecina del bajo y nos hemos ido a relajarnos. Nos ha salido el punto macarra, nos hemos comprado un café del Dunkin Donuts y nos lo hemos tomado en la terraza del Starbucks: ya no tenemos conciencia de nada, y en la terraza del Starbucks por la tarde se está de lujo.

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