Eolo vuelve a soplar sobre nuestras testas con rabia, fuerza y verdadero tesón. Las cumbres tinerfeñas volvemos a estar bajo el signo de una ya casi familiar alerta naranja y mi hogar, a 1.000 metros de altura, aguanta, bravío, como la tercera casa del tercer cerdito....¡Menos mal que en Canarias no existen lobos que puedan entrar por la chimenea!
No sé si será cosa del ventarrón, pero hoy me desperté con ganas de escribir. No me apetecía traeros ningún artículo ajeno de los que guardo en el borrador, ni tampoco haceros reir con bromas y chistes. Tampoco deseo sorprenderos con fotos llamativas. No. Hoy, mientras el dios del viento lucha por hacerse notar -¡y de qué manera!-, necesito desparramarme en letras más o menos desordenadas, como las hojas resecas del jardín, empeñadas en danzar coreografías completas bajo el telón de oscuras nubes.
Me desperté muy temprano. No eran ni las 6 de la mañana. Tras dormir la media docena de horas con las que ya logro recargar baterías, decidí permanecer un rato más tumbada. A veces, me gusta soñar con ensueños conscientes que no dejan de ser irreales ensoñaciones, creadas por mi soñadora mente. ¡Qué cosas! En mi última aventura onírica de esta pasada madrugada, mi madre volvía a estar embarazada. ¿Es posible que sea a mis 40 tacos cuando comience a echar de menos el amor fraterno?
Di con mis pies sobre el suelo pasadas las 06:20 y me fui a trotar unos cuarenta minutos. Hacía frío. Alrededor de 7 grados y la brisa iba creciendo a cada paso que mis talones creaban. Luego, una reconfortante, cálida e íntima ducha, mientras mi querido Víctor Hugo me ponía al tanto de las primeras noticias de la mañana.
Un café bien caliente, un primer repaso a la prensa online y al correo. Amanece tras los cristales. Violetas, azules, rojos encendidos y dorados se dibujan en el somnoliento sueño. Los perros ladran. Abro las puertas de la terraza. Quiero ver al mirlo que tan bien canta frente a ellas. Aún está todo muy oscuro y no consigo echarle el ojo. Sin embargo, parece gustarle mi presencia y me regala una cantinela irrepetible y maravillosa. Antes no me gustaba, pero ahora, viviendo aquí, entre bosques de brezo, pino, retamas, almendros y helechos, llega a encantarme el hecho de madrugar.
Como Eolo, seguiría, tozuda, describiéndote cómo transcurrió mi mañana, pero no quiero cansarte con mis cosas que, después de todo puede que sólo nos importen a mí y al dios del viento que, entre rugido y rugido, susurra mi nombre...y el suyo.