Revista Diario

Soy mujer, ¿y qué?

Publicado el 25 noviembre 2011 por Mariaelenatijeras @ElenaTijeras
25 de noviembre, día internacional contra la violencia machista.  Desearía que estos escritos nunca se tuvieran que leer. Es tan triste que haya un día para recordar que unos cuantos degenerados  maltratan y matan a la mujer. Con estas líneas pongo mi granito de arena en señal de protesta contra todos ellos. Ni una víctima más. 
Soy mujer, ¿y qué?
Abrió los ojos a un día que ya sabía sería como los demás.  Su despertador  marcaba  cinco minutos antes de la hora de levantarse, pero ella lo apagó antes de que sonara. Sabía que si llegaba a zumbar la tortura de todos los días comenzaría antes. Agarró  el pomo del armario y el reflejo que le devolvió el espejo de la puerta no era el suyo. No podía reconocerse entre las oscurecidas ojeras, un amarillento moratón y las profundas arrugas que surcaban su entristecido rostro.  Ni un simple carmín trasparente adornaba su rostro. Sus ojos perdieron el brillo que antaño iluminaba su mirada. Y cómo único peinado su corta melena a la cara para evitar miradas indiscretas.  Su ropa,  siempre remilgada, pantalones largos y un jersey hasta el cuello para evitar disgustos. Sigilosamente se vistió y salió de la habitación no sin antes comprobar a través del traicionero espejo que su marido aún dormía.  Cuando entró en la habitación de su hijo lo encontró ya vestido y arreglado para desayunar. Despacio se acercó a él  y tras un tierno beso en la mejilla le  habló:
–Cariño, buenos días. ¿Ya te has levantado y vestido tú solito? –con una sonrisa, que nunca perdía para su hijo, lo estrujaba fuerte. Era su único consuelo. –Sí mami, ¿has visto qué sorpresa te he dado? – le contestó risueño. A pesar de que sabía que algo no iba bien en su casa, siempre conservaba su sonrisa angelical. –Sí, cariño. Eso está muy bien. –Afirmó Sonia con una sonrisa carente de felicidad. Desayunaron casi en silencio, intentando no hacer ruido. Dispuestos para salir camino al colegio del pequeño Hugo, una voz tosca los detuvo. –Vaya, ¿os vais sin decirme nada? –inquirió Luis amenazante desde la puerta del dormitorio. Ya se había levantado. Sonia, de espaldas a él, cerró los ojos con fuerza mientras apretaba la mandíbula. –No queríamos despertarte –respondió temblando en voz baja. –¡Ah! ¿No? Claro, pensaste que como no tengo trabajo soy un  vago y dormiría toda la mañana ¿verdad? –se aproximaba a ella despacio. Sus ojos empezaban a salir de sus órbitas. –Nooo, ¿por qué iba yo a pensar eso? –contestó mirando al suelo sin dejar en ningún momento de apretar la mano de Hugo mientras lo colocaba detrás de ella. –Porque eres una mala esposa que no sabe hacer nada bien. –su enfermiza mente arrojaba maldades por su boca. –Llévalo al colegio y vuelve enseguida. – ordenó señalando al pequeño que escondido asomaba por el contorno de su madre.Sin mediar más palabras Sonia obedeció  trémula y servil. Salió casi al trote, cogiendo a su hijo en brazos para poder escapar de allí cuanto antes.
Esa mañana el recorrido hacia el colegio fue otro. –Mamá, por aquí no se va al colegio ¿dónde vamos? –preguntó extrañado.–Lo sé, cariño. Tenemos que pasar antes por casa de la tita Sofía, ¿vale? –sus nervios estaban a punto de explotar. Aún con el niño en brazos, miraba continuamente hacia atrás. En aquel periplo entre cordura y demencia, Sonia intentaba dilucidar cual había sido su error. Rebuscó entre los más recónditos rincones de su cerebro el recuerdo que la llevara al momento en que cometió tan atroz fallo para que su marido cambiara tanto. Se conocieron una lluviosa mañana de abril camino del instituto. Ella olvidó su paraguas en casa y él le ofreció la protección del suyo y su compañía para el trayecto. Empezaron a conocerse y en él encontró a un chico que además de guapo era atento, cariñoso y que se preocupaba por ella. Pero aquel joven que un día la enamoró se convirtió en su propio antagonista. Lo que creyó un matrimonio estable y feliz ahora se tambaleaba en una cruel y devastadora pesadilla.
Llegaron a la casa de su hermana Sofía, conocedora de la mala vida que llevaba Sonia. En innumerables ocasiones le pidió que le pusiera fin a eso, pero Sonia se negaba aludiendo que era  algo puntual y no se volvería a repetir. La ingenuidad que le embargaba estar enamorada de su marido  y el miedo a enfrentarse a él evitaban que actuara. Cuando Sofía abrió la puerta y los vio allí parados, temió lo peor. –Sofía por favor, quédate esta mañana con Hugo. – la miró suplicante mientras bajaba al niño al suelo de sus brazos. Voy a hacerlo, voy a terminar con todo. Por él, por mí, por una vida digna y sin miedos que los dos merecemos–sus lágrimas empezaban a recorrer su rostro mientras abrazaba a su hijo.–Claro, por supuesto. Aquí estará a salvo, no permitiremos que ese animal entre en esta casa. Pero, ¿qué vas a hacer tú? –le preguntó nerviosa. –Voy a la comisaria a denunciarle. –anunció cabizbaja y derrotada. –Sonia, recuerda que tú no tienes la culpa de nada. Ese cabrón tiene que estar en la cárcel, aunque bien sabe Dios, que mi justicia es otra muy distinta. –abrazó a su hermana. –Si quieres te acompaño y no vas sola. –se ofreció. –Llama desde aquí. Sería mejor que salir a la calle, no vaya a ser que te lo encuentres. –desde el otro lado del pasillo llegaba Jesús, el marido de Sofía. Sonia, levantó la cabeza y en un lapsus de cordura cerró la puerta de la casa y se aproximó al teléfono del salón. No llevaba móvil, su marido se lo prohibió con la excusa de que las llamadas eran muy caras. –Gracias Jesús. –No me tienes que agradecer nada… ya conoces las ganas que le tengo a ese mal nacido. –Sonia asintió y cargada de  valor  descolgó el teléfono y marcó. Después de hablar con la policía sintió alivio. Fue hacia su hijo y en un fuerte abrazo le dijo despacio: –Ahora ya somos libres, cariño. – ¿Libres? No te entiendo, mamá. –Algún día lo entenderás. Hoy basta con que sepas que todo lo malo terminó.  

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