El Aquelarre, de Francisco de Goya (1798)
Adorad al Gran Cabrón hasta la náusea,
abridle vuestros corazones,
ofrecedle vuestras venas abiertas en vertical
para que abreve hasta saciarse.
Desentrañaos en lo alto de la montaña,
desgarrad vuestros ligamentos,
ofreceos a los buitres y a las hienas
hasta abandonar toda materialidad.
Intentad ahora, poetas, hablar del alma
con vuestras bocas sin dientes,
de las pasiones del corazón ya podrido
o deglutido,
posiblemente defecado,
en algún lugar escondido:
allí donde yacen descompuestos
los cuerpos de todos los románticos empedernidos.